Aquí está el poema diario que utilizamos para ir fortaleciendo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros alumnos. Si alguien encuentra un bálsamo o un revulsivo en esta diaria medicina, bienvenido sea.
llegaste un mes de abril, en plena exaltación de los diluvios, y el mundo se tiñó de mariposas. no he podido olvidar tus ojos grandes, cuajados de cometas, y tengo todavía entre mis labios tu beso más antiguo. era el tiempo del trigo, de los armiños muertos, de las manos fecundas por la lluvia. los ángeles llevaban en sus pechos doce palomas y un recién nacido y atacaban con odio a los profetas que auguraban desiertos. qué importaba la ausencia de los mapas, qué si jamás habíamos viajado por montañas salvajes. quitadme los zapatos y bailaré con ella. quitadme los sombreros y elevaré sobre los cielos el cáliz de su vientre. hoy quiero celebrar la aurora de la carne y los barcos que arriban a las islas. ya siempre el universo es transparente y las rocas revientan de entusiasmo.
Clemence Isaure, Jules Joseph Lefebvre (1834-1912)
Bella es mi ninfa si los lazos de oro al apacible viento desordena; bella, si de sus ojos enajena el altivo desdén que siempre lloro; bella, si con la luz que sola adoro la tempestad del viento y mar serena; bella, si a la dureza de mi pena vuelve las gracias del celeste coro.
Bella si mansa, bella si terrible, bella si cruda, bella esquiva, y bella si vuelve grave aquella luz del cielo; cuya beldad humana y apacible ni se puede saber lo que es sin vella, ni vista entenderá lo que es el suelo.
Casa en la Costa de Capri, Bernardo Hay (1864-1935)
Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima, silencio que habla, tempestades sin viento, mar sin olas, pájaros presos, doradas fieras adormecidas, topacios impíos como la verdad, otoño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas, playa que la mañana encuentra constelada de ojos, cesta de frutos de fuego, mentira que alimenta, espejos de este mundo, puertas del más allá, pulsación tranquila del mar a mediodía, absoluto que parpadea, páramo.
Mar del Norte bajo la luz de la luna, Caspar David Friedrich (1823-1824)
He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego. Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente. No me abandona. Siempre está a mi lado la sombra de haber sido un desdichado.
Hombre leyendo, John Singer Sargent (1856-1925) Hoy que tú y yo no somos todavía nosotros. Hoy que aún no está claro qué busco y dónde voy. Hoy que esperas saber lo único que importa de alguien: lo que nunca sería y lo que es. Pregunta lo que quieras. Te contaré mi historia, día a día y de principio a fin. He aprendido a nadar en los libros de Conrad; a huir en los poemas de Vallejo y Rimbaud. Hablo cualquier idioma. Viví en todas las épocas. Me llamaban Machado: mi tumba está en Collioure. Lo que sé de la muerte, me lo enseñó Quevedo. Mi nombre es Anna Ajmátova; mi nombre es Sylvia Plath. He luchado con Frankenstein, Drácula y los franceses, y naufragué con Gulliver y Robinson Crusoe. Crucé a caballo América junto a Pablo Neruda. Vine a España con Hemingway en la Guerra Civil. He visto un hombre-lobo y una ballena blanca. Compartí con Cervantes las mazmorras de Argel. He jugado en la India con panteras que hablaban. Vi en un bosque los tigres rojos de William Blake. Dejé sobre la nieve pasos de hombre invisible. He dormido en Comala, Oz y Nunca Jamás. Viajé del Mississippi de Mark Twain hasta Ítaca, la Isla del Tesoro, la Esfinge de Gizeh... He sido dios en Roma, héroe en Grecia y mendigo en el Londres de Dickens y el Madrid de Galdós. Mientras hablaba Góngora, existió Polifemo. Borges puso en mis manos la esfera del Aleph. He llevado en mi dedo el anillo de Tolkien. Navegué siete mares al lado de Simbad. Quise ser Isak Dinesen en las selvas de África; en Moscú, Boris Pasternak y Lorca en Nueva York; y un marinero rubio en brazos de Cernuda; y el hombre que quisiera a Madame Bovary. Si algo sé de la gente real, lo he aprendido de Hamlet o Jane Eyre; Don Juan o Robin Hood; Ligeia me dio el miedo; Ulises, la aventura; Heathcliff me enseñó el odio; D'Artagnan, el valor. En los versos de Alberti escuché a las sirenas. Kafka me llevó a Praga, Victor Hugo a París. He bajado al infierno con Dante, y con Ovidio me he transformado en lluvia, en el eco, en laurel... Sufro como Pavese; fumo al modo de Auden; sonrío como Anne Sexton; bebo igual que Verlaine; Rilke me hizo viajero y Paul Éluard de izquierdas; Pessoa me ha enseñado a fingir que soy yo. Ésa también ha sido mi familia, como tú vas a serlo de todos los que lean y no olviden los poemas que ahora escribo para ti. Benjamín Prado (Ya no es tarde, 2014)