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lunes, 4 de agosto de 2025

El otro dolor

                                     Otoño, Miguel Rius (tomado de https://miguelrius.es).

A veces, sentado, después de la larguísima jornada, en el largo camino, 
     me tiento y casi te reconozco.
Dentro estás, dormida allí, madre mía, desde hace tantos años,
tendida, amorosamente sepultada, intacta en tus bordes.
Y ando, y no se me nota. Y digo, y tampoco.
Como el casco de una metralla que incrustado en el ser allí vive y, 
     quedado, no se conoce,
así a veces tú, queda en mí, dentro de mi vivir me acompañas.
Pero muevo esta mano, y no te recuerdo.
Y pronuncio unas palabras de amor para alguien, y parece que lo que 
     allí dentro está no las roza cuando las exhalo.
Y sigo y camino, y padezco y me afano,
siempre yo estuche vivo, caja viva de tu dormir, que mudo en mí llevo.

Pero a veces he sufrido y camino de prisa, y he tropezado y rodado, 
      y algo me duele.
Algo que llevo dentro, aquí, ¿dónde?, en tu sereno vivir en mi alma, 
     que blando se queja.
Oh, sí, cómo te reconozco. Aquí estás. ¿Te he dolido?
Hemos caído, hemos rodado juntos, madre mía serena, y solo te siento 
     porque me dueles.
Me dueles tú como una pena que mitigase otra pena,
como una pena que al aflorar anegase.
Y tu blando dolor, como una existencia que me hiciese bajar la cabeza 
     hacia tu sentimiento,
se reparte por todo yo y me consuela, oh madre mía, oh mi antigua y mi 
     permanente, oh tú que me alcanzas.
Y el otro dolor agudo, el del camino, el lacerante que me aturdía,
blandamente se suaviza como si una mano lo apaciguase,
mientras todo el ser anegado de tu blanda caricia de pena
es conciencia de ti, caja suave de ti, que me habitas.

Vicente Aleixandre
(Historia del corazón, 1954)

El artista Miguel Rius Gese (fotógrafo, pintor, escultor, viajero incansable) rescató la casa de Miraflores de la Sierra en la que Vicente Aleixandre escribió muchos de sus versos. Los creadores de este blog hemos tenido el privilegio de habitar esa casa durante unas horas y recordar al poeta con Miguel y su encantadora familia.

lunes, 16 de diciembre de 2024

Coplas por la muerte de su padre (fragmento)

         Miniatura de Ricardo I en su lecho de muerte, Anónimo (siglo XIV)
     
               XXXIII

Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta

              XXXIV

diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago.
Y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
por sufrir esta afrenta
que os llama.

              XXXV

No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de fama tan glorïosa
acá dejáis;
aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera,
mas, con todo, es muy mejor
que la vida terrenal,
perecedera.

Jorge Manrique
(1440-1479)
 

sábado, 2 de noviembre de 2024

Y te quise traer un ciprés de Castilla

            Valle en la Sierra del Guadarrama, Carlos de Haes (h. 1870)

                                                                A J.J., que ahora contempla, sin 
                                                               dolor, ese paisaje que tanto amó

Y te quise traer un ciprés de Castilla
que hundiera sus raíces hasta tocar tus huesos:
Castilla que cantaste y amaste con locura
cuando faltó a tus pies su barbecho fecundo.

Raíces en lo hondo; copa esbelta en el cielo.
No ese ciprés de Silos que Gerardo cantara,
sino un ciprés aún tierno que creciese a tu vera
señalando al que pase la ruta que seguiste.

Así todos verían al levantar los ojos,
que ya no estás ahí donde tu nombre queda,
porque el ciprés, cual índice de verdor y esperanza,
guiaría su vista a tu verdad inmutable.

¡Qué guardia de cipreses en la tarde de oro!
Y me acordé de ti y de aquellos poemas;
y de los que, después, colmaste de ese Amor
que te acunó la muerte.
Yo te quise traer un ciprés de Castilla.
¿Para qué? me pregunto. ¡Si ya la tienes toda!

