Aquí está el poema diario que utilizamos para ir fortaleciendo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros alumnos. Si alguien encuentra un bálsamo o un revulsivo en esta diaria medicina, bienvenido sea.
martes, 25 de junio de 2013
Volveremos a vernos
Volveremos a vernos donde siempre es de día
y los feos son guapos y eternamente jóvenes,
donde los poderosos no abusan de los débiles
y cuelgan de los árboles juguetes y tebeos.
En ese hogar de luz que no hiere los ojos
volveremos tú y yo a decirnos bobadas
cogidos de la mano, viendo morir las olas
sin agobios ni prisas, donde el sol no se pone.
Y viviré en tus labios el amor que la Tierra
sintiera por el Cielo cuando el mundo era un niño,
y el tiempo dejará de salmodiar su lúgubre
canción de despedida mientras nos abrazamos.
Luis Alberto de Cuenca
(El hacha y la rosa, 1993)
domingo, 23 de junio de 2013
La lechera
La lechera, Jean-Baptiste Huet (1745-1811)
Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte:
¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz lechera,
y decía entre sí de esta manera:
"Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
merodeen cantando el pío, pío.
Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino;
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarelo al mercado;
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña."
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh, loca fantasía,
qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que, saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.
Félix María de Samaniego
(1745-1801)
sábado, 15 de junio de 2013
Juguemos, Nisa mía
La sorpresa, Jean-Antoine Watteau (1684-1721)
Juguemos, Nisa mía,
y cuando el sol dorado
forme el rosado día
o lo esconda inclinado
en las hesperias olas,
hállenos siempre a solas
en retozos y en juegos.
Yo, enamorado y ciego,
te diré: «¡Ay, palomita!»,
y tú con voz blandita
me dirás: «Pichón mío»;
y cuando en el exceso
de mi furor te diga:
«Dame, paloma, un beso»,
tú a mi cuello enredados
los dos brazos, amiga,
mil y mil delicados
y otros mil has de darme,
y vibrando de prisa
la lengüita al besarme,
me herirás de un muerdito,
diciéndome: «¡Ay!, ¿no es Nisa
tu palomita, hijito,
tu miel y tu dulzura?
Tuya soy, ¡qué ventura!
Más, más bésame, y mira
cuál bullen descubiertos
mis pechos tan cargados
por ti que ya retiran
la holanda en que guardados
estaban. ¡Ay!, ¿dó vas?, ¿dónde
tu dedo, ¡ay, ay!, se esconde
lascivo?, ¿qué hacemos...?»
Así, Nisa, juguemos,
así, mientras floridos
ambos gozar podemos
de Venus la dulzura.
Ni en vano huyan perdidos
nuestros tiempos mejores,
que ya con mil dolores
la vejez se apresura,
y en llegando, mi vida,
la fuerza ya perdida,
¡ay me!, la tos oscura
vendrá en desquite luego
del retozo y del juego.
Juan Meléndez Valdés
(1754-1817)
sábado, 8 de junio de 2013
Mira, Zaide, que te aviso
Una belleza oriental, Léon Comerre (1850-1916)
"Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me placen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentil hombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado por linaje,
el gallo de las bravatas,
la nata de los donaires,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte;
y por este inconveniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades
y habrá menester ponerte
quien quisiere sustentarte
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide.
Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque quieren los briosos,
que rompan y que desgarren;
mas, tras esto, Zaide, amigo,
si algún convite te hacen,
al plato de sus favores,
quieren que comas y calles.
Costoso fue el te que hice;
venturoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras
como supiste obligarme.
Apenas fuiste salido
de los jardines de Tarfe
cuando hiciste de la tuya
y de mi desdicha alarde.
A un morito mal nacido
me dicen que le enseñaste
la trenza de mis cabellos
que te puse en el turbante.
No quiero que me la vuelvas
ni quiero que me la guardes,
mas quiero que entiendas, moro,
que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo,
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río;
¡qué donoso disparate!
No guardas tú tu secreto
¿y quieres que otro lo guarde?
No quiero admitir disculpa;
otra vez vuelvo a avisarte
que esta será la postrera
que me hables y te hable."
Dijo la discreta Zaida
a un altivo abencerraje,
y al despedirle, repite:
"Quien tal hace, que tal pague."
Lope de Vega
(1562-1635)
"Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me placen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentil hombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado por linaje,
el gallo de las bravatas,
la nata de los donaires,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte;
y por este inconveniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades
y habrá menester ponerte
quien quisiere sustentarte
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide.
Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque quieren los briosos,
que rompan y que desgarren;
mas, tras esto, Zaide, amigo,
si algún convite te hacen,
al plato de sus favores,
quieren que comas y calles.
Costoso fue el te que hice;
venturoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras
como supiste obligarme.
Apenas fuiste salido
de los jardines de Tarfe
cuando hiciste de la tuya
y de mi desdicha alarde.
A un morito mal nacido
me dicen que le enseñaste
la trenza de mis cabellos
que te puse en el turbante.
No quiero que me la vuelvas
ni quiero que me la guardes,
mas quiero que entiendas, moro,
que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo,
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río;
¡qué donoso disparate!
No guardas tú tu secreto
¿y quieres que otro lo guarde?
No quiero admitir disculpa;
otra vez vuelvo a avisarte
que esta será la postrera
que me hables y te hable."
Dijo la discreta Zaida
a un altivo abencerraje,
y al despedirle, repite:
"Quien tal hace, que tal pague."
Lope de Vega
(1562-1635)
lunes, 3 de junio de 2013
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
Retrato de Francisco de Quevedo, Velázquez (1599-1660)
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Francisco de Quevedo
(1580-1645)
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