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jueves, 14 de noviembre de 2024

La isla

                          Sin título, Alfred Thompson Bricher (1879)

Deslizándome en el agua
hasta la Isla he venido.
He vagado entre sus brisas.
Y por su costa he corrido.

Del mar salí llena de algas,
con el bañador ceñido.
Y tras andar por la Isla,
bajo un árbol he dormido.

¡Qué soledad suntuosa!
¡Qué espléndida soledad!
¡Y qué fatigosa vida
la vida de la ciudad!

Concha Méndez
(Surtidor, 1928)

miércoles, 6 de noviembre de 2024

En la tierra de nadie

                      Camino otoñal en Rissen, Arnold Lyongrün (1920)

En la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.

Unos dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Otros “saben” que vuelvo, aunque me calle;
y mi ruta más cierta yo no digo.

Intenté demostrar que a donde voy
es a mí, solo a mí, para tenerme.
Y sonríen al oír, porque ellos todos
son la gente que va, pero que vuelve.

Escuchadme una vez: ya no me importan
los caminos de aquí, que tanto valen.
Porque anduve una vez, ya me he parado
para ahincarme en la tierra que es de nadie.

Carmen Conde
(En la tierra de nadie, 1960)

sábado, 2 de noviembre de 2024

Y te quise traer un ciprés de Castilla

            Valle en la Sierra del Guadarrama, Carlos de Haes (h. 1870)

                                                                A J.J., que ahora contempla, sin 
                                                               dolor, ese paisaje que tanto amó

Y te quise traer un ciprés de Castilla
que hundiera sus raíces hasta tocar tus huesos:
Castilla que cantaste y amaste con locura
cuando faltó a tus pies su barbecho fecundo.

Raíces en lo hondo; copa esbelta en el cielo.
No ese ciprés de Silos que Gerardo cantara,
sino un ciprés aún tierno que creciese a tu vera
señalando al que pase la ruta que seguiste.

Así todos verían al levantar los ojos,
que ya no estás ahí donde tu nombre queda,
porque el ciprés, cual índice de verdor y esperanza,
guiaría su vista a tu verdad inmutable.

¡Qué guardia de cipreses en la tarde de oro!
Y me acordé de ti y de aquellos poemas;
y de los que, después, colmaste de ese Amor
que te acunó la muerte.
Yo te quise traer un ciprés de Castilla.
¿Para qué? me pregunto. ¡Si ya la tienes toda!

Ernestina de Champourcín
(Cartas cerradas, 1968)

martes, 29 de octubre de 2024

El río recién nacido

              Arroyo en el bosque, Henri Biva (1848-1929)

El poeta de ciudad
se va al campo a respirar.
Montado en su bicicleta,
se va a la montaña el poeta.
—¡Mira un lirio!
¡Qué delirio!
Huele a tomillo y a menta.
Este aire puro alimenta.

No se oye nada. ¡Silencio!
Solo se oye el viento lento.
(El poeta canta
y a los mosquitos espanta).

De pronto, una cosa mágica descubre.
Chorrito de agua a la montaña cubre.
El río recién nacido.
Un hilo de agua entre las piedras,
míralo, no te lo pierdas.
(El agua recién nacida aún sabe a nieve).
Es agua clara y fresca.
El poeta se refresca.
¡Agua en la piedra!
Es algo de belleza que nace.
El saltamontes salta.
La oveja pace.

El poeta volvió alegre a la ciudad.
Del ruido y del coche,
volvió de noche,
y dijo: —¿Sabéis por qué me río?
¡Porque he visto nacer un río!

Gloria Fuertes
(Versos fritos, 1994)

jueves, 17 de octubre de 2024

San Poeta Labrador

                                   El segador, Hans Olde (1893)

Yo era poeta labrador.
Mi campo era amarillo y áspero.
Todos los días yo sudaba
y lloraba para ablandarlo.
Tras de los bueyes, lentos, firmes,
iba la reja de arado.
Mis surcos eran largos, hondos.
(Mis versos eran hondos, largos.)
Por el otoño lo sembraba
sin desmayar, año tras año.
Iba un puñado de belleza
por cada puñado de grano.
Y un puñadito de verdad.
(Esto sin que lo viera el amo.)

