Helena de Troya, Evelyn De Morgan (1898)
Dicen unos que una tropa de jinetes, otros la infantería
y otros que una escuadra de navíos, sobre la tierra
oscura es lo más bello; mas yo digo
que es lo que una ama.
Y es muy fácil hacerlo comprensible
a todos: pues aquella que tanto destacaba
en belleza entre todos los humanos, Helena,
a su muy noble esposo
dejándolo tras sí marchó a Troya embarcada
y en nada de su hija o de sus padres
amados se acordó, sino que la sedujo
–aunque ella no quisiera–
Cipris, la diosa que, indómita en su mente,
cumple muy fácilmente lo que piensa:
ahora me ha llevado a recordar
a Anactoria, que no está junto a mí,
y de ella quisiera contemplar
su andar que inspira amor y el centelleo radiante de su rostro
antes que los carruajes de los lidios y antes que los soldados
en pie de guerra.
Safo de Mitilene
(Siglos VII-VI a. C.)
[La traducción de este poema procede del libro Safo. Poemas y testimonios, Acantilado, 2020. Edición y traducción de Aurora Luque]
Helena fue sin lugar a dudas una mujer considerada bella en extremo
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