martes, 23 de junio de 2020

Junio

   Bosque con un arroyo, Carl Frederik Aagaard (1885)

Oh, sé que he de buscarte
cuando el otoño abrume con sus frutos goteantes
    la tierra,
cuando las mozas pasen mordiendo los racimos
como si fueran labios,
cuando las piernas rudas de los hombres
se tiñan con la sangre púrpura de las vides
y quede una canción flotando en el azul helor de la tarde
   madura.
Oh, sé que he de buscarte.
Cuando caiga en el río el beso desmayado de la última

    adelfa 
buscaré tus pisadas sobre la arena tibia
donde tu cuerpo expiraba bajo el mío
como un tallo verde en el suspenso mediodía.
Oh, sé que he de buscarte
cuando el dormido cisne del otoño aletee en su nido;
pero Junio es ahora un pastor silencioso
que coronan los oros sagrados de la trilla,
y yo bebo en tu cuerpo la música desnuda
que languidece en los violines lentos de la siesta.
Oh, yo sé que he de buscarte
cuando la campiña despierte del letargo amarillo
    de los élitros;
pero ahora es tu cuerpo solo, tu cuerpo junto al mío,
mientras Junio incendia de felicidad los montes
    más lejanos
y el río besa tímidamente nuestros pies
como si Narciso nos contemplara con sus diluidos ojos
    verdes de agua.


Pablo García Baena
(Junio, 1957)

viernes, 19 de junio de 2020

Serenata en voz activa

 
                                         Ciclista, Natalia Goncharova (1913)

todo el dolor del mundo
lo traigo en el chaleco.
tic-tac, solloza
por tus ojos de almendra.
mi bicicleta joven
relincha en tu portada.
cómo llora su grupa
tu balanza en huida.
por un montón de libros
me aúpo a tu balcón.
(la escala de romeo
se rompió toda en música)
en mis brazos disuelves
tu color y tu aroma.
minuto impresionista.
desnudez esquemática.
qué gélida oquedad.
qué garabato lívido.
solo heine podría
doblar en esa torre.
no fue un timbre de alondra.
sino un pitazo obscuro.
(en despeinada fuga
tus ventosas me arranco)
no sé por qué ahora finges
dramáticas linternas.
es de un ínfimo precio
tu traje sirenaico.
ni sé por qué te arrojas
desde un terrado incierto.
melibea en disfraz,
ya no puedes sumarte.
-adiós, adiós- te dice
la bocina en un lloro.
y mi gorra de hule
signa el aire enlutado.

Emeterio Gutiérrez Albelo
(Romanticismo y cuenta nueva, 1933)

sábado, 13 de junio de 2020

La montaña rusa

                             316, Wassily Kandinsky (1940)

Durante medio siglo la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices.

Nicanor Parra
(Versos de salón, 1962)

viernes, 5 de junio de 2020

Norma y paraíso de los negros

               Noche de primavera en el río Harlem, Ernest Lawson (1913)

    Odian la sombra del pájaro
sobre el pleamar de la blanca mejilla
y el conflicto de luz y viento
en el salón de la nieve fría.

    Odian la flecha sin cuerpo,
el pañuelo exacto de la despedida,
la aguja que mantiene presión y rosa
en el gramíneo rubor de la sonrisa.

    Aman el azul desierto,
las vacilantes expresiones bovinas,
la mentirosa luna de los polos,
la danza curva del agua en la orilla.

    Con la ciencia del tronco y del rastro
llenan de nervios luminosos la arcilla
y patinan lúbricos por aguas y arenas
gustando la amarga frescura de su milenaria saliva.

    Es por el azul crujiente,
azul sin un gusano ni una huella dormida,
donde los huevos de avestruz quedan eternos
y deambulan intactas las lluvias bailarinas.

    Es por el azul sin historia,
azul de una noche sin temor de día,
azul donde el desnudo del viento va quebrando
los camellos sonámbulos de las nubes vacías.

    Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba.
Allí los corales empapan la desesperación de la tinta,
los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles
y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas.

Federico García Lorca
(Poeta en Nueva York, 1929-1930)
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