Ernestina de Champourcín
(Cartas cerradas, 1968)

viernes, 19 de agosto de 2022

Retornos de un poeta asesinado

                           AlhambraTorajirō Kojima (1920)

     Has vuelto a mí más viejo y triste en la dormida
luz de un sueño tranquilo de marzo, polvorientas
de un gris inesperado las sienes, y aquel bronce
de olivo que tu mágica juventud sostenía,
surcado por el signo de los años, lo mismo
que si la vida aquella que en vida no tuviste
la hubieras paso a paso ya vivido en la muerte.
     Yo no sé qué has querido decirme en esta noche
con tu desprevenida visita, el fino traje
de alpaca luminosa, como recién cortado,
la corbata amarilla y el sufrido cabello
al aire, igual que entonces
por aquellos jardines de estudiantiles chopos
y calientes adelfas.
     Tal vez hayas pensado –quiero explicarme ahora
ya en las claras afueras del sueño– que debías
llegar primero a mí desde esas subterráneas
raíces o escondidos manantiales en donde
desesperadamente penan tus huesos. 
                                                                   Dime,
confiésame, confiésame
si en el abrazo mudo que me has dado, en el tierno
ademán de ofrecerme una silla, en la simple
manera de sentarte junto a mí, de mirarme,
sonreír y en silencio, sin ninguna palabra,
dime si no has querido significar con eso
que, a pesar de las mínimas batallas que reñimos,
sigues unido a mí más que nunca en la muerte
por las veces que acaso
no lo estuvimos –¡ay, perdóname!– en la vida.
     Si no es así, retorna nuevamente en el sueño
de otra noche a decírmelo.

Rafael Alberti
(Retornos de lo vivo lejano, 1952)

lunes, 22 de febrero de 2021

Camposanto en Colliure

                          La playa de Collioure, Paul Signac (1887)

Aquí paz,
y después gloria.

Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco’s Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
                                                            paz
y después gloria.

Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
                     —paz
y después…—
                         perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.

Sí; después gloria.

Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
mano de obra barata, ejército
vencido por el hambre
                                          –paz...–,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
—…sin gloria.

Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.

¿Qué precio es el peor?
                                           Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
                        –"Casino
de Canet: spanish gipsy dancers",
rumor de trenes, hojas...–,
ante la gloria esta
–…de reseco laurel–
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.

Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.

Ángel González
(Grado elemental, 1962)


domingo, 20 de mayo de 2018

Canción de jinete


                                   Paco Ibáñez interpreta este hermoso y trágico poema de Lorca

     En la luna negra
de los bandoleros,
cantan las espuelas.

     Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?

     ...Las duras espuelas
del bandido inmóvil
que perdió las riendas.

     Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!

     En la luna negra
sangraba el costado
de Sierra Morena.

     Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?

     La noche espolea
sus negros ijares
clavándose estrellas.

     Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!

     En la luna negra,
¡un grito! y el cuerno
largo de la hoguera.

     Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?


Federico García Lorca
(Canciones, 1921-1924)

sábado, 3 de junio de 2017

Era más de media noche

 Ruinas de Oybin a la luz de la luna, atribuido a Caspar David Friedrich (1774-1740)

     Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego, envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas;
en que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
     Súbito rumor de espadas
cruje y un «¡ay!» se escuchó;
un «¡ay!» moribundo, un «¡ay!»
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un «¡ay!» de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.

                   El ruido
              cesó,
              un hombre
              pasó
              embozado,
              y el sombrero
              recatado
              a los ojos
              se caló.
              Se desliza
              y atraviesa
              junto al muro
              de una iglesia,
              y en la sombra
              se perdió.

     Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd,
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado,
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz.


José de Espronceda
(El estudiante de Salamanca, 1839)

martes, 14 de marzo de 2017

Cabras solas que os dejáis los cuernos

                                                               A Gloria Fuertes, in memoriam

Cabras solas que os dejáis los cuernos
que os tragáis la leche
qué leche estar muerto....
 

