sábado, 28 de diciembre de 2019

Quimera

                                         Sin título, Antonio Muñiz (2011)
 

Te salgo a buscar,
quimera,
mariposa de papel.
Te pienso seguir buscando

la vida entera.
Soy un pescador

de sueños,
soy un catador de auroras,
no cuento más que con mi empeño
y esta pluma voladora.
La vida cantando nubes,
buscando que el cielo rime,

dejando en la hoja en blanco
cicatrices que el tiempo imprime.

Jorge Drexler
(Salvavidas de hielo, 2017)

Jorge Drexler es el autor de esta canción, pura expresión poética de la inspiración, que pertenece a su disco Salvavidas de hielo. Podéis escucharla y disfrutar de su magia a través del audio oficial del cantante.

martes, 10 de diciembre de 2019

Porque todo es igual y tú lo sabes

           Interior con espejo, Vilhelm Hammershøi (h. 1907)

Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas como estarán dentro de un año;
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.


Luis Rosales
(La casa encendida, 1949) 

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Te me mueres de casta y de sencilla

    Los amantes, Henri-Jean Guillaume Martin (1860-1943)

Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.

Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.

El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más patente, negro y grande.

Y sin dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca ¡con qué cuido!
para que no se vicie y se desmande.


Miguel Hernández
(El rayo que no cesa, 1936)

domingo, 1 de diciembre de 2019

L'últim lloc desconegut

                      Retrato de Lina, Ernani Costantini (1972)

Als setanta anys recorda encara
el seu somni infantil,
l'aigua calenta en un gibrell metàl.lic
i aquella nena rossa que el banyava.
Els ulls, la pell, els llavis, l'olor que fan les noies.
Després, la joventut, amb la fondària
del tacte i una història perduda
abans de començar. Sempre el cos d'ella,
silenciós i mític, una porta
entreoberta que mai no va creuar.
No ha sabut cap on duia fins molt tard,
en la mirada d'una dona gran.
En té prou amb això. Entra espantat
per la felicitat, i sent com els ulls d'ella
rere el mur del desig l'estan mirant
en aquest últim lloc desconegut.

Joan Margarit
(Misteriosament feliç, 2008)

Versión al castellano de Un poema cada día

Con setenta años recuerda aún
su sueño infantil,
el agua caliente en un barreño metálico
y aquella muchacha rubia que lo bañaba.
Los ojos, la piel, los labios, el olor que desprenden las chicas.
Después, la juventud, con la hondura
del tacto y una historia perdida
antes de comenzar. Siempre el cuerpo de ella,
silencioso y mítico, una puerta
entreabierta que no cruzó jamás.
No ha sabido a dónde llevaba hasta muy tarde,
en la mirada de una mujer mayor.
Tiene suficiente con eso. Entra espantado
por la felicidad, y siente cómo los ojos de ella
tras el muro del deseo lo están mirando
en este último lugar desconocido.

(Misteriosamente feliz, 2008)

sábado, 23 de noviembre de 2019

La ventana

                                        InteriorOlga Boznańska (1906)

La ventana separa
al mundo de los trenes,
de los grandes vapores,
de los hombres a pie,
del mundo quieto
de un alma sola.

¡Qué alegría
ver los rosales y los vendedores!

Al ruidoso paisaje
de tráfico y de vida
mi tristeza se asoma.

Mi soledad consciente
mira las hermosuras
inútiles del mundo.

Lo bello y el dolor
es de las almas solas.


Manuel Altolaguirre
(Poesía, 1930-1931)

domingo, 17 de noviembre de 2019

Alba rápida

             Amanecer en Florida, Martin Johnson Heade (h. 1890-1900)

¡Pronto, de prisa, mi reino,
que se me escapa, que huye,
que se me va por las fuentes!
¡Qué luces, qué cuchilladas
sobre sus torres enciende!
Los brazos de mi corona,
¡qué ramas al cielo tienden!
¡Qué silencios tumba el alma!
¡Qué puertas cruza la Muerte!
¡Pronto, que el reino se escapa!
¡Que se derrumban mis sienes!
¡Qué remolino en mis ojos!
¡Qué galopar en mi frente!
¡Qué caballos de blancura
mi sangre en el cielo vierte!
Ya van por el viento, suben,
saltan por la luz, se pierden
sobre las aguas...
                                Ya vuelven
redondos, limpios, desnudos...
¡Qué primavera de nieve!

Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!,
¡que se me va!, ¡que se pierde
su reino entre mis caballos!,
¡que lo arrastran!, ¡que lo hieren!,
¡que lo hacen pedazos, vivo,
bajo sus cascos celestes!
¡Pronto, que el reino se acaba!
¡Ya se le tronchan las fuentes!
¡Ay, limpias yeguas del aire!
¡Ay, banderas de mi frente!
¡Qué galopar en mis ojos!
 

Ligero, el mundo amanece.

Emilio Prados
(Cuerpo perseguido, 1927-28; publicado en 1946)

viernes, 8 de noviembre de 2019

Cómo era

                            Amor, Gustav Klimt (1862-1918)
                                                                                        ¿Cómo era Dios mío, cómo era?
                                                                                                     Juan Ramón Jiménez

La puerta franca.
                               Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,
 

y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras Ella me llena el alma toda.


Dámaso Alonso
(Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921)

viernes, 1 de noviembre de 2019

Destino de la carne

               Marina Piccola de Capri, Ángel Andrade Blázquez (1898)

No, no es eso. No miro
del otro lado del horizonte un cielo.
No contemplo unos ojos tranquilos, poderosos,
que aquietan a las aguas feroces que aquí braman.
No miro esa cascada de luces que descienden
de una boca hasta un pecho, hasta unas manos 

    blandas,
finitas, que a este mundo contienen, atesoran.
 

Por todas partes veo cuerpos desnudos, fieles
al cansancio del mundo. Carne fugaz que acaso
nació para ser chispa de luz, para abrasarse
de amor y ser la nada sin memoria, la hermosa
redondez de la luz.
Y que aquí está, aquí está, marchitamente eterna,
sucesiva, constante, siempre, siempre cansada.
 

Es inútil que un viento remoto, con forma vegetal,
    o una lengua,
lama despacio y largo su volumen, lo afile,
lo pula, lo acaricie, lo exalte.
Cuerpos humanos, rocas cansadas, grises bultos
que a la orilla del mar conciencia siempre
tenéis de que la vida no acaba, no, heredándose.
Cuerpos que mañana repetidos, infinitos, rodáis
como una espuma lenta, desengañada, siempre.
¡Siempre carne del hombre, sin luz! Siempre

    rodados
desde allá, de un océano sin origen que envía
ondas, ondas, espumas, cuerpos cansados, bordes
de un mar que no se acaba y que siempre jadea

    en sus orillas.

Todos, multiplicados, repetidos, sucesivos, amontonáis

    la carne,
la vida, sin esperanza, monótonamente iguales bajo

    los cielos hoscos que impasibles se heredan.
Sobre ese mar de cuerpos que aquí vierten sin

    tregua, que aquí rompen
redondamente y quedan mortales en las playas,
no se ve, no, ese rápido esquife, ágil velero
que con quilla de acero, rasgue, sesgue,
abra sangre de luz y raudo escape
hacia el hondo horizonte, hacia el origen
último de la vida, al confín del océano eterno
que humanos desparrama
sus grises cuerpos. Hacia la luz, hacia esa escala

     ascendente de brillos
que de un pecho benigno hacia una boca sube,
hacia unos ojos grandes, totales que contemplan,
hacia unas manos mudas, finitas, que aprisionan,
donde cansados siempre, vitales, aún nacemos.


Vicente Aleixandre
(Sombra del paraíso, 1944)

miércoles, 30 de octubre de 2019

Bajo el anochecer inmenso

       El Yerres bajo la lluvia, Gustave Caillebotte (1875)

Bajo el anochecer inmenso,
Bajo la lluvia desatada, iba
Como un ángel que arrojan
De aquel edén nativo.

