lunes, 22 de febrero de 2021

Camposanto en Colliure

                          La playa de Collioure, Paul Signac (1887)

Aquí paz,
y después gloria.

Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco’s Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
                                                            paz
y después gloria.

Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
                     —paz
y después…—
                         perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.

Sí; después gloria.

Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
mano de obra barata, ejército
vencido por el hambre
                                          –paz...–,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
—…sin gloria.

Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.

¿Qué precio es el peor?
                                           Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
                        –"Casino
de Canet: spanish gipsy dancers",
rumor de trenes, hojas...–,
ante la gloria esta
–…de reseco laurel–
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.

Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.

Ángel González
(Grado elemental, 1962)


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