Año tras año lo segaba
bajo los fuegos del verano:
de hambre y dolor era la siega,
de hambre y de dolor y desengaño.
Por san poeta labrador,
a mediados del mes de mayo,
cuando en la Iglesia Catedral
arden las velas del milagro,
me arrodillé sobre la piedra
antes de que cantara el gallo
y estuve así, reza que reza,
la frente humilde, en cruz los brazos.
A Dios el Padre, a Dios el Hijo
y a Dios el Espíritu Santo,
con toda urgencia les pedía
que nos echaran una mano.

Pedía por todos los buenos,
por los que dicen que son malos.
Por los sordos con buen oído,
y por los ciegos de ojos sanos.
Por los soldaditos de plomo
y por el plomo de los soldados.
Por los de estómago vacío
y por los curados de espanto.
Por los niños del culo al aire
y por las niñas de ojos pasmados.
Por las madres de pechos secos
y por los abuelos borrachos.
Por los caídos en la nieve,
por los quemados del verano,
por los que duermen en la cárcel,
por los que velan en el páramo,
por los que gritan a los vientos,
por los que callan asustados,
por los que tienen sed y esperan
y por los desesperanzados.
Ardientemente, largas horas,
estuve así pidiendo, orando.

Con las rodillas desolladas,
sabor a incienso en mis labios,
yo, San Poeta Labrador,
cuando ya el Sol estaba en alto,
salí en el nombre de Dios Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo,
con ojos anchos de esperanza,
salí al encuentro del milagro.
(Ángeles a la tarea
sobre mi tierra arando, arando.
Bajo la sombra de sus alas,
altas espigas, rubio grano.
Pan de justicia para todos.
Amor y paz desenterrados.)
Miré. Miré. Los ángeles no estaban.
Inmóviles los bueyes, solo el campo.

Dejé secar la sangre en mis rodillas.
Miré de frente y empuñé el arado.

Ángela Figuera Aymerich
(Belleza cruel, 1958)

lunes, 14 de octubre de 2024

Uva

                        Vendimia, Franz von Matsch (h. 1942)

Milenaria historia
      te trae hasta nosotros
múltiple fruto
      grávido de dulces zumos.
Cuántas frentes coronaron,
      cuántos tirsos adornaron
tus verdes pámpanos...
      Cuántas ávidas bocas
no saciaron
      tus jugosos racimos...
Cuántos vinos corrieron
      por el río del tiempo...
Uva clara
      diáfana jaspeada tinta
             verde rojiza morada,
de ambarina transparencia
             o de oscura opaca y densa
opulencia;
        don misterioso de un dios 
para una sed que se apaga.

Alaíde Foppa
(Guirnalda de Primavera, 1966)

jueves, 10 de octubre de 2024

La lluvia

Bajo los Tilos con vistas a la Puerta de Brandenburgo, Lesser Ury (h. 1920)

¿Cómo sería la lluvia
si no fuera de aroma,
de recuerdo,
             de nube,
de color
             y de llanto?

¿Cómo se oiría la lluvia,
si no brillara intensa,
             pálida,
                          azul,
                                    violeta,
relámpago,
             arco iris
de olores y esperanzas?

¿Cómo daría la lluvia su olor,
su gris perfume,
si no fuera aquel ritmo,
aquella voz,
              el canto,
eco lejano,
              el viento,
una escala de ensueños?

¿Cómo sería la lluvia,
si no fuera su nombre?

Elena Martín Vivaldi
(Durante este tiempo, 1972)

lunes, 7 de octubre de 2024

Me vuelvo a los caminos

          Huerta en Eragny una mañana nublada, Camille Pissarro (1901)

Ya tomé la costumbre de hablarme cada día,
de remover las cosas menudas de mi tiempo,
cuando mañanas limpias me llenaban los ojos
de sorpresas tan nuevas.

Qué bien dispuesta el alba de pájaros y alondras
para que el duerme-vela se poblara de trinos
y, con el sol naciente, se saliera a los campos
dejando la pereza para siestas de cobre.
Cuando el toldo del patio se me tornasolaba
como una gran escama de aquel pez de los cielos.

