martes, 30 de abril de 2019

Te esperaré apoyada en la curva del cielo

                                 Desnudo, Childe Hassan (1912)

Te esperaré apoyada en la curva del cielo
y todas las estrellas abrirán para verte
sus ojos conmovidos.

Te esperaré desnuda.
Seis túnicas de luz resbalando ante ti
deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.

Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados
un látigo de niebla.
Solo tú lograrás ceñir en tus pupilas
mi sien alucinada
y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto
a todo lo inasible.

Te esperaré encendida.
Mi antorcha despejando la noche de tus labios
libertará por fin tu esencia creadora.
¡Ven a fundirte en mí!
El agua de mis besos, ungiéndote, dirá
tu verdadero nombre.


Ernestina de Champourcín
(Cántico inútil, 1936)

martes, 23 de abril de 2019

El árbol

                  En un parque de Berlín, Carl Blechen (h. 1825)

Al lado de las aguas está, como leyenda,
En su jardín murado y silencioso,
El árbol bello dos veces centenario,
Las poderosas ramas extendidas,
Cerco de tanta hierba, entrelazando hojas,
Dosel donde una sombra edénica subsiste.

Bajo este cielo nórdico nacido,
Cuya luz es tan breve, e incierta aun siendo breve,
Apenas embeleso estival lo traspasa y exalta
Como a su hermano el plátano del mediodía,
Sonoro de cigarras, junto del cual es grato
Dejar morir el tiempo divinamente inútil.

Tras el invierno horrible, cuando solo la llama
Conforta aquella espera del revivir futuro,
Al pie del árbol brotan lágrimas de la nieve,
Corolas de azafrán, jacintos, asfodelos,
Con pujanza vernal de la tierra, y fielmente
De nueva juventud el árbol se corona.

Son entonces los días, algunos despejados,
Algunos nebulosos, más tibios de este clima,
Sueño septentrional que el sol casi no rompe,
Y hacia el estanque vienen rondas de mozos rubios:
Temblando, tantos cuerpos ligeros, queda el agua;
Vibrando, tantas voces timbradas, queda el aire.

Entre sus mocedades, vida prometedora,
Aunque pronto marchita en usos tristes,
Raro es aquel que siente, a solas algún día
En hora apasionada, la mano sobre el tronco,
La secreta premura de la savia, ascendiendo
Tal si fuera el latido de su propio destino.


Cuando la juventud el mundo es ancho,
Su medida tan vasta como vasto el deseo,
La soledad ligera, placentero ese irse,
Mirando sin nostalgia cosas y criaturas
Amigas un momento, en blanco la memoria
De recuerdos, que un día serán fardo cansado.

Atrás quedan los otros, repitiendo
Sin urgencia interior los gestos aprendidos,
Legitimados siempre por un provecho estéril;
Ya grey apareada, de hijos productora,
Pasiva ante el dolor como bestia asombrada,
Viva en un limbo idéntico al que en la muerte encuentra.

Pero ocurre una pausa en medio del camino;
La mirada que anhela, vuelta hacia lo futuro,
Es nostálgica ahora, vuelta hacia lo pasado;
Una fatiga nueva, alerta ya a esos ecos
De voces que se fueron, suspensas en el aire
Las preguntas de siempre, por nadie respondidas.

Y el mozo iluso es viejo, él mismo ignora cómo
Entre sueños fue el tiempo malgastado;
Ya su faz reflejada extraña le aparece,
Más que su faz extraña su conciencia,
De donde huyó el fervor trocado por disgusto,
Tal pájaro extranjero en nido que otro hizo.

Mientras, en su jardín, el árbol bello existe
Libre del engaño mortal que al tiempo engendra,
Y si la luz escapa de su cima a la tarde,
Cuando aquel aire ganan lentamente las sombras,
Solo aparece triste a quien triste le mira:
Ser de un mundo perfecto donde el hombre es extraño.

Luis Cernuda
(Vivir sin estar viviendo, 1944-1949)

jueves, 4 de abril de 2019

Balada de la placeta

                                     El corro, Carl Massmann (h. 1928)

    Cantan los niños
en la noche quieta;
¡arroyo claro,

fuente serena!

LOS NIÑOS

    ¿Qué tiene tu divino
corazón en fiesta?

YO

    Un doblar de campanas
perdidas en la niebla.

LOS NIÑOS

    Ya nos dejas cantando
en la plazuela.
¡Arroyo claro,
fuente serena!

    ¿Qué tienes en tus manos
de primavera?

YO

    Una rosa de sangre
y una azucena.

LOS NIÑOS

    Mójalas en el agua
de la canción añeja.
¡Arroyo claro,
fuente serena!

    ¿Qué sientes en tu boca
roja y sedienta?

YO

    El sabor de los huesos
de mi gran calavera.

LOS NIÑOS

    Bebe el agua tranquila
de la canción añeja.
¡Arroyo claro,
fuente serena!

    ¿Por qué te vas tan lejos
de la plazuela?

YO

    ¡Voy en busca de magos
y de princesas!

LOS NIÑOS

    ¿Quién te enseñó el camino
de los poetas?

YO

    La fuente y el arroyo
de la canción añeja.

LOS NIÑOS

    ¿Te vas lejos, muy lejos
del mar y de la tierra?

YO

    Se ha llenado de luces
mi corazón de seda,
de campanas perdidas,
de lirios y de abejas,
y yo me iré muy lejos,
más allá de esas sierras,
más allá de los mares,
cerca de las estrellas,
para pedirle a Cristo
Señor que me devuelva
mi alma antigua de niño,
madura de leyendas,
con el gorro de plumas
y el sable de madera.

LOS NIÑOS

    Ya nos dejas cantando
en la plazuela,
¡arroyo claro,
fuente serena!

    Las pupilas enormes
de las frondas resecas,
heridas por el viento,
lloran las hojas muertas.
 

Federico García Lorca
(Libro de poemas, 1921)


La Billy Boom Band (o, lo que es lo mismo, La sonrisa de Julia) ha realizado una preciosa versión de este poema en su último disco Lorcapop, homenaje a Federico García Lorca con motivo del centenario de su llegada a la Residencia de Estudiantes.
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