Aquí está el poema diario que utilizamos para ir fortaleciendo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros alumnos. Si alguien encuentra un bálsamo o un revulsivo en esta diaria medicina, bienvenido sea.
¡Qué música del tacto las caricias contigo! ¡Qué acordes tan profundos! ¡Qué escalas de ternuras, de durezas, de goces! Nuestro amor silencioso y oscuro nos eleva a las eternas noches que separan altísimas los astros más distantes. ¡Qué música del tacto las caricias contigo!
Yo vengo de un brumoso país lejano, regido por un viejo monarca triste... Mi numen solo busca lo que es arcano, mi numen solo adora lo que no existe.
Tú lloras por un sueño que está lejano, tú aguardas un cariño que ya no existe, se pierden tus pupilas en el arcano como dos alas negras, y estás muy triste.
Eres mía: nacimos de un mismo arcano y vamos, desdeñosos de cuanto existe, en pos de ese brumoso país lejano, regido por un viejo monarca triste...
Una nueva cesta de flores, Federico Andreotti (1847-1930)
La noche y el día, ¿qué tienen de igual? ¿De dónde, donosa, el lindo lunar que sobre tu seno se vino a posar? ¿Cómo, di, la nieve lleva mancha tal? La noche y el día, ¿qué tienen de igual? ¿Qué tienen las sombras con la claridad, ni un oscuro punto con la alba canal que un val de azucenas hiende por mitad? La noche y el día, ¿qué tienen de igual? Premiando sus hojas, el ciego rapaz por juego un granate fue entre ellas a echar; mirolo y riose, y dijo vivaz: «La noche y el día, ¿qué tienen de igual?» En él sus saetas se puso a probar, mas nunca lo hallara su punta fatal; y diz que picado, se le oyó gritar: «La noche y el día, ¿qué tienen de igual?» Entonces su madre la parda señal por término puso de gracia y beldad, do clama el deseo al verse estrellar: «La noche y el día, ¿qué tienen de igual?» Estréllase, y mira, y torna a mirar, mientra el pensamiento mil vueltas le da, iluso, perdido, ansiando encontrar, la noche y el día ¿qué tienen de igual? Cuando tú lo cubres de un albo cendal, por sus leves hilos se pugna escapar. ¡Señuelo del gusto! ¡Dulcísimo imán! La noche y el día, ¿qué tienen de igual? Turgente tu seno se ve palpitar, y a su blando impulso él viene y él va; diciéndome mudo con cada compás: «La noche y el día, ¿qué tienen de igual?» Semeja una rosa que en medio el cristal de un limpio arroyuelo meciéndose está, clamando yo al verle subir y bajar: «La noche y el día, ¿qué tienen de igual?» ¡Mi bien!, si alcanzases la llaga mortal que tu lunarcito me pudo causar, no así preguntaras, burlando mi mal: «La noche y el día, ¿qué tienen de igual?»