Aireo en la memoria los pequeños sucesos
que guardan las celdillas de un girasol de infancia
con música primera, campanillas, cristales,
y el agua, ¡siempre el agua!

Hoy vuelvo a los caminos, a los huertos de entonces,
por veredas de sierra,
por lagartos sin prisa con un estar antiguo
de cuaternario tiempo…

Pasan los cisnes-nubes navegando la altura,
los pájaros sin nombre, porque ignorar es bueno
para pulsar misterios allá sobre lo azul.

Me salieron al encuentro perros siempre sin amo,
pordioseros errantes, 
labriegos y hortelanos terrosos de faena.
Gente de encrucijada bajo el sol y la sombra.

Me voy, me voy a los caminos,
a la libre andadura ignorante del tiempo.

Concha Lagos
(Para empezar, 1963)

sábado, 14 de septiembre de 2024

Sobre una carta de John Keats

      Una casa en Devon, Alfred de Breanski (1852-1928)

Un dios por quien jurar. El buen tiempo (supongo).
La salud. Muchos libros. Un paisaje de Friedrich.
La mente en paz. Tu cuerpo desnudo en la terraza.
Un macizo de lilas donde rezar a Flora.
Dos o tres enemigos y dos o tres amigos.
Todo eso junto es la felicidad.

Luis Alberto de Cuenca
(Por fuertes y fronteras, 1996)

lunes, 22 de julio de 2024

Ven en el viento

                        Vista costera, Alfred Thompson Bricher (1837-1908)

En el lagar pequeño de mi mano
zumo de esquilas y naranjos tengo.
La vida se derrama por mis brazos.
Ven en el viento.

En el ala sombría de mi nuca
rumor de algas y de voces dejo.
Te abrirán los caminos de mi alma.
Ven en el viento.

Largos suspiros pasan. Me sacuden.
Y mis hojas son pájaros huyendo.
El tiempo va de huida y pisa y tala.
Ven en el viento.

Julia Uceda
(En el viento hacia el mar, 2003)

sábado, 29 de junio de 2024

Los molinos de velas

                              El Zaan en Zaandam, Claude Monet (1871)

Ellos, siempre tres, son tus ángeles costeros. 
Los tres grandes molinos que te vuelan,
se arrebatan de sol, giran ebrios de azul,
salobres velas
en las manos del viento que te baña. 

Molinos que en el campo son navíos
y que aquí, ya veleros anclados, te aureolan.
¡Cuánto barco en tu pueblo de oleajes,
derramándose el campo en blancos lienzos! 

Agua dulce en la tierra de sembrados,
agua y sol en tus límites extremos.
Ellos giran y giran; remos, jarcias,
sin timón –que eres tú–, sobre los cielos.

Carmen Conde
(Los poemas del Mar Menor, 1962)

lunes, 24 de junio de 2024

Qué altos

             Balcón en París, Gustave Caillebotte (1881)

¡Qué altos
los balcones de mi casa!
Pero no se ve la mar.
¡Qué bajos!

Sube, sube, balcón mío,
trepa el aire, sin parar:
sé terraza de la mar,
sé torreón de navío.

–¿De quién será la bandera
de esa torre de vigía?

–¡Marineros, es la mía!

Rafael Alberti
(Marinero en tierra, 1925)

jueves, 20 de junio de 2024

Qué más da

               El Puente Nuevo al amanecer, Gustave Camille Cariot (1905)

Qué más da el sol que se pone o el sol que se levanta,
La luna que nace o la luna que muere.

Mucho tiempo, toda mi vida, esperé verte surgir entre las nieblas monótonas.
Luz inextinguible, prodigio rubio como la llama;
Ahora que te he visto sufro, porque igual que aquellos
No has sido para mí menos brillante,
Menos efímero o menos inaccesible que el sol y la luna alternados.

Mas yo sé lo que digo si a ellos te comparo,
Porque aun siendo brillante, efímero, inaccesible,
Tu recuerdo, como el de ambos astros,
Basta para iluminar, tú ausente, toda esta niebla que me envuelve.