Absorto el cuerpo aún desnudo,
Todo frío ante la brusca tristeza,
Lo que en la luz fue impulso, las alas,
Antes candor erguido,
A la espalda pesaban sordamente.

Se buscaba a sí mismo,
Pretendía olvidarse a sí mismo,
Niño en brazos del aire,
En lo más poderoso descansando,
Mano en la mano, frente en la frente.

Entre precipitadas formas vagas,
Vasta estela de luto sin retorno,
Arrastraba dos lentas soledadades,
Su soledad de nuevo, la del amor caído.

Ellas fueron sus alas en tiempos de alegría,
Esas que por el fango derribadas
Burla y respuesta dan al afán que interroga,
Al deseo de unos labios.

Quisiste siempre, al fin sabes
Cómo ha muerto la luz, tu luz un día,
Mientras vas, errabundo mendigo, recordando, deseando;
Recordando, deseando.

Pesa, pesa el deseo recordado;
Fuerza joven quisieras para alzar nuevamente,
Con fango, lágrimas, odio, injusticia,
La imagen del amor hasta el cielo,
La imagen del amor en la luz pura.

Luis Cernuda
(Donde habite el olvido, 1934)

domingo, 27 de octubre de 2019

El prisionero

 
                                       El presente, Thomas Cole (1838)

Carcelera, toma la llave,
que salga el preso a la calle.
 

Que vean sus ojos los campos
y, tras los campos, los mares,
el sol, la luna y el aire.
 

Que vean a su dulce amiga,
delgada y descolorida,
sin voz, de tanto llamarle.


Que salga el preso a la calle.


Rafael Alberti
(El alba del alhelí, 1927)

domingo, 20 de octubre de 2019

Brindis

Retrato de Joseph-Carle-Paul-Horace Delaroche, Paul Delaroche (1851)
                                                                                                     A mis amigos de Santander que festejaron
                                                                                                              mi nombramiento profesional.


Debiera ahora deciros: —«amigos,
muchas gracias»; y sentarme, pero sin ripios.
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.
 

                 Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos,
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo,
tranquilo
y frío.
Y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),
y de pluscuamperfectos y de participios.
Y el uno bostezará y el otro me hará un guiño,
y otro, seguramente el más listo,
me pondrá un alias definitivo.
Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.
 

Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo,
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Y me guardará respeto y cariño.
 

Y ahora yo os digo:
               amigos,
brindemos por ese niño,
por ese predilecto discípulo,
por que mis dedos rígidos
acierten a moldear su espíritu
y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,
y por que siga su camino
intacto y limpio,
y por que este mi discípulo,
que inmortalizará mi nombre y mi apellido,
... sea el hijo,
el hijo
de uno de vosotros, amigos.


Gerardo Diego
(Versos humanos, 1925)

miércoles, 16 de octubre de 2019

Más allá

 
     Interior con vista a un balcón, Curt Rüger (h. 1930)

(El alma vuelve al cuerpo,
Se dirige a los ojos
Y choca.) —¡Luz! Me invade
Todo mi ser. ¡Asombro!

Intacto aún, enorme,
Rodea el tiempo. Ruidos
Irrumpen. ¡Cómo saltan
Sobre los amarillos

Todavía no agudos
De un sol hecho ternura
De rayo alboreado
Para estancia difusa,

Mientras van presentándose
Todas las consistencias
Que al disponerse en cosas
Me limitan, me centran!

¿Hubo un caos? Muy lejos
De su origen, me brinda
Por entre hervor de luz
Frescura en chispas. ¡Día!

Una seguridad
Se extiende, cunde, manda.
El esplendor aploma
La insinuada mañana.

Y la mañana pesa,
Vibra sobre mis ojos,
Que volverán a ver
Lo extraordinario: todo

Todo está concentrado
Por siglos de raíz
Dentro de este minuto,
Eterno y para mí.

