martes, 29 de octubre de 2024

El río recién nacido

              Arroyo en el bosque, Henri Biva (1848-1929)

El poeta de ciudad
se va al campo a respirar.
Montado en su bicicleta,
se va a la montaña el poeta.
—¡Mira un lirio!
¡Qué delirio!
Huele a tomillo y a menta.
Este aire puro alimenta.

No se oye nada. ¡Silencio!
Solo se oye el viento lento.
(El poeta canta
y a los mosquitos espanta).

De pronto, una cosa mágica descubre.
Chorrito de agua a la montaña cubre.
El río recién nacido.
Un hilo de agua entre las piedras,
míralo, no te lo pierdas.
(El agua recién nacida aún sabe a nieve).
Es agua clara y fresca.
El poeta se refresca.
¡Agua en la piedra!
Es algo de belleza que nace.
El saltamontes salta.
La oveja pace.

El poeta volvió alegre a la ciudad.
Del ruido y del coche,
volvió de noche,
y dijo: —¿Sabéis por qué me río?
¡Porque he visto nacer un río!

Gloria Fuertes
(Versos fritos, 1994)

viernes, 25 de octubre de 2024

Los Robles (I)

                Abuelos y nieto junto a la chimenea, Anónimo (Siglo XIX)

    Allá en tiempos que fueron, y el alma
han llenado de santos recuerdos, 
de mi tierra en los campos hermosos, 
la riqueza del pobre era el fuego, 
que al brillar de la choza en el fondo, 
calentaba los rígidos miembros 
por el frío y el hambre ateridos 
            del niño y del viejo. 

    De la hoguera sentados en torno, 
en sus brazos la madre arrullaba 
             al infante robusto; 
daba vuelta, afanosa la anciana 
en sus dedos nudosos, al huso, 
y al alegre fulgor de la llama, 
ya la joven la harina cernía, 
            o ya desgranaba 
con su mano callosa y pequeña, 
del maíz las mazorcas doradas. 

    Y al amor del hogar calentándose 
en invierno, la pobre familia 
campesina, olvidaba la dura 
condición de su suerte enemiga; 
y el anciano y el niño, contentos 
en su lecho de paja dormían, 
como duerme el polluelo en su nido 
cuando el ala materna le abriga.

Rosalía de Castro
(En las orillas del Sar, 1884)

lunes, 21 de octubre de 2024

El abuelo

                             Vejez y juventud, Teodor Axentowicz (h. 1900)

El abuelo descansa
sobre una piedra dura.
Es primavera y nota,
por el trasiego de aves,
que los trigos encañan
en los campos del páramo.
Mira a lo alto y respira:
ni una nube en el cielo
que asombre la esperanza
de una buena cosecha.
El abuelo parece
jugar con las palomas
e inquietas golondrinas
le coronan la frente.
Está a gusto a la fresca
tibieza de la brisa
que mueve los escasos
árboles de la plaza.
El abuelo ha olvidado
los nombres de los pájaros,
él que tan bien sabía
los nombres de las hierbas,
los nombres de las fuentes,
cómo se llama el niño
que jugaba con los juncos.
Ha olvidado su nombre.
El cementerio, lejos,
le espera con paciencia.
Ciprés y jaramagos
coronarán su frente.

Mariluz Escribano Pueo
(El corazón de la gacela, 2015)

jueves, 17 de octubre de 2024

San Poeta Labrador

                                   El segador, Hans Olde (1893)

Yo era poeta labrador.
Mi campo era amarillo y áspero.
Todos los días yo sudaba
y lloraba para ablandarlo.
Tras de los bueyes, lentos, firmes,
iba la reja de arado.
Mis surcos eran largos, hondos.
(Mis versos eran hondos, largos.)
Por el otoño lo sembraba
sin desmayar, año tras año.
Iba un puñado de belleza
por cada puñado de grano.
Y un puñadito de verdad.
(Esto sin que lo viera el amo.)

Año tras año lo segaba
bajo los fuegos del verano:
de hambre y dolor era la siega,
de hambre y de dolor y desengaño.
Por san poeta labrador,
a mediados del mes de mayo,
cuando en la Iglesia Catedral
arden las velas del milagro,
me arrodillé sobre la piedra
antes de que cantara el gallo
y estuve así, reza que reza,
la frente humilde, en cruz los brazos.
A Dios el Padre, a Dios el Hijo
y a Dios el Espíritu Santo,
con toda urgencia les pedía
que nos echaran una mano.

