Aquí está el poema diario que utilizamos para ir fortaleciendo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros alumnos. Si alguien encuentra un bálsamo o un revulsivo en esta diaria medicina, bienvenido sea.
Te esperaré apoyada en la curva del cielo y todas las estrellas abrirán para verte sus ojos conmovidos.
Te esperaré desnuda. Seis túnicas de luz resbalando ante ti deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.
Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados un látigo de niebla. Solo tú lograrás ceñir en tus pupilas mi sien alucinada y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto a todo lo inasible.
Te esperaré encendida. Mi antorcha despejando la noche de tus labios libertará por fin tu esencia creadora. ¡Ven a fundirte en mí! El agua de mis besos, ungiéndote, dirá tu verdadero nombre.
Al lado de las aguas está, como leyenda, En su jardín murado y silencioso, El árbol bello dos veces centenario, Las poderosas ramas extendidas, Cerco de tanta hierba, entrelazando hojas, Dosel donde una sombra edénica subsiste.
Bajo este cielo nórdico nacido, Cuya luz es tan breve, e incierta aun siendo breve, Apenas embeleso estival lo traspasa y exalta Como a su hermano el plátano del mediodía, Sonoro de cigarras, junto del cual es grato Dejar morir el tiempo divinamente inútil.
Tras el invierno horrible, cuando solo la llama Conforta aquella espera del revivir futuro, Al pie del árbol brotan lágrimas de la nieve, Corolas de azafrán, jacintos, asfodelos, Con pujanza vernal de la tierra, y fielmente De nueva juventud el árbol se corona.
Son entonces los días, algunos despejados, Algunos nebulosos, más tibios de este clima, Sueño septentrional que el sol casi no rompe, Y hacia el estanque vienen rondas de mozos rubios: Temblando, tantos cuerpos ligeros, queda el agua; Vibrando, tantas voces timbradas, queda el aire.
Entre sus mocedades, vida prometedora, Aunque pronto marchita en usos tristes, Raro es aquel que siente, a solas algún día En hora apasionada, la mano sobre el tronco, La secreta premura de la savia, ascendiendo Tal si fuera el latido de su propio destino.
Cuando la juventud el mundo es ancho, Su medida tan vasta como vasto el deseo, La soledad ligera, placentero ese irse, Mirando sin nostalgia cosas y criaturas Amigas un momento, en blanco la memoria De recuerdos, que un día serán fardo cansado.
Atrás quedan los otros, repitiendo Sin urgencia interior los gestos aprendidos, Legitimados siempre por un provecho estéril; Ya grey apareada, de hijos productora, Pasiva ante el dolor como bestia asombrada, Viva en un limbo idéntico al que en la muerte encuentra.
Pero ocurre una pausa en medio del camino; La mirada que anhela, vuelta hacia lo futuro, Es nostálgica ahora, vuelta hacia lo pasado; Una fatiga nueva, alerta ya a esos ecos De voces que se fueron, suspensas en el aire Las preguntas de siempre, por nadie respondidas. Y el mozo iluso es viejo, él mismo ignora cómo Entre sueños fue el tiempo malgastado; Ya su faz reflejada extraña le aparece, Más que su faz extraña su conciencia, De donde huyó el fervor trocado por disgusto, Tal pájaro extranjero en nido que otro hizo. Mientras, en su jardín, el árbol bello existe Libre del engaño mortal que al tiempo engendra, Y si la luz escapa de su cima a la tarde, Cuando aquel aire ganan lentamente las sombras, Solo aparece triste a quien triste le mira: Ser de un mundo perfecto donde el hombre es extraño. Luis Cernuda (Vivir sin estar viviendo, 1944-1949)
Cantan los niños en la noche quieta; ¡arroyo claro, fuente serena!
LOS NIÑOS
¿Qué tiene tu divino corazón en fiesta?
YO
Un doblar de campanas perdidas en la niebla.
LOS NIÑOS
Ya nos dejas cantando en la plazuela. ¡Arroyo claro, fuente serena!
¿Qué tienes en tus manos de primavera?
YO
Una rosa de sangre y una azucena.
LOS NIÑOS
Mójalas en el agua de la canción añeja. ¡Arroyo claro, fuente serena!
¿Qué sientes en tu boca roja y sedienta?
YO
El sabor de los huesos de mi gran calavera.
LOS NIÑOS
Bebe el agua tranquila de la canción añeja. ¡Arroyo claro, fuente serena!
¿Por qué te vas tan lejos de la plazuela?
YO
¡Voy en busca de magos y de princesas!
LOS NIÑOS
¿Quién te enseñó el camino de los poetas?
YO
La fuente y el arroyo de la canción añeja.
LOS NIÑOS
¿Te vas lejos, muy lejos del mar y de la tierra?
YO
Se ha llenado de luces mi corazón de seda, de campanas perdidas, de lirios y de abejas, y yo me iré muy lejos, más allá de esas sierras, más allá de los mares, cerca de las estrellas, para pedirle a Cristo Señor que me devuelva mi alma antigua de niño, madura de leyendas, con el gorro de plumas y el sable de madera.
LOS NIÑOS
Ya nos dejas cantando en la plazuela, ¡arroyo claro, fuente serena!
Las pupilas enormes de las frondas resecas, heridas por el viento, lloran las hojas muertas.
Federico García Lorca (Libro de poemas, 1921)
La Billy Boom Band (o, lo que es lo mismo, La sonrisa de Julia) ha realizado una preciosa versión de este poema en su último disco Lorcapop, homenaje a Federico García Lorca con motivo del centenario de su llegada a la Residencia de Estudiantes.