sábado, 31 de enero de 2015

XV

           Carrera del Darro, Darío de Regoyos (1857-1913) 

     La calle en sombra. Ocultan los altos caserones
el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.
      ¿No ves, en el encanto del mirador florido,
el óvalo rosado de un rostro conocido?
      La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,
surge o se apaga como daguerrotipo viejo.
      Suena en la calle solo el ruido de tu paso;
se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
      ¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón... ¿Es ella?
No puede ser... Camina... En el azul la estrella.


Antonio Machado
(Soledades, galerías y otros poemas, 1907)

sábado, 24 de enero de 2015

Cantares

 
                          Alegrías, Julio Romero de Torres (1917)

     Vino, sentimiento, guitarra y poesía
hacen los cantares de la patria mía.
Cantares...
Quien dice cantares dice Andalucía.

      A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que acaricia y algo que desgarra.

      La prima que canta y el bordón que llora...
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares...
Son dejos fatales de la raza mora.

      No importa la vida, que ya está perdida,
y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...
Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.

      Madre, pena, suerte, pena, madre, muerte,
ojos negros, negros, y negra la suerte...
Cantares...
En ellos el alma del alma se vierte.

      Cantares. Cantares de la patria mía,
quien dice cantares dice Andalucía.
Cantares...
No tiene más notas la guitarra mía.


Manuel Machado
(Alma, 1902)

domingo, 18 de enero de 2015

Canción de otoño en primavera

Ninfa en el bosque, Charles-Amable Lenoir (1860-1926)

    Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
    Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y aflicción.

    Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

    Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé... 

    Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver...!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...
    La otra fue más sensitiva,
y más consoladora y más
halagadora y expresiva,

cual no pensé encontrar jamás. 
    Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía... 

    En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y le mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe... 

    Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer... 

    Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón
    poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad:

    y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también... 

    Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
¡y a veces lloro sin querer! 

    ¡Y las demás!, en tantos climas,
en tantas tierras, siempre son,
si no pretextos de mis rimas,
fantasmas de mi corazón. 

    En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar! 

    Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris me acerco
a los rosales del jardín... 

    Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...
    ¡Mas es mía el Alba de oro!


Rubén Darío
(Cantos de vida y esperanza, 1905)

domingo, 11 de enero de 2015

Les coquillages


 
Pequeñas gaviotas a orillas del mar en Belle-Isle, Octave Penguilly L'Haridon (1858)

Chaque coquillage incrusté
Dans la grotte où nous nous aimâmes
A sa particularité.

L'un a la pourpre de nos âmes
Dérobée au sang de nos coeurs
Quand je brûle et que tu t'enflammes;

Cet autre affecte tes langueurs
Et tes pâleurs alors que, lasse,
Tu m'en veux de mes yeux moqueurs;

Celui-ci contrefait la grâce
De ton oreille, et celui-là
Ta nuque rose, courte et grasse;

Mais un, entre autres, me troubla.


Paul Verlaine
(Fêtes galantes, 1869) 

Versión al castellano de Un poema cada día

Las caracolas

Cada caracola incrustada
En la gruta donde nos amamos
Tiene su particularidad.

Una, la púrpura de nuestras almas
Hurtada a la sangre de nuestros corazones
Cuando yo me abraso y tú te inflamas;

Esta otra finge tu languidez
Y tu palidez cuando, fatigada,
Me culpas por mis ojos burlones;

Esta imita la gracia
de tu oreja, y aquella
tu nuca rosa, corta y lustrosa;

Pero solo una, entre todas, me trastornó.

(Fiestas galantes, 1869)
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