Pedía por todos los buenos,
por los que dicen que son malos.
Por los sordos con buen oído,
y por los ciegos de ojos sanos.
Por los soldaditos de plomo
y por el plomo de los soldados.
Por los de estómago vacío
y por los curados de espanto.
Por los niños del culo al aire
y por las niñas de ojos pasmados.
Por las madres de pechos secos
y por los abuelos borrachos.
Por los caídos en la nieve,
por los quemados del verano,
por los que duermen en la cárcel,
por los que velan en el páramo,
por los que gritan a los vientos,
por los que callan asustados,
por los que tienen sed y esperan
y por los desesperanzados.
Ardientemente, largas horas,
estuve así pidiendo, orando.

Con las rodillas desolladas,
sabor a incienso en mis labios,
yo, San Poeta Labrador,
cuando ya el Sol estaba en alto,
salí en el nombre de Dios Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo,
con ojos anchos de esperanza,
salí al encuentro del milagro.
(Ángeles a la tarea
sobre mi tierra arando, arando.
Bajo la sombra de sus alas,
altas espigas, rubio grano.
Pan de justicia para todos.
Amor y paz desenterrados.)
Miré. Miré. Los ángeles no estaban.
Inmóviles los bueyes, solo el campo.

Dejé secar la sangre en mis rodillas.
Miré de frente y empuñé el arado.

Ángela Figuera Aymerich
(Belleza cruel, 1958)

lunes, 14 de octubre de 2024

Uva

                        Vendimia, Franz von Matsch (h. 1942)

Milenaria historia
      te trae hasta nosotros
múltiple fruto
      grávido de dulces zumos.
Cuántas frentes coronaron,
      cuántos tirsos adornaron
tus verdes pámpanos...
      Cuántas ávidas bocas
no saciaron
      tus jugosos racimos...
Cuántos vinos corrieron
      por el río del tiempo...
Uva clara
      diáfana jaspeada tinta
             verde rojiza morada,
de ambarina transparencia
             o de oscura opaca y densa
opulencia;
        don misterioso de un dios 
para una sed que se apaga.

Alaíde Foppa
(Guirnalda de Primavera, 1966)

jueves, 10 de octubre de 2024

La lluvia

Bajo los Tilos con vistas a la Puerta de Brandenburgo, Lesser Ury (h. 1920)

¿Cómo sería la lluvia
si no fuera de aroma,
de recuerdo,
             de nube,
de color
             y de llanto?

¿Cómo se oiría la lluvia,
si no brillara intensa,
             pálida,
                          azul,
                                    violeta,
relámpago,
             arco iris
de olores y esperanzas?

¿Cómo daría la lluvia su olor,
su gris perfume,
si no fuera aquel ritmo,
aquella voz,
              el canto,
eco lejano,
              el viento,
una escala de ensueños?

¿Cómo sería la lluvia,
si no fuera su nombre?

Elena Martín Vivaldi
(Durante este tiempo, 1972)

lunes, 7 de octubre de 2024

Me vuelvo a los caminos

          Huerta en Eragny una mañana nublada, Camille Pissarro (1901)

Ya tomé la costumbre de hablarme cada día,
de remover las cosas menudas de mi tiempo,
cuando mañanas limpias me llenaban los ojos
de sorpresas tan nuevas.

Qué bien dispuesta el alba de pájaros y alondras
para que el duerme-vela se poblara de trinos
y, con el sol naciente, se saliera a los campos
dejando la pereza para siestas de cobre.
Cuando el toldo del patio se me tornasolaba
como una gran escama de aquel pez de los cielos.

Aireo en la memoria los pequeños sucesos
que guardan las celdillas de un girasol de infancia
con música primera, campanillas, cristales,
y el agua, ¡siempre el agua!

Hoy vuelvo a los caminos, a los huertos de entonces,
por veredas de sierra,
por lagartos sin prisa con un estar antiguo
de cuaternario tiempo…

Pasan los cisnes-nubes navegando la altura,
los pájaros sin nombre, porque ignorar es bueno
para pulsar misterios allá sobre lo azul.

Me salieron al encuentro perros siempre sin amo,
pordioseros errantes, 
labriegos y hortelanos terrosos de faena.
Gente de encrucijada bajo el sol y la sombra.

Me voy, me voy a los caminos,
a la libre andadura ignorante del tiempo.

Concha Lagos
(Para empezar, 1963)
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