Aquí está el poema diario que utilizamos para ir fortaleciendo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros alumnos. Si alguien encuentra un bálsamo o un revulsivo en esta diaria medicina, bienvenido sea.
Los cambistas, artista seguidor de Marinus van Reymerswaele (h. 1548)
Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca; y si al alma su hiel toca, esconderla es necedad. Sépase, pues libertad ha engendrado en mi pereza la pobreza.
¿Quién hace al tuerto galán y prudente al sin consejo? ¿Quién al avariento viejo le sirve de río Jordán? ¿Quién hace de piedras pan, sin ser el Dios verdadero? El dinero.
¿Quién con su fiereza espanta el cetro y corona al rey? ¿Quién, careciendo de ley, merece nombre de santa? ¿Quién con la humildad levanta a los cielos la cabeza? La pobreza.
¿Quién los jueces con pasión, sin ser ungüento, hace humanos, pues untándolos las manos los ablanda el corazón? ¿Quién gasta su opilación con oro y no con acero? El dinero.
¿Quién procura que se aleje del suelo la gloria vana? ¿Quién, siendo toda cristiana, tiene la cara de hereje? ¿Quién hace que al hombre aqueje el desprecio y la tristeza? La pobreza.
¿Quién la montaña derriba al valle; la hermosa al feo? ¿Quién podrá cuanto el deseo, aunque imposible, conciba? ¿Y quién lo de abajo arriba vuelve en el mundo ligero? El dinero.
El tramposo del as de diamantes, Georges de La Tour (h. 1635) Debe tan poco al tiempo el que ha nacido en la estéril región de nuestros años, que premiada la culpa y los engaños, el mérito se encoge escarnecido.
Ser un inútil anhelar perdido, y natural remedio a los extraños; avisar las ofensas con los daños, y haber de agradecer el ofendido.
Máquina de ambición, aplausos de ira, donde solo es verdad el justo miedo del que percibe el daño y se retira.
Violenta adulación, mañoso enredo, en fe violada han puesto a la mentira fuerza de ley y sombra de denuedo.
En el claro cristal del desengaño se miraba Jacinta descuidada, contenta de no amar, ni ser amada, viendo su bien en el ajeno daño. Mira de los amantes el engaño, la voluntad, por firme, despreciada, y de haberla tenido escarmentada, huye de amor el proceder extraño. Celio, sol de esta edad, casi envidioso, de ver la libertad con que vivía, exenta de ofrecer a amor despojos, galán, discreto, amante y dadivoso, reflejos que animaron su osadía, dio en el espejo, y deslumbró sus ojos. Sintió dulces enojos, y apartando el cristal, dijo piadosa: "Por no haber visto a Celio, fui animosa, y aunque llegue a abrasarme, no pienso de sus rayos apartarme."
María de Zayas (En Novelas amorosas y ejemplares, 1637)