martes, 26 de diciembre de 2017

Aceñas

           Zamora desde la orilla del Duero, William Wiehe Collins (1906)

Me pongo la palabra en plena boca
y digo: Compañeros. Es hermoso
oír las sílabas que os nombran,
hoy que estoy (dilo en voz muy baja) solo.

...Es hermoso oír la ronda
de las letras, en torno
a la palabra abrazadora: C-o-m-p-a-
ñ-e-r-o-s. Es como un sol sonoro.

El Duero. Las aceñas de Zamora.
El cielo luminosamente rojo.
Compañeros. Escribo de memoria
lo que tuve delante de los ojos.

Blas de Otero
(Pido la paz y la palabra, 1955)

viernes, 22 de diciembre de 2017

El deshielo

              En las montañas de Sierra Nevada, Albert Bierstadt (1868)

Viene el amor, viene el amor, y vives
dentro de un paraíso:
                                       las palabras
no dicen nada: arden,
y la noche es igual que la mañana.
Hay solo un corazón que rige al mundo
y da correspondencias necesarias
a cuanto existe.
                            Miras
y es un acto de fe cada mirada.
La certidumbre de vivir te asombra
con su deslumbramiento y su diaria
revelación, y vives
la eternidad en cada
sílaba del amor, en cada cinta
de su sombrero azul y en cada tapia
donde se pone el sol, porque sabemos
que seguimos naciendo y que nos falta
tiempo para vivir.
                                Hasta que un día 
vuelven al labio las palabras
puestas ya en pie; revelan
las diferencias esenciales,
                                              andan
y arañan en la sangre;
                                       hemos reunido
nuestra desolación pero no hay nada
que pueda reprocharse y no te culpo:
no hay culpas, hay distancias,
la misma intensidad que nos unía
se ha quemado tal vez y nos separa.
¿Quieres decirme si estoy vivo? ¿Puedes
decírmelo?
                    No basta
estar como un insecto entre tus brazos
con una vida ya cristalizada
dentro del hielo, ¿puedes
decirme si estoy vivo y si mañana,
cuando despunte el sol, se hará el deshielo
que desate mi cuerpo sobre el agua?

Luis Rosales
(Rimas, 1951)

domingo, 17 de diciembre de 2017

No cesará este rayo que me habita

             Estados de la mente II: la despedida, Umberto Boccioni (1911)

¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?


¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?


Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.


Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.


Miguel Hernández
(El rayo que no cesa, 1936)

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Miradas

                     Puente de Waterloo, Emile Claus (1918)

Ojos de puente los míos
por donde pasan las aguas
que van a dar al olvido.
Sobre mi frente de acero
mirando por las barandas
caminan mis pensamientos.

Mi nuca negra es el mar,
donde se pierden los ríos,
y mis sueños son las nubes
por y para las que vivo.

Ojos de puente los míos
por donde pasan las aguas
que van a dar al olvido.


Manuel Altolaguirre
(Poesía, 1930-1931)

domingo, 10 de diciembre de 2017

Pregunta vieja, vieja respuesta

                    En el Lago de Como, Carl Frederik Aagaard (1833-1895)

¿Adónde va el amor cuando se olvida?
No aquel a quien hicieras la pregunta
           Es quien hoy te responde.

Es otro, al que unos años más de vida
Le dieron la ocasión, que no tuviste,
           De hallar una respuesta.

Los juguetes del niño que ya es hombre,
¿Adónde fueron, di? Tú lo sabías,
           Bien pudiste saberlo.

Nada queda de ellos: sus ruinas
Informes e incoloras, entre el polvo,
           El tiempo se ha llevado.

El hombre que envejece, halla en su mente,
En su deseo, vacíos, sin encanto,
           Dónde van los amores.

Mas si muere el amor, no queda libre
El hombre del amor: queda su sombra,
           Queda en pie la lujuria.

¿Adónde va el amor cuando se olvida?
No aquel a quien hicieras la pregunta
           Es quien hoy te responde.

Luis Cernuda
(Desolación de la quimera, 1962)

jueves, 7 de diciembre de 2017

Rima XXXVIII

                           Villa Castello, Capri, Charles Caryl Coleman (1895)
     ¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿sabes tú adónde va?
Gustavo Adolfo Bécquer
(Rimas, 1871)

lunes, 4 de diciembre de 2017

El vals

                     Una velada elegante, Victor Gabriel Gilbert (h. 1890)

    Eres hermosa como la piedra,
oh difunta;
oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.
Esta orquesta que agita
mis cuidados como una negligencia,
como un elegante biendecir de buen tono,
ignora el vello de los pubis,
ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.

     Unas olas de afrecho,
un poco de serrín en los ojos,
o si acaso en las sienes,
o acaso adornando las cabelleras;
unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;
unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo lo que está suficientemente visto
no puede sorprender a nadie.
 

    Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y los caballeros abandonados de sus traseros
quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.

     Pero el vals ha llegado.
Es una playa sin ondas,
es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de dentaduras postizas.
Es todo lo revuelto que arriba.

     Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,
dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,
una languidez que revierte,
un beso sorprendido en el instante que se hacía "cabello de ángel",
un dulce "sí" de cristal pintado de verde.

     Un polvillo de azúcar sobre las frentes
da una blancura cándida a las palabras limadas,
y las manos se acortan más redondeadas que nunca,
mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.

     Las cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.

     Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,
el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.
 

    Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,
el momento en que los vestidos se convertirán en aves,
las ventanas en gritos,
las luces en ¡socorro!
y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas
se convertirá en una espina
que dispensará la muerte diciendo:
Yo os amo.


Vicente Aleixandre
(Espadas como labios, 1932)

sábado, 2 de diciembre de 2017

Los ángeles colegiales

                     En la clase, Paul Louis Martin des Amoignes (1886)

Ninguno comprendíamos el secreto nocturno de las pizarras
ni por qué la esfera armilar se exaltaba tan sola cuando la mirábamos.
Solo sabíamos que una circunferencia puede no ser redonda
y que un eclipse de luna equivoca a las flores
y adelanta el reloj de los pájaros.

Ninguno comprendíamos nada:
ni por qué nuestros dedos eran de tinta china
y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros.
Solo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada
y que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética.


Rafael Alberti
(Sobre los ángeles, 1929)
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