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miércoles, 12 de junio de 2024

Madrigal de las once

   Vista de la bahía de Nápoles, Carl Frederik Aagaard (h. 1871)

Desnudas han caído
las once campanadas.

Picotean la sombra de los árboles
las gallinas pintadas
y un enjambre de abejas
va rezumbando encima.

                                           La mañana
ha roto su collar desde la torre.

En los troncos, se rascan las cigarras.

Por detrás de la verja del jardín,
resbala,
               quieta,
                           tu sombrilla blanca.

Dámaso Alonso
(Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921)

martes, 7 de junio de 2022

Nuestra heredad

        Luis de Góngora y Argote, Diego Velázquez (h.1622)

    Juan de la Cruz prurito de Dios siente,
furia estética a Góngora agiganta,
Lope chorrea vida y vida canta:
tres frenesís de nuestra sangre ardiente.

    Quevedo prensa pensamiento hirviente;
Calderón en sistema lo atiranta;
León, herido, al cielo se levanta;
Juan Ruiz, ¡qué cráter de hombredad bullente!

    Teresa es pueblo, y habla como un oro;
Garcilaso un fluir, melancolía;
Cervantes, toda la Naturaleza.

    Hermanos en mi lengua, qué tesoro
nuestra heredad –oh, amor; oh poesía–,
esta lengua que hablamos –oh belleza–.

Dámaso Alonso
(Tres sonetos sobre la lengua castellana, 1958)

viernes, 8 de noviembre de 2019

Cómo era

                            Amor, Gustav Klimt (1862-1918)
                                                                                        ¿Cómo era Dios mío, cómo era?
                                                                                                     Juan Ramón Jiménez

La puerta franca.
                               Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,
 

y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras Ella me llena el alma toda.


Dámaso Alonso
(Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921)

jueves, 31 de marzo de 2016

Insomnio

              Figura blanca, Wassily Kandinsky (1943)

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que
me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz 
de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi
alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso
(Hijos de la ira, 1944)

viernes, 23 de abril de 2010

Voz del árbol

¿Qué me quiere tu mano?
¿Qué deseas de mí, dime, árbol mío?
...Te impulsaba la brisa: pero el gesto
era tuyo, era tuyo.

Como el niño, cuajado de ternura
que le brota en la entraña y que no sabe
expresar, lentamente, tristemente,
me pasaste la mano por el rostro,
me acarició tu rama.

¡Qué suavidad había
en el roce! ¡Cuán tersa
debe de ser tu voz! ¿Qué me preguntas?
Di, ¿qué me quieres, árbol, árbol, mío?

La terca piedra estéril,
concentrada en su luto
-frenética mudez o grito inmóvil-,
expresa duramente,
llega a decir su duelo
a fuerza de silencio atesorado.

El hombre
-oh agorero croar, oh aullido inútil-
es voz en viento: sólo voz en aire.
Nunca el viento y la mar oirán sus quejas.
Ay, nunca el cielo entenderá su grito;
nunca, nunca, los hombres.

Entre el hombre y la roca,
¡con qué melancolía
sabes comunicarme tu tristeza,
árbol, tú, triste y bueno, tú el más hondo,
el más oscuro de los seres! ¡ Torpe
condensación soturna
de tenebrosos jugos minerales,
materia en suave hervor lento, cerrada
en voluntad de ser, donde lo inerte
con ardua afinidad de fuerzas sube
a total frenesí! ¡Tú, genio, furia,
expresión de la tierra dolorida,
que te eriges, agudo, contra el cielo,
como un ay, como llama,
como un clamor! Al fin monstruo con brazos,
garras y cabellera:
¡oh suave, triste, dulce monstruo verde,
tan verdemente pensativo,
con hondura de tiempo,
con silencio de Dios!

No sé qué altas señales
lejanas, de un amor triste y difuso,
de un gran amor de nieblas y luceros,
traer querría tu ramita verde
que, con el viento, ahora
me está rozando el rostro.
Yo ignoro su mensaje
profundo. La he cogido, la he besado.
(Un largo beso.)
............................¡Mas no sé qué quieres
decirme!

Dámaso Alonso
(Hijos de la ira, 1944)

lunes, 1 de marzo de 2010

Calle del arrabal

Se me quedó en lo hondo
una visión tan clara,
que tengo que entornar los ojos cuando
intento recordarla.

A un lado, hay un calvero de solares;
en frente, están las casas alineadas
porque esperan que de un momento a otro
la Primavera pasará.

..................................Las sábanas,
aún goteantes, penden
de todas las ventanas,
el viento juega con el sol en ellas
y ellas ríen del juego y de la gracia.

Y hay las niñas bonitas
que se peinan al aire libre.

..............................................Cantan
los chicos de una escuela la lección.
Las once dan.

.........................Por el arroyo pasa
un viejo cojitranco
que empuja su carrito de naranjas.

Dámaso Alonso
(Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921)
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