Cabras solas que os echáis al monte
lleno de alimañas y demás sujetos...
 

Adjetivos, pronombres, artículos,
¡uníos , tejedme una alfombra de versos!
 

Que este pasto de luz donde vivo
cabras solas
también sea vuestro.


Belén Reyes
(Ponerle un bozal al corazón, 2002)

martes, 20 de diciembre de 2016

Garcilaso, que al bien siempre aspiraste

 Supuesto retrato de Garcilaso de la Vega, Jacopo Carucci Pontormo (1494-1557)

    Garcilaso, que al bien siempre aspiraste,
y siempre con tal fuerza le seguiste,
que a pocos pasos que tras él corriste,
en todo enteramente le alcanzaste;


    dime: ¿por qué tras ti no me llevaste,
cuando de esta mortal tierra partiste?
¿Por qué al subir a lo alto que subiste,
acá en esta bajeza me dejaste?

    Bien pienso yo que si poder tuvieras
de mudar algo lo que está ordenado,
en tal caso de mí no te olvidaras.


    Que, o quisieras honrarme con tu lado,
o, a lo menos, de mí te despidieras,
o si esto no, después por mí tornaras.


Juan Boscán
(1490-1542)

martes, 6 de diciembre de 2016

Coplas por la muerte de su padre (fragmento)


     Danza macabra, grabado de Gerhard Altzenbach (1673)

                     XIV
 
Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.                    [...]

                XVI
 
¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verduras
de las eras?

                XVII
 
¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?                   [...]

                 XXIII

Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes,
di, muerte, ¿dó los escondes,
y traspones?
Y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza, las aterras
y deshaces.
 
Jorge Manrique
(h. 1440-1479)

martes, 18 de octubre de 2016

Muerte de Antoñito el Camborio

                    El castillo de Alcalá de Guadaíra, David Roberts (1833)

    Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.


                      * 


    Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.

                         *

    Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.


Federico García Lorca
(Romancero gitano, 1928)

miércoles, 9 de marzo de 2016

Recuerdo de un olvido

                            De buena mañana, Moritz von Schwind (1858)

Se agrandaban las puertas. Yo gigante,
con el recuerdo de mi olvido dentro,
atravesaba las estancias,
golpeando las paredes sordas.

¡Qué collar interior en mi garganta
de palabras en germen, de lamentos
que no podían salir, que se estorbaban
en su gran muchedumbre!

¡Cuánto tiempo de olvido incomprensible!
Siempre ella en su ventana.
Su ventana entre dos nubes
-una y ella- siempre.

Y yo distante, agigantado, loco,
con el recuerdo de mi olvido dentro,
pesándome en el alma su naufragio,
agarrándose, hundiéndome,
en un espeso mar de cielos grises.


Manuel Altolaguirre
(Ejemplo, 1927)

jueves, 6 de marzo de 2014

REQUIEM

Portada de El último hombre, ediciones Libertarias, 1984.


Yo soy un hombre muerto al que llaman Pertur.
En la cena de los hombres quién sabe si mi nombre
algo aún será: ceniza en la mesa
o alimento para el vino.
Los bárbaros no miran a los ojos cuando hablan.
Como una mujer al fondo del recuerdo
yo soy un hombre muerto al que llaman Pertur.

Leopoldo María Panero
(El último hombre, 1984)

viernes, 22 de noviembre de 2013

En el tiempo que me vi

Romeo en el lecho de muerte de Julieta, Johann Heinrich Füssli (1809)

En el tiempo que me vi
más alegre y placentero,
encontré con un palmero
que me habló y dijo así:
–¿Dónde vas, el caballero?
¿Dónde vas, triste de ti?
Muerta es tu linda amiga,
muerta es, que yo la vi;
las andas en que ella iba
de luto las vi cubrir,
duques, condes la lloraban
todos por amor de ti;
dueñas, damas y doncellas
llorando dicen así:
–¡Oh triste del caballero
que tal dama pierde aquí!

