martes, 23 de abril de 2024

El agua que está en la alberca

                           Chopos en el Epte, Claude Monet (h. 1900)

El agua que está en la alberca
y el verde chopo son novios
y se miran todo el día
el uno al otro.
En las tardes otoñales,
cuando hace viento, se enfadan:
el agua mueve sus ondas,
el chopo sus ramas;
las inquietudes del árbol
en la alberca se confunden
con inquietudes de agua.
Ahora que es la primavera,
vuelve el cariño; se pasan
toda la tarde besándose
silenciosamente. Pero
un pajarillo que baja
desde el chopo a beber agua,
turba la serenidad
del beso con temblor vago.
Y el alma del chopo tiembla
dentro del alma del agua.

Pedro Salinas
(Presagios, 1924)

viernes, 19 de abril de 2024

Ser

                                      Perfume, Luigi Russolo (1910)

Ser.
Fábrica de ideas.
Fábrica de sensaciones.
¡Revolución de todos
los motores!

Ser y ser.
Energía continua.
Dinamismo.
Evolución.

Así siempre.
Y cerca de los astros.

¡Ser!

Concha Méndez
(Surtidor, 1928)

domingo, 14 de abril de 2024

Abril

  Chopos en Moret-sur-Loing una tarde de agosto,  Alfred Sisley (a. 1899)

–El chamariz en el chopo. 
–¿Y qué más?
–El chopo en el cielo azul. 
–¿Y qué más?
–El cielo azul en el agua. 
–¿Y qué más?
–El agua en la hojita nueva. 
–¿Y qué más?
–La hojita nueva en la rosa. 
–¿Y qué más?
–La rosa en mi corazón. 
–¿Y qué más?
–¡Mi corazón en el tuyo!

Juan Ramón Jiménez
(Baladas de primavera, 1907)

jueves, 11 de abril de 2024

Canción quechua

            El corazón de los Andes, Frederic Edwin Church (1826-1900)

Donde fue Tihuantisuyo,
nacían los indios.
Llegábamos a la puna
con danzas, con himnos.

Silbaban quenas, ardían
dos mil fuegos vivos.
Cantaban Coyas de oro
y Amautas benditos.

Bajaste ciego de soles,
volando dormido,
para hallar viudos los aires
de llama y de indio.

Y donde eran maizales
ver subir el trigo
y en lugar de las vicuñas
topar los novillos.

¡Regresa a tu Pachacamac,
En Vano Venido,
Indio loco, Indio que nace,
pájaro perdido!

Gabriela Mistral
(Ternura,1924)

miércoles, 3 de abril de 2024

En un jardín te he soñado

        En el jardín, Childe Hassam (a. 1935)

    En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
    Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.
    En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño –juntos estamos–
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.
    (Uno: Mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: No puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer.)

Antonio Machado
(Nuevas canciones, 1917-1930)

domingo, 31 de marzo de 2024

Ya no

Jacques Martin-Ferrières en Marquayrol, Henri-Jean Guillaume Martin (1910)

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.

Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.

No volverá a tocarte.

No te veré morir.

Idea Vilariño
(Poemas de amor, 1957)

jueves, 28 de marzo de 2024

Fuera menos penado si no fuera

                   En el jardín, Henri-Jean Guillaume Martin (h. 1900)

Fuera menos penado, si no fuera
nardo tu tez para mi vista, nardo,
cardo tu piel para mi tacto, cardo,
tuera tu voz para mi oído, tuera.

Tuera es tu voz para mi oído, tuera,
y ardo en tu voz y en tu alrededor ardo,
y tardo a arder lo que a ofrecerte tardo
miera, mi voz para la tuya, miera.

Zarza es tu mano si la tiento, zarza,
ola tu cuerpo si lo alcanzo, ola,
cerca una vez, pero un millar no cerca.

Garza es mi pena, esbelta y negra garza,
sola como un suspiro y un ay, sola,
terca en su error y en su desgracia terca.

Miguel Hernández
(El silbo vulnerado, 1943-1935)

lunes, 25 de marzo de 2024

El remanso

Río en un bosque de hayas y anémonas blancasPeder Mørk Mønsted (1898)

Río cansado se acogió a la sombra
de los árboles dulces..., de los árboles
serenos que no tienen que correr…
Y allí se quedó en gracia de recodo.

