Estrellas fugaces, Franz Stuck (1912)
¡Oh refulgentes astros, cuya lumbre el manto oscuro de la noche esmalta,
y que en los altos cercos silenciosos
giráis mudos y eternos;
y oh tú, lánguida luna, que argentada
las tinieblas presides, y los mares
mueves a tu placer, y ahora apacible
señoreas el cielo:
ay, cuántas veces, ay, para mí gratas
vuestro esplendor sagrado ha embellecido
dulces, felices horas de mi vida
que a no tornar volaron!
¡Cuántas veces los pálidos reflejos
de vuestros claros rostros derramados
húmedos resbalar por las colinas
vi apacibles del Betis;
y en su puro cristal vuestra belleza
reverberar con cándidos fulgores
admiré al lado de mi prenda amada,
más que vosotros bella!
Ahora, al brillar en las salobres ondas,
mísero y solo, prófugo y errante,
de todo bien me contempláis desnudo,
y a compasión os muevo.
¡Ay!, ahora mismo vuestras luces claras,
que el mar repite y reverente adoro,
se derraman también sobre el retiro,
donde mi bien me llora.
Tal vez en este instante sus divinos
ojos clava en vosotros, ¡oh, lucientes
astros!, y os pide con lloroso ruego
que no alteréis los mares;
y el trémulo esplendor de vuestras lumbres
en las preciosas lágrimas rïela,
que esmaltan, ¡ay!, sus pálidas mejillas
y más bella la tornan.
Duque de Rivas
(1791-1865)