Y sobre los instantes
Que pasan de continuo
Voy salvando el presente,
Eternidad en vilo.

Corre la sangre, corre
Con fatal avidez.
A ciegas acumulo
Destino: quiero ser.

Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
Tanto se identifica!

¡Al azar de las suertes
Únicas de un tropel
Surgir entre los siglos,
Alzarse con el ser,

Y a la fuerza fundirse
Con la sonoridad
Más tenaz: sí, sí, sí,
La palabra del mar!

Todo me comunica,
Vencedor, hecho mundo,
Su brío para ser
De veras real, en triunfo.

Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
Soy su leyenda. ¡Salve!


Jorge Guillén
(Cántico, 1928-1950)

domingo, 13 de octubre de 2019

Entre tu verdad más honda

 
           La bella lectora, Léon François Comerre (h. 1916)

Entre tu verdad más honda
y yo
me pones siempre tus besos.
La presiento, cerca ya,
la deseo, no la alcanzo;
cuando estoy más cerca de ella
me cierras el paso tú,
te me ofreces en los labios.
Y ya no voy más allá.
Triunfas. Olvido, besando,
tu secreto encastillado.
Y me truecas el afán
de seguir más hacia ti,
en deseo
de que no me dejes ir
y me beses.
                      Ten cuidado.
Te vas a vender, así.
Porque un día el beso tuyo,
de tan lejos, de tan hondo
te va a nacer,
que lo que estás escondiendo
detrás de él
te salte todo a los labios.
Y lo que tú me negabas
—alma delgada y esquiva—
se me entregue, me lo des
sin querer
donde querías negármelo.


Pedro Salinas
(La voz a ti debida, 1933)

viernes, 11 de octubre de 2019

La monja gitana

 
                      Monja, Ramón Casas (h. 1925)

Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris,
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza,
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh!, qué llanura empinada
con veinte soles arriba.
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.


Federico García Lorca
(Romancero gitano, 1928)

domingo, 29 de septiembre de 2019

Atardecer de estío en Salamanca

 
               Miguel de Unamuno, Juan de Echevarría (1930)

Del color de la espiga triguera
ya madura
son las piedras que tu alma revisten,
Salamanca,
y en las tardes doradas de junio
semejan tus torres
del sol a la puesta
gigantescas columnas de mieses
orgullo del campo
que ciñe tu solio.
Desde lo alto derrama su sangre,
lluvia de oro,
sobre ti el regio sol de Castilla,
pelícano ardiente,
y en tus piedras anidan palomas
que arrullan en ellas
eternos amores
al acorde de bronces sagrados
que lanzan al aire
seculares quejas
de los siglos.
Los vencejos tu cielo repasan
poblando su calma
con hosanas de vida ligera,
jubilosa,
las tardes de estío,
y este cielo, tu prez y tu dicha,
Salamanca,
es el cielo que esmalta tus piedras
con oro de siglos.
Como poso del cielo en la tierra
resplende tu pompa,
Salamanca,
del cielo platónico
que en la tarde del Renacimiento
cabe el Tormes Fray Luis meditando
soñara.
Sobre ti se detienen las horas,
de reveza,
soltando su jugo,
su savia de eterno,
y en tus aguas se miran los siglos
dejando a la historia
colmar tu regazo
con frutos de otoño.
Cuando puesto ya el Sol, de tu seno
rebotan tus piedras
el toque de queda
me parecen los siglos mejerse,
que el tiempo se anega,
y vivir una vida celeste
–¡quietud y visiones!–
¡Salamanca!

Miguel de Unamuno
(Andanzas y visiones españolas, 1922)

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Impenetrable es tu frente, cual un muro

          Retrato de Winifred Ianthe Clayton, Henry John Stock (1913)

    Impenetrable es tu frente, cual un muro.
Tan cerca de los ojos, ¿cómo retiene preso
tu pensamiento? ¿Cómo su recinto es oscuro,
bajo el cabello de oro, sobre el radiante beso?
    –Con la movilidad del foso de tus ojos,
la fijeza de dardo de los míos esquivas;
a veces, brillan dentro como ponientes rojos,
a veces, como rápidas estrellas pensativas–.
    ¡Mujer, que yo lo vea! Libra de sus penosas
dudas a este constante asedio de mis penas;
¡quiero saber si tu alma es un jardín de rosas,
o un pozo verde, con serpientes y cadenas!