Ya está el remanso. Mínimas raíces
lo fijan a la orilla de su alma:
Reflejando las luces y las sombras,
se duermen con un sueño sin distancias…

Es mediodía: Por el cielo azul
una paloma pasa…
El río está tan quieto
que el gavilán, oculto entre las ramas,
no sabe ya por un instante
dónde tender el vuelo con la garra:
Si al fino pájaro del aire
o al pájaro, más fino aún, del agua…

Dulce María Loynaz
(Juegos de agua, 1947)

viernes, 22 de marzo de 2024

Poema mariposa

                      El murmullo del mar, Delphin Enjolras (1865-1945)

En el aire estaba
impreciso, tenue, el poema.
Imprecisa también
llegó la mariposa nocturna,
ni hermosa ni agorera,
a perderse entre biombos de papeles.
La deshilada, débil cinta de palabras
se disipó con ella.
¿Volverán ambas?
Quizás, en un momento de la noche,
cuando ya no quiera escribir
algo más agorero acaso
que esa escondida mariposa
que evita la luz,
como las Dichas.

Ida Vitale
(Procura de lo imposible, 1998)

domingo, 25 de febrero de 2024

Malagueñas

                       Sevilla. El baile, Joaquín Sorolla (1915)

Yo pensaba haber cogido
la naranja y el azahar...
Con hacer leña del tronco
me tuve que contentar.

No solo canta el que canta, 
que también canta el que llora...
No hay penita ni alegría
que se quede sin su copla.

Han alargado tu calle,
que ahora llega hasta la plaza,
y antes no llegaba más 
que a la puerta de tu casa.

Ya te lo decía yo
que aquello se acabaría:
que en la casa de los pobres
dura poco la alegría.

Manuel Machado
(Cante hondo, 1912)

sábado, 17 de febrero de 2024

Frescas guirnaldas de rosas

                          El beso, Francesco Hayez (1859)

                          MARÍA
Frescas guirnaldas de rosas
en los arcos colocad;
cubrid de lirios el suelo
y mi cámara adornad
con manojos de claveles
y con ramos de azahar,
que mi amor regresa y gusta
entre flores reposar. [...]
¡Don Pedro!

                           PEDRO
                       ¡Doña María,
felices ojos que van
a verte después de tantas
horas que ciegos están! [...]

                           MARÍA
¡Mi corazón va a romperse
de tanta felicidad!
¿Cómo llegasteis tan pronto?

                           PEDRO
Un deseo de mirar
tus pupilas, de sentirte
entre mis brazos temblar
me acometió de repente...
Volví rienda a mi alazán...
Nadie sabe mi partida
ni nadie me ha visto entrar... [...]

                           MARÍA
¡Oh dulces verdades y tiernas mentiras!
¡Qué alegres mis manos en tus manos presas!
Se apagan mis ojos si tú no los miras;
se secan mis labios si tú no los besas...
A tu lado todo de gozo florece...
¡Viéndome en tus ojos recobro la calma,
porque al verme en ellos, señor, me parece
que miro mi alma dentro de tu alma!

Francisco Villaespesa
(Doña María de Padilla, 1913)

domingo, 11 de febrero de 2024

Las violetas

Jóvenes recogiendo flores junto a un río, John William Waterhouse (1909)

Esmaltan el contorno entero de la fuente,
Y son cual pebeteros que aroman la corriente.
Recogiéndolas sufro por la glotona pena
De que no quepan todas en mi canasta llena.

Allí las plantó un mago para que cada moza
Que llene en esas fuentes sus ánforas de loza
Sienta la tentación de prenderlas al seno
Como en un raro búcaro opulento y moreno.

¿Quieres tú una? Aspírala. ¡Si parecen de miel
Y dejan largo rato su perfume en la piel!
Exprímela en los labios. ¡Qué picante sabor!

Juraría que guarda cada cáliz, amor.
Tal vez por eso un mago las plantó allí en la fuente
Para hacer algún filtro con la clara corriente.

Juana de Ibarbourou
(Las lenguas de diamante, 1919)

jueves, 1 de febrero de 2024

Adiós a las vistas

            Lago de Lugano desde el puente Tresa, Janus la Cour (1875)

No guardo rencor a la primavera
por haber vuelto.
No la culpo
de cumplir con sus deberes
año tras año.

Comprendo que mi tristeza
no detendrá el verdor.
Si la hierba vacila
se debe solo al viento.

