jueves, 28 de abril de 2016

Heu esbrinat que en un instant només

                                Vista de Capri, Carlo Brancaccio (h. 1920)

Heu esbrinat que en un instant només
pot estimar-se tant com en tota una vida.
Heu esbrinat que el goig és com una illa
inconeguda, que pot concretar-se
davant la proa de la nau que us mena,
algun matí ignorat,
per una ruta antiga.
I per això us llanceu ardidament
a la follia d'estimar-vos, ara
que el vostre cos és àgil, i feu miques
l'àmfora que servava el vell perfum
per aspirar-ne d'un sol cop
tota la intensitat dominadora.
 

I qui sap si morir després de la prova.

Miquel Martí i Pol
(Paraules al vent, 1951-1953) 

Descubristeis que en solo un instante 
puede amarse como en toda una vida.
Descubristeis el gozo como una isla
desconocida que puede aparecer
ante la proa de la nave que os lleva,
una mañana ignorada,
por una ruta antigua.
Lanzaos ardientemente entonces
a la locura de amaros, ahora
que vuestro cuerpo es ágil, y haced trizas
el ánfora que conservaba el viejo perfume,
para aspirar de un solo golpe
toda su intensidad dominadora.


Y quién sabe si morir después de la prueba.


(Palabras al viento, 1951-1953)

[Traducción al castellano de Adolfo García Ortega en Un dia quaselvol / Un día cualquiera, Nórdica Libros, edición bilingüe, 2013)]

martes, 19 de abril de 2016

Con media azumbre de vino

         Toro desde la orilla del Duero, Edgar Thomas Ainger Wigram (1906)

    ¡Nunca serenos! ¡Siempre
con vino encima! ¿Quién va a aguarlo ahora
que estamos en el pueblo y lo bebemos
en paz? Y sin especias,
no en el sabor la fuerza, media azumbre
de vino peleón, doncel o albillo,
tinto de Toro. Cuánto necesita
mi juventud; mi corazón, qué poco.
¡Meted hoy en los ojos el aliento
del mundo, el resplandor del día! Cuándo
por una sola vez y aquí, enfilando
cielo y tierra, estaremos ciegos. ¡Tardes,
mañanas, noches, todo, árboles, senderos,
cegadme! El sol no importa, las lejanas
estrellas... ¡Quiero ver, oh, quiero veros!
Y corre el vino y cuánta,
entre pecho y espalda cuánta madre
de amistad fiel nos riega y nos desbroza.
Voy recordando aquellos días. ¡Todos,
pisad todos la sola uva del mundo:
el corazón del hombre! ¡Con su sangre
marcad las puertas! Ved: ya los sentidos
son una luz hacia lo verdadero.
Tan de repente ha sido.
Cuánta esperanza, cuánta cuba hermosa
sin fondo, con olor a tierra, a humo.
Hoy he querido celebrar aquello
mientras las nubes van hacia la puesta.
Y antes de que las lluvias del otoño
caigan, oíd: vendimiad todo lo vuestro,
contad conmigo. Ebrios de sequía,
sea la claridad zaguán del alma.
¿Dónde quedaron mis borracherías?
Ante esta media azumbre, gracias, gracias
una vez más y adiós, adiós por siempre.
No volverá el amigo fiel de entonces.


Claudio Rodríguez
(Conjuros, 1958)

lunes, 11 de abril de 2016

París, postal del cielo

                            Bulevar de París, Konstantin Korovin (h. 1939) 

Ahora, voy a contaros
cómo también yo estuve en París, y fui dichoso.

Era en los buenos años de mi juventud,
los años de abundancia
del corazón, cuando dejar atrás padres y patria
es sentirse más libre para siempre, y fue
en verano, aquel verano
de la huelga y las primeras canciones de Brassens,
y de la hermosa historia
de casi amor.

Aún vive en mi memoria aquella noche,
recién llegado. Todavía contemplo,
bajo el Pont Saint Michel, de la mano, en silencio,
la gran luna de agosto suspensa entre las torres
de Notre-Dame, y azul
de un imposible el río tantas veces soñado
It's too romantic, como tú me dijiste
al retirar los labios.

¿En qué sitio perdido
de tu país, en qué rincón de Norteamérica
y en el cuarto de quién, a las horas más feas,
cuando sueñes morir no te importa en qué brazos,
te llegará, lo mismo
que ahora a mí me llega, ese calor de gentes
y la luz de aquel cielo rumoroso
tranquilo, sobre el Sena?

Como sueño vivido hace ya mucho tiempo,
como aquella canción
de entonces, así vuelve al corazón,
en un instante, en una intensidad, la historia
de nuestro amor,
confundiendo los días y sus noches,
los momentos felices,
los reproches

y aquel viaje —camino de la cama—
en un vagón del Metro Étoile-Nation.

Jaime Gil de Biedma
(Moralidades, 1966)

sábado, 9 de abril de 2016

Empleo de la nostalgia

                 El jardín de rosas, Charles Essenhigh Corke (1909)

                  Amo el campus
                  universitario,
                  sin cabras,
                  con muchachas
                  que pax
                  pacem
                  en latín,
                  que meriendan
                  pas pasa pan
                  con chocolate
                  en griego,
                  que saben lenguas vivas
                  y se dejan besar
                  en el crepúsculo
                  (también en las rodillas)
                  y usan
                  la coca cola como anticonceptivo.

                          Ah las flores marchitas de los libros de 

                                texto
finalizando el curso
                           deshojadas
cuando la primavera
se instala
en el culto jardín del rectorado
                           por manos todavía adolescentes
y roza con sus rosas
                           manchadas de bolígrafo y de tiza
el rostro ciego del poeta
                           transustanciándose en un olor agrio
                           a naranjas
Homero
                           o semen...

                   Todo eso será un día
                   materia de recuerdo y de nostalgia.
                   Volverá, terca, la memoria
                   una vez y otra vez a estos parajes,
                   lo mismo que una abeja
                   da vueltas al perfume
                   de una flor ya arrancada:

                   inútilmente.

                           Pero esa luz no se extinguirá nunca:
                           llamas que aún no consumen,

...ningún presentimiento
puede quebrar las risas
                           que iluminan
                           las rosas y los cuerpos

y cuando el llanto llegue
                           como un halo
los escombros
la descomposición
                            que los preserva entre las sombras
                            puros

no prevalecerán
serán más ruina
                            absortos en sí mismos
y solo erguidos quedarán intactos
todavía más brillantes
                            ignorantes de sí
esos gestos de amor...
                            sin ver más nada.


Ángel González
(Procedimientos narrativos, 1972)

lunes, 4 de abril de 2016

Para un esteta

      Paisaje de El Paular, Enrique Simonet (1921)

Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber mis aguas rojas.

    Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte —agua y fuego— hermanadas
van socavando nuestra roca.

    Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!

    Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura
con tus dos manos como copa.

    Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces («Mi obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

    No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.

    Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechos un solo río os vertéis en el mar,
«que es el morir», dicen las coplas.

    No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

    Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas.


José Hierro
(Quinta del 42, 1952)

sábado, 2 de abril de 2016

La poesía es un arma cargada de futuro

                 Placa conmemorativa de Gabriel Celaya, Erreka (2007)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.


Gabriel Celaya
(Cantos iberos, 1955)
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