Juan Ramón Jiménez
(Poemas májicos y dolientes, 1909)

lunes, 23 de septiembre de 2019

Colinas plateadas

 
                              Paisaje de Calatayud, Ignacio Zuloaga (1930)

    ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...


Antonio Machado
(Campos de Castilla, 1912-1917)

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Sinfonía en gris mayor

                                            Marinos, Albert Edelfelt (h. 1905)

    El mar, como un vasto cristal azogado,
refleja la lámina de un cielo de zinc;

lejanas bandadas de pájaros manchan
el fondo bruñido de pálido gris.
    El sol, como un vidrio redondo y opaco,
con paso de enfermo camina al cenit;
el viento marino descansa en la sombra
teniendo la almohada su negro clarín.
    Las ondas, que mueven su vientre de plomo,
debajo del muelle parecen gemir.
Sentado en un cable, fumando su pipa,
está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país.
    Es viejo ese lobo. Tostaron su cara
los rayos de fuego del sol de Brasil;
los recios tifones del mar de la China
le han visto bebiendo su frasco de gin.

    La espuma, impregnada de yodo y salitre,
ha tiempo conoce su roja nariz,
sus crespos cabellos, sus bíceps de atleta,
su gorra de lona, su blusa de dril.
    En medio del humo que forma el tabaco,
ve el viejo el lejano, brumoso país,
adonde una tarde caliente y dorada,
tendidas las velas, partió el bergantín...
    La siesta del trópico. El lobo se duerme.
Ya todo lo envuelve la gama del gris.
Parece que un suave y enorme esfumino
del curvo horizonte borrara el confín.
    La siesta del trópico. La vieja cigarra
ensaya su ronca guitarra senil,
y el grillo preludia su solo monótono
en la única cuerda que está en su violín.


Rubén Darío
(Prosas profanas, 1896)

jueves, 5 de septiembre de 2019

Sherpa

                   Cumbre nevada. El Cáucaso, Arkhip Kuindzhi (h. 1900)

Escalamos el suelo
a pie.

Solos o juntos,
sin abrigo ni guía, suelo adentro,
pasos arriba.

Seguimos, nos perdemos
y sobre el suelo plano
se suceden aludes y refugios.

A veces en la sima
del sueño coronamos
una verdad posible:

cada paso es la cumbre.

Álvaro Tato
(Gira, 2011)

sábado, 29 de junio de 2019

No quiero

                Joven rubia platino, Childe Hassam (a. 1935)

                         No quiero
para mañana un reloj
que marque el tiempo;
quiero despertar, a solas
con la sombra de tus dedos,
caricias en lontananza
de un sueño apenas deshecho.
Así sentirte, dormida,
en casi un sueño despierto,
saber que estás
sin que esté
mi corazón cara al viento.

Marina Romero
(Poemas A, 1935)

sábado, 22 de junio de 2019

Mi luz recorre todo tu paisaje interior

                                           El rayo, Félix Vallotton (1909)

Mi luz recorre todo tu paisaje interior.
Me veo en todo tú hecha mil yos chiquititas; yo, solo perfil. Yo,
     solo frente. Yo, solo hombros.
Invado las galerías de tu silencio, descorro tus ventanas y
     sonrío...
¡Ríe tú, que mi sonrisa es toda la mañana descalza!

Carmen Conde
(Brocal, 1929)

sábado, 15 de junio de 2019

Media hora más tarde

 
         Atardecer en la bahía de Nápoles, Csontváry Kosztka Tivadar (1901)

Es la media hora mala de la desilusión;
la que convierte en hieles la miel del corazón.
La que llega imponente, impasible, implacable,
derrumbando el castillo que nos pareció estable.
La que apaga la risa iniciando el lamento;
la hora gris del hastío… La del remordimiento.
La que muestra el fantasma azul del idealismo
convertido en el barro negro del prosaísmo.
Es la media hora mala de los nervios revueltos,
la hora en que triunfantes van los diablos sueltos...

