viernes, 28 de febrero de 2014

Romance de la pena negra

                    El aseo de la gitana, Édouard Debat-Ponsan (1896)

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad: ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay mis camisas de hilo!
¡Ay mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya. 


                      *

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!


Federico García Lorca
(Romancero gitano, 1928)

miércoles, 26 de febrero de 2014

Arte poética

              Construcción espiral, Umberto Boccioni (1913)

Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.


Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata,


Estamos en el ciclo de los nervios,
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa ¡oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema;


Solo para vosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.


El Poeta es un pequeño Dios.

Vicente Huidobro
(El espejo de agua, 1916)

sábado, 22 de febrero de 2014

XLV

                         La ola, Albert Bierstadt (1830-1902)

    Morir... ¿Caer como gota
de mar en el mar inmenso?
¿O ser lo que nunca he sido:
uno, sin sombra y sin sueño,
un solitario que avanza
sin camino y sin espejo?


Antonio Machado
(Campos de Castilla, 1912-1917)

sábado, 15 de febrero de 2014

No estás en ti, belleza innúmera

                      Gruta azul, João Batista da Costa (1898)

    ¡No estás en ti, belleza innúmera,
que con tu fin me tientas, infinita,
a un sinfín de deleites!

    ¡Estás en mí, que te penetro
hasta el fondo, anhelando, cada instante,
traspasar los nadires más ocultos!

    ¡Estás en mí, que tengo
en mi pecho la aurora
y en mi espalda el poniente
quemándome, trasparentándome
en una sola llama
; estás en mí, que te entro
en tu cuerpo mi alma
insaciable y eterna!


Juan Ramón Jiménez
(Piedra y cielo, 1919)

jueves, 13 de febrero de 2014

El poema

                Bodegón de flores, Ivan Vavpotič  (1943)

    ¡No le toques ya más,
que así es la rosa!

Juan Ramón Jiménez
(Piedra y cielo, 1919)

sábado, 8 de febrero de 2014

Caminante, son tus huellas

                  Alameda en otoño, Walter Moras (1856-1925)

    Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas en la mar.


 Antonio Machado
(Campos de Castilla, 1912-1917)

lunes, 3 de febrero de 2014

Ite, missa est

          Julieta, Philip Hermogenes Calderon (1888)

    Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al son de una dulce lira crepuscular.

    Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar;
su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa,
sus labios son los únicos labios para besar.

    Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
apoyada en mi brazo como convaleciente,
me mirará asombrada con íntimo pavor;

    la enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré la llama de la vestal intacta,
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!


Rubén Darío
(Prosas profanas, 1896)
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