jueves, 27 de septiembre de 2018

Rima XII

                         Claro del bosque con río, Heinrich Bömer (h. 1930)

    Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hurís del Profeta.


    El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera.
Entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta.

Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera,
y las ondas del Océano
y el laurel de los poetas.


    Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.
            Y sin embargo,
        sé que te quejas,
        porque tus ojos
        crees que la afean:

        pues no lo creas.
Que parecen sus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro,
que al soplo del aire tiemblan.


    Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta,
que en el estío convida
a apagar la sed en ella.
             Y sin embargo,
         sé que te quejas
         porque tus ojos
         crees que la afean:

         pues no lo creas.
Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.


    Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.

              Y sin embargo,
          sé que te quejas
          porque tus ojos
          crees que la afean:

          pues no lo creas.
Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.


    Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizá, si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.


Gustavo Adolfo Bécquer
        (Rimas, 1871)

domingo, 16 de septiembre de 2018

El oso, la mona y el cerdo


             El oso bailarín, William Frederick Witherington (1822)

Un oso, con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.

Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: "¿Qué tal?".
Era perita la mona,
Y respondiole: "Muy mal".

–Yo creo –replicó el oso–
que me haces poco favor.
Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?

Estaba el cerdo presente,
y dijo: "¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto ni verá".

Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto,
hubo de exclamar así:

"Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar".

Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
Si el necio aplaude, ¡peor!


Tomás de Iriarte
      (1750-1791) 
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