domingo, 25 de febrero de 2018

Tú gozas la luz bella en claro día


      Diana y Endimión, Johann Grund (1808-1887)

     Tú gozas la luz bella en claro día,
dichoso Endimión, de tu Diana;
mi Luz yo veo con la luz temprana,
y, deseando, pierdo mi alegría.

     Tú duermes blando sueño en noche fría,
hasta que sale la alba roja y cana;
yo velo, con herida nunca sana,
la sombra siempre y luz sin la Luz mía. 

     En tu rosada frente y dulces ojos
Delia suspira, y tu robado aliento
de su pasado afán le aquista gloria.

     Yo mi Luz, sin dolor de mis enojos,
veo con rayos de oro en alto asiento,
ingrata al que padece en su memoria.

Fernando de Herrera
          (1534-1597)

jueves, 22 de febrero de 2018

Ahora en la dulce ciencia embebecido

 
           Retrato de mujer, Albert Lynch (1895)

     Ahora en la dulce ciencia embebecido,
ahora en el uso de la ardiente espada,
agora con la mano y el sentido
puesto en seguir la caza levantada,


      ahora el pesado cuerpo esté dormido,
ahora el alma atenta y desvelada,
siempre en el corazon terné esculpido
tu ser y hermosura entretallada.

      Entre gentes extrañas do se encierra
el sol fuera del mundo y se desvía,
duraré y permaneceré de esta arte.

      En el mar, en el cielo, so la tierra,
contemplaré la gloria de aquel día,
que tu vista figura en toda parte.


Diego Hurtado de Mendoza
                  (1505-1575)

martes, 20 de febrero de 2018

Profecía del Tajo

El rey don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete, Bernardo Blanco y Pérez (1871)

     Folgaba el rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho y le habló desta manera:

     «En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, y ya las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.

     ¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!

     Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamiento, fieros males,
entre tus brazos cierras;
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales:

     a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitania,
a toda la espaciosa y triste España.

     Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.

     Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el Moro a la bandera,
que al aire desplegada va ligera.

     La lanza ya blandea
el Árabe cruel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.

     Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar, la voz al cielo
confusa y varia crece,
el polvo roba el día y le escurece.

     ¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves; ¡ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.

     El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.

     ¡Ay triste! ¿y aún te tiene
el maldulce regazo? ¿ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?

     Acude, acorre, vuela,
traspasa el alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»

     ¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!

     Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!

     El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh cara patria!, a bárbara cadena.


Fray Luis de León
      ( 1527-1591)

sábado, 17 de febrero de 2018

La blanca nieve y la purpúrea rosa


              Hermosa Betty, Albert Lynch (h. 1890)

     La blanca nieve y la purpúrea rosa,
que no acaba su ser calor ni invierno;
el sol de aquellos ojos puro, eterno,
donde el Amor como en su ser reposa;

      la belleza y la gracia milagrosa,
que descubren del alma el bien interno;
la hermosura donde yo discierno
que está escondida más divina cosa;

      los lazos de oro donde estoy atado;
el cielo puro donde tengo el mío;
la luz divina que me tiene ciego;

      el sosiego que loco me ha tornado;
el fuego ardiente que me tiene frío,
yesca me han hecho de invisible fuego.

Francisco de la Torre
     (h. 1534-h. 1594)


lunes, 12 de febrero de 2018

Égloga III (fragmento)

                     En el parque, Ivan Schischkin (1897)

     La blanca Nise no tomó a destajo
de los pasados casos la memoria,
y en la labor de su sotil trabajo
no quiso entretejer antigua historia;
antes, mostrando de su claro Tajo
en su labor la celebrada gloria,
lo figuró en la parte donde él baña
la más felice tierra de la España.

     Pintado el caudaloso río se vía,
que en áspera estrecheza reducido,
un monte casi alrededor ceñía,
con ímpetu corriendo y con rüido;
querer cercarlo todo parecía
en su volver, mas era afán perdido;
dejábase correr en fin derecho,
contento de lo mucho que había hecho.

      Estaba puesta en la sublime cumbre
del monte, y desde allí por él sembrada,
aquella ilustre y clara pesadumbre
de antiguos edificios adornada.
De allí con agradable mansedumbre
el Tajo va siguiendo su jornada
y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.

      En la hermosa tela se veían,
entretejidas, las silvestres diosas
salir de la espesura, y que venían
todas a la ribera presurosas,
en el semblante tristes, y traían
cestillos blancos de purpúreas rosas,
las cuales esparciendo derramaban
sobre una ninfa muerta que lloraban.

      Todas, con el cabello desparcido,
lloraban una ninfa delicada
cuya vida mostraba que había sido
antes de tiempo y casi en flor cortada;
cerca del agua, en un lugar florido,
estaba entre las hierbas degollada
cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde.

      Una de aquellas diosas que en belleza
al parecer a todas excedía,
mostrando en el semblante la tristeza
que del funesto y triste caso había,
apartado algún tanto, en la corteza
de un álamo estas letras escribía
como epitafio de la ninfa bella,
que hablaban ansí por parte de ella:

      «Elisa soy, en cuyo nombre suena
y se lamenta el monte cavernoso,
testigo del dolor y grave pena
en que por mí se aflige Nemoroso
y llama "¡Elisa!"; "¡Elisa!" a boca llena
responde el Tajo, y lleva presuroso
al mar de Lusitania el nombre mío,
donde será escuchado, yo lo fío».

      En fin, en esta tela artificiosa
toda la historia estaba figurada
que en aquella ribera deleitosa
de Nemoroso fue tan celebrada,
porque de todo aquesto y cada cosa
estaba Nise ya tan informada
que, llorando el pastor, mil veces ella
se enterneció escuchando su querella;

      y porque aqueste lamentable cuento
no solo entre las selvas se contase,
mas dentro de las ondas sentimiento
con la noticia desto se mostrase,
quiso que de su tela el argumento
la bella ninfa muerta señalase
y ansí se publicase de uno en uno
por el húmedo reino de Neptuno.


Garcilaso de la Vega
      (h. 1501-1536)
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