No me duele que los alisos
inclinados sobre el agua
vuelvan a tener con que susurrar.

Acepto de buen grado
que —como si aún vivieras—
la orilla de cierto lago
siga tan bella como antes.

No les reprocho a las vistas
las vistas a una bahía
deslumbrada por el sol.

Incluso soy capaz de imaginar
que unos no-nosotros
están en este momento sentados
en el tronco caído de un abedul.

Respeto su derecho
al bisbiseo, a la risa
y al silencio feliz.

Incluso les supongo
por amor unidos,
y que él la rodea
con un brazo vivo.

Algo súbito, algo pajaril
cruje entre el juncal.
De corazón les deseo
que lo oigan.

No pido cambios
a las olas de la orilla,
ora ágiles, ora perezosas,
que, a mí, no me obedecen.

No exijo nada
del remanso del bosque,
ya esmeralda,
ya zafiro,
ya negro.

Solo con un detalle no me conformo.
Con mi propio regreso al lugar.
Con el privilegio de la presencia.
Presento mi renuncia.

No he vivido más que tú,
sino solo lo bastante
para pensar de lejos.

Wisława Szymborska
(Fin y principio, 1993)

[Traducción de Ana Mª Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski]

sábado, 27 de enero de 2024

Los cisnes

                  Un lago en Long Island, William Merritt Chase (1890)

                                               I

    ¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?
    Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas es la misma canción.
    A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez. 
    Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes pálidas sus caricias más puras, 
y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas oscuras.
    Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.
    Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.
    Faltos de los alientos que dan las grandes cosas,
¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
y a falta de victorias busquemos los halagos.
    La América española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.
    ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
    He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros, 
que habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos potros
y el estertor postrero de un caduco león...
    ...Y un Cisne negro dijo: «La noche anuncia el día».
Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal, la aurora
es inmortal!» ¡Oh tierras de sol y de armonía,
aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!

Rubén Darío
(Cantos de vida y esperanza, 1905)

miércoles, 10 de enero de 2024

XXV

Dama elegante con un ramo de rosas, Émile Vernon (1872-1920)

Cuando en la noche te envuelven
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
             diera, alma mía,
             cuanto poseo, 
             ¡la luz, el aire
             y el pensamiento!

Cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento 
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
            diera, alma mía,
            cuanto deseo,
            ¡la fama, el oro,
            la gloria, el genio!

Cuando enmudece tu lengua
y se apresura tu aliento,
y tus mejillas se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
            diera, alma mía,
            por cuanto espero,
            la fe, el espíritu,
            la tierra, el cielo.

Gustavo Adolfo Bécquer
            (Rimas, 1871)

sábado, 6 de enero de 2024

Oriental

                        Vista de La Alhambra, Louis Gurlitt (1812-1897)

Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.

Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo este a una mujer
que entre sus brazos lloraba:

"Enjuga el llanto, cristiana;
no me atormentes así;
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.

Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores;

y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza;

y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mío.

Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado;

allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.

Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan,
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.

Sultana serás si quieres,
que, desiertos mis salones,
está mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.

Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira, chales.

Yo te daré blancas plumas
para que adornes tu frente:
más blancas que las espumas
de nuestros mares de Oriente;

y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios… ¡amor!"

"¿Qué me valen tus riquezas
–respondiole la cristiana–,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?

Vuélveme, vuélveme, moro,
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada".

Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo, como quien medita
(en la mejilla, una lágrima):

"Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,

y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores:
vete con tus caballeros".

Y dándola su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

José Zorrilla
(Poesías, 1837)

martes, 2 de enero de 2024

Cenicientas las aguas, los desnudos

                 Lluvia en Mont Plaisant, Albert Marquet (1944)

Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo;
triste, en la tierra, el color gris domina,
            ¡el color de los viejos!

De cuando en cuando de la lluvia el sordo
           rumor suena, y el viento
           al pasar por el bosque
           silba o finge lamentos
tan extraños, tan hondos y dolientes
que parece que llaman por los muertos.

Seguido del mastín, que helado tiembla,
          el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;
          el campo está desierto,
y tan solo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gaviota,
          mientras graznan los cuervos.

          Yo desde mi ventana,
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
          el discorde concierto
          simpático a mi alma...
          ¡Oh, mi amigo el invierno!,
mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?

¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros,
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!

Rosalía De Castro
(En las orillas del Sar, 1884)
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