sábado, 6 de enero de 2024

Oriental

                        Vista de La Alhambra, Louis Gurlitt (1812-1897)

Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.

Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo este a una mujer
que entre sus brazos lloraba:

"Enjuga el llanto, cristiana;
no me atormentes así;
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.

Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores;

y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza;

y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mío.

Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado;

allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.

Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan,
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.

Sultana serás si quieres,
que, desiertos mis salones,
está mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.

Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira, chales.

Yo te daré blancas plumas
para que adornes tu frente:
más blancas que las espumas
de nuestros mares de Oriente;

y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios… ¡amor!"

"¿Qué me valen tus riquezas
–respondiole la cristiana–,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?

Vuélveme, vuélveme, moro,
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada".

Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo, como quien medita
(en la mejilla, una lágrima):

"Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,

y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores:
vete con tus caballeros".

Y dándola su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

José Zorrilla
(Poesías, 1837)

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