Aquí está el poema diario que utilizamos para ir fortaleciendo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros alumnos. Si alguien encuentra un bálsamo o un revulsivo en esta diaria medicina, bienvenido sea.
Ciervos y venados, Carl Friedrich Deiker (1871) Un Ciervo se miraba en una hermosa cristalina Fuente; placentero admiraba los enramados cuernos de su frente, pero al ver sus delgadas, largas piernas, al alto cielo daba quejas tiernas. «¡Oh dioses! ¿A qué intento, a esta fábrica hermosa de cabeza construir su cimiento sin guardar proporción en la belleza? ¡Oh qué pesar! ¡Oh qué dolor profundo! ¡No haber gloria cumplida en este mundo!» Hablando de esta suerte el Ciervo, vio venir a un lebrel fiero. Por evitar su muerte, parte al espeso bosque muy ligero; pero el cuerno retarda su salida, con una y otra rama entretejida. Mas libre del apuro a duras penas, dijo con espanto: «Si me veo seguro, pese a mis cuernos, fue por correr tanto; lleve el diablo lo hermoso de mis cuernos, haga mis feos pies el cielo eternos». Así frecuentemente el hombre se deslumbra con lo hermoso; elige lo aparente, abrazando tal vez lo más dañoso; pero escarmiente ahora en tal cabeza: el útil bien es la mejor belleza.
La poesía no debe ser un arma, debe ser un abrazo, un invento, un descubrir a los demás lo que les pasa por dentro, eso, un descubrimiento, un aliento, un aditamento, un estremecimiento. La poesía debe ser obligatoria.
SEGISMUNDO ¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo; aunque, si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Solo quisiera saber, para apurar mis desvelos –dejando a una parte, cielos, el delito de nacer–, qué más os pude ofender, para castigarme más. ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás? Nace el ave, y, con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma, o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad negándose a la piedad del nido que deja en calma; ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y, con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas –gracias al docto pincel–, cuando, atrevido y cruel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto; ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas, y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío; ¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas, sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad del campo abierto a su huida; ¿y teniendo yo más vida, tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón, negar a los hombres sabe privilegio tan süave, excepción tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave?
En las mañanicas del mes de mayo cantan los ruiseñores, retumba el campo. En las mañanicas, como son frescas, cubren ruiseñores las alamedas. Ríense las fuentes tirando perlas a las florecillas que están más cerca. Vístense las plantas de varias sedas, que sacar colores poco les cuesta. Los campos alegran tapetes varios, cantan los ruiseñores, retumba el campo.
En el río Cache la Poudre, Worthington Whittredge (1871)
Detén tu curso, Henares, tan crecido, de aquesta soledad músico, amado, en tanto que, contento, mi ganado goza del bien que pierde este afligido; y en tanto que en el ramo más florido endechas canta el ruiseñor, y el prado tiene de sí al verano enamorado, tomando a mayo su mejor vestido. No cantes más, pues ves que nunca aflojo la rienda al llanto en míseras porfías, sin menguárseme parte del enojo. Que mal parece, si tus aguas frías son lágrimas las más, que triste arrojo, que canten, cuando lloro, siendo mías. Francisco de Quevedo (1580-1645)