domingo, 14 de enero de 2018

Infancia y confesiones

                         El cenador, Henri-Jean Guillaume Martin (1900)

Cuando yo era más joven
(bueno, en realidad, será mejor decir
muy joven)
                   algunos años antes
de conoceros y
recién llegado a la ciudad,
a menudo pensaba en la vida.
                                                      Mi familia
era bastante rica y yo estudiante.

Mi infancia eran recuerdos de una casa
con escuela y despensa y llave en el ropero,
de cuando las familias
acomodadas,
                        como su nombre indica,
veraneaban infinitamente
en Villa Estefanía o en La Torre
del Mirador

                      y más allá continuaba el mundo
con senderos de grava y cenadores
rústicos, decorado de hortensias pomposas,
todo ligeramente egoísta y caduco.

Yo nací (perdonadme)
en la edad de la pérgola y el tenis.

La vida, sin embargo, tenía extraños límites
y lo que es más extraño: una cierta tendencia
retráctil.

                Se contaban historias penosas,
inexplicables sucedidos
dónde no se sabía, caras tristes,
sótanos fríos como templos.
                                                    Algo sordo
perduraba a lo lejos
y era posible, lo decían en casa,
quedarse ciego de un escalofrío.

De mi pequeño reino afortunado
me quedó esta costumbre de calor
y una imposible propensión al mito.


Jaime Gil de Biedma
(Compañeros de viaje, 1959)

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