sábado, 15 de junio de 2013

Juguemos, Nisa mía

La sorpresa, Jean-Antoine Watteau (1684-1721)

Juguemos, Nisa mía,
y cuando el sol dorado
forme el rosado día
o lo esconda inclinado
en las hesperias olas,
hállenos siempre a solas
en retozos y en juegos.
Yo, enamorado y ciego,
te diré: «¡Ay, palomita!»,
y tú con voz blandita
me dirás: «Pichón mío»;
y cuando en el exceso
de mi furor te diga:
«Dame, paloma, un beso»,
tú a mi cuello enredados
los dos brazos, amiga,
mil y mil delicados
y otros mil has de darme,
y vibrando de prisa
la lengüita al besarme,
me herirás de un muerdito,
diciéndome: «¡Ay!, ¿no es Nisa
tu palomita, hijito,
tu miel y tu dulzura?
Tuya soy, ¡qué ventura!
Más, más bésame, y mira
cuál bullen descubiertos
mis pechos tan cargados
por ti que ya retiran
la holanda en que guardados
estaban. ¡Ay!, ¿dó vas?, ¿dónde
tu dedo, ¡ay, ay!, se esconde
lascivo?, ¿qué hacemos...?»
Así, Nisa, juguemos,
así, mientras floridos
ambos gozar podemos
de Venus la dulzura.
Ni en vano huyan perdidos
nuestros tiempos mejores,
que ya con mil dolores
la vejez se apresura,
y en llegando, mi vida,
la fuerza ya perdida,
¡ay me!, la tos oscura
vendrá en desquite luego
del retozo y del juego.
 

Juan Meléndez Valdés
(1754-1817)

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