Anónimo
(Siglo XV)

lunes, 8 de abril de 2013

Romance sonámbulo

Encina en el lago Albano, Italia, 1846, por John F. Kensett
                  Encina en el lago Albano, John F. Kensett (1846)

                                                                       A Gloria Giner
                                                                                                                 y a Fernando de los Ríos

Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.

                   * 

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

                  *

Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No veis la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

                      *

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

                      *

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

                   *

Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

Federico García Lorca
(Romancero gitano, 1928)

jueves, 6 de diciembre de 2012

Despedir-se

      Jardín de las Elegías. Son Moragas, Santiago Rusiñol (1861-1931)

He tret catifes i cortines,
les taules on fa temps que no menjo ni escric.
He tret els quadres i he pintat els murs
per esborrar les marques de tants anys.
He guardat alguns llibres. Sé quins són.
He destruït cartes d'amor.
Silenciosos, els amors
ara són icebergs errants del pensament.
Sense racons per a la por, la casa
m'ha despullat els ulls. Ni l'esperança
pertorbarà l'última mort.
No hi ha cap altra casa pels qui estimo.


Joan Margarit
(Misteriosament feliç, 2008)

Versión al castellano de Un poema cada día

He sacado alfombras y cortinas,
las mesas donde hace tiempo que no como ni escribo.
He sacado los cuadros y he pintado los muros
para borrar las marcas de tantos años.
He guardado algunos libros. Sé cuáles son.
He destruido cartas de amor.
Silenciosos, los amores
ahora son icebergs errantes del pensamiento.
Sin rincones para el miedo, la casa
me ha desnudado los ojos. Ni la esperanza
perturbará la última muerte.
No hay ninguna otra casa para los que amo.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Esta cabeza, cuando viva, tuvo

             Vanidad, Juriaen van Streeck (1632-1687)

    Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos,
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
    
    Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.

    Aquí la estimativa, en que tenía
el principio de todo movimiento;
aquí de las potencias la armonía.

    ¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!
Donde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento.

Lope de Vega
(1562-1635)

Hoy, 25 de noviembre de 2012, se conmemora el 450 aniversario del nacimiento de este excelso poeta, novelista y dramaturgo. Nuestro recuerdo sirva de homenaje al Fénix de los ingenios españoles, como le llamó Cervantes.

lunes, 15 de octubre de 2012

Canto a Teresa (fragmento)

                         La ruina de Eldena, Caspar David Friedrich (1774-1840)

     ¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,

a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría,
le quedó al corazón solo un gemido,
¡y el llanto que al dolor los ojos niegan,
lágrimas son de hiel que el alma anegan!
 

    ¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
de juventud, de amor y de ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
sus alas de carmín y nieve pura,
al sol de mi esperanza desplegando,
pasaban ¡ay! a mi alrededor cantando.
 

    Gorjeaban los dulces ruiseñores,
el sol iluminaba mi alegría,
el aura susurraba entre las flores,
el bosque mansamente respondía,
las fuentes murmuraban sus amores...
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡Cuán süave resonó en mi oído
el bullicio del mundo y su ruïdo!
 

José de Espronceda
(El Diablo Mundo, 1841)

jueves, 11 de octubre de 2012

Canto a Teresa (fragmento)


                El funeral de Atala, Girodet (1767-1824)

     Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,

y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.


    Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;

y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves ¡ay! como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, y de amor, y de caricias.


    Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura,

las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura,

que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.


    Y llegaron en fin. ¡Oh! ¿Quién impío,
¡ay! agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque en fin de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas.


José de Espronceda
(El Diablo Mundo, 1841)

sábado, 18 de agosto de 2012

El crimen fue en Granada

                            Federico García Lorca (1898-1936)

1. El crimen

    Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
           
2. El poeta y la muerte

    Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
           
3.

    Se le vio caminar...
    ............                  Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

Antonio Machado
(Poesías de Guerra, 1936-1939)
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