Yo, pues, me felicito de no haberte querido: 
Media hora más tarde me habría arrepentido.

Elisabeth Mulder
(La hora emocionada, 1931)

domingo, 9 de junio de 2019

La danza de Pierrot

 
           Pierrot con la guitarra, Honoré Daumier (1869)

En un claro del jardín
blanco de la luna llena,
Pierrot, convulso de pena,
ha roto su bandolín.

La faz, pálida de harina
tiene un gesto de dolor,
cuando evoca a Colombina
en la voz del surtidor.

Y si en la glorieta, suave
la brisa, besa a las rosas
–para olvidar su infortunio–,

Pierrot danza mudo y grave
en las noches milagrosas
nevadas de plenilunio.


Lucía Sánchez Saornil
(Publicado en Los Quijotes, nº 80, 1918)

viernes, 17 de mayo de 2019

Tu nombre ya me lo han dicho

     Mujer joven vestida de azul arreglando unas flores, Frederick Carl Frieseke (1915)

      Tu nombre ya me lo han dicho
pero yo no te conozco,
no te vi nunca la cara
ni sé el color de tus ojos.
Pero tu nombre ¡qué claro
lo voy diciendo en el fondo,
con sus siete letras firmes
de tres sílabas, sonoro!
Enamorada ya estoy
aunque yo no te conozco,
ni te vi nunca la cara,
ni sé el color de tus ojos. 


      Tu nombre ya me lo han dicho
con siete letras en corro.


Josefina de la Torre
(Poemas de la isla, 1930)

martes, 14 de mayo de 2019

Paisaje urbano

                            Frente al café, Lesse Ury (entre 1920-1929)
 
Ya pasea la luna sobre las azoteas.
En calles y avenidas los perfiles se agrandan.
En el momento lívido, que hace inclinar las hojas
las farolas encienden su luz de madrugada.

Un cielo, barnizado de cemento, sostiene
entre sus anchos dedos escasas luminarias.

Por el asfalto ruedan rehilanderas de acero
con sonoros flautines de voces esmaltadas.
Se estremece un tic-tac de pasos epilépticos.
Se disparan a un tiempo cohetes de miradas.

Se juega a serpentinas a través de las lunas
de los escaparates –cintura cinemática
.
Y se ven, dominando las huestes callejeras,
policías ecuestres con ondulantes capas.
Los vastos rascacielos emanan claridades
de ruedas Catalina y luces de Bengala,
que saltan a la calle gozosas de perderse
entre el rumor continuo de todas las pisadas.

Por las profundas venas, el metropolitano
veloz de puerto en puerto, acompasando escalas,
cruzando del suburbio a la gran avenida
en una eterna noche de sombras estrelladas.
 
Se ha tendido en lo alto, sobre las azoteas,
la etíope danzarina, dulce y desmelenada.
 
Concha Méndez
(Surtidor, 1928)

martes, 30 de abril de 2019

Te esperaré apoyada en la curva del cielo

                                 Desnudo, Childe Hassan (1912)

Te esperaré apoyada en la curva del cielo
y todas las estrellas abrirán para verte
sus ojos conmovidos.

Te esperaré desnuda.
Seis túnicas de luz resbalando ante ti
deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.

Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados
un látigo de niebla.
Solo tú lograrás ceñir en tus pupilas
mi sien alucinada
y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto
a todo lo inasible.

Te esperaré encendida.
Mi antorcha despejando la noche de tus labios
libertará por fin tu esencia creadora.
¡Ven a fundirte en mí!
El agua de mis besos, ungiéndote, dirá
tu verdadero nombre.


Ernestina de Champourcín
(Cántico inútil, 1936)
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