eligió para mí como encendida
quietud tras el ramaje.
No me atreví a moverme.
Mi corazón cosía sus pedazos
de piel entre las hojas.
Solo un perfil mostraba.
Era un ojo que mira
como un hueso de níspero
flotando en el estanque.
Habló mientras la nieve
se cubría de pájaros.
—Hay que vivirlo todo—.
Y en su hocico de musgo
temblaba un avispero.
Después,
suspendido ya el tiempo
atrapada en el ámbar del instante
levantó la cabeza
–su tronco moteado,
sus cuatro extremidades–.
Desde entonces
me digo la verdad.
Cada mañana vuelvo
a la senda vacante
por ver si ella me aguarda.
En las horas de insomnio
siento su lengua que me arde
como un alga en la cara.
Ya me vence el cansancio.
Pero si ella regresa,
si la cierva viniera de nuevo a mis oídos
yo les pondría fin
a estas palabras.
Rosana Acquaroni
(18 ciervas, 2023)
Gracias por traer poesía
ResponderEliminar