Luis Cernuda
(Los placeres prohibidos, 1931)

domingo, 16 de junio de 2024

Poeta soy

                 La carta de amor, George Lawrence Bulleid (1911)

Dolor del mundo entero que en mi dolor estalla,
hambre y sed de justicia que se vuelven locura;
ansia de un bien mayor que el esfuerzo apresura,
voluntad que me obliga a ganar la batalla.

Sueño de toda mente que mi mente avasalla,
miel de amor que en el pecho es río de dulzura;
verso de toda lengua que mi verso murmura,
miseria de la vida que mi vergüenza calla.

Poeta soy… y vengo, por Dios mismo escogida,
a soltar en el viento mi canto de belleza,
a vivir con más alto sentido de nobleza,

a buscar en la sombra la verdad escondida.
¡Y las fuerzas eternas que rigen el destino
han de volverme polvo si equivoco el camino!

Claudia Lars
(Estrellas en el Pozo, 1934)

miércoles, 12 de junio de 2024

Madrigal de las once

   Vista de la bahía de Nápoles, Carl Frederik Aagaard (h. 1871)

Desnudas han caído
las once campanadas.

Picotean la sombra de los árboles
las gallinas pintadas
y un enjambre de abejas
va rezumbando encima.

                                           La mañana
ha roto su collar desde la torre.

En los troncos, se rascan las cigarras.

Por detrás de la verja del jardín,
resbala,
               quieta,
                           tu sombrilla blanca.

Dámaso Alonso
(Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921)

domingo, 9 de junio de 2024

El viajero

             Sauces junto al Escalda, Guillaume Van Strydonck (1861-1937)

...Y, de pronto, el viajero
surgió. Sobre el sendero
sus pies dejaban pálido,
fosforente reguero.

Vio mi mano en oferta,
y dijo: –¿Es para mí?–
(Yo no sé si despierta
o en ensueños le oí).

...Extasiado, mirándole
los ojos, se lo di...
¡Poder no pensar,
poderse abandonar,
como el pétalo al viento,
como al fuego el sarmiento,
como la astilla al mar!

Caminito escondido
Caminito escondido
que te embozas en sombra
y con grama te alfombras,
y al silencio haces nido:

Caminito escondido:
eres humilde y breve,
y tu surco es muy leve
entre el bosque tupido.

Medio sol de mañana,
un poquito de luna,
un hilo de fontana,
son toda tu fortuna...

¡Poco tienes, sendero
enflecado de sauces,
mas tú sabes, camino,
que breve, pobre, austero,
en sombra, eres el cauce
de un designio divino.

También yo sé, camino
que, aunque corto y umbroso,
te vio el dolor celoso
y el amor adivino;

que alguna vez, acaso,
pudo encontrarte al paso
el hada de la suerte,

y que, en noche sombría
o en el claror del día,
te sabrá hallar la muerte!

Josefina Plá
(El precio de los sueños, 1934)

miércoles, 5 de junio de 2024

Adelina de paseo

              El parasol verde, Guy Rose (1911)

La mar no tiene naranjas, 
ni Sevilla tiene amor.
Morena, qué luz de fuego.
Préstame tu quitasol.

Me pondrá la cara verde,
–zumo de lima y limón–,
tus palabras –pececillos–
nadarán alrededor.

La mar no tiene naranjas.
Ay, amor.
¡Ni Sevilla tiene amor!

Federico García Lorca
(Canciones, 1921-1924)

viernes, 31 de mayo de 2024

Una música oscura, temblorosa

                  Farol japonés, Oda Krohg (1886)

Una música oscura, temblorosa,
cruzada de relámpagos y trinos,
de maléficos hálitos, divinos,
del negro lirio y de la ebúrnea rosa.

Una página helada, que no osa
copiar la faz de inconciliables sinos.
Un nudo de silencios vespertinos
y una duda en su órbita espinosa.

Sé que se llamó amor. No he olvidado,
tampoco, que seráficas legiones
hacen pasar las hojas de la historia.

Teje tu tela en el laurel dorado,
mientras oyes zumbar los corazones,
y bebe el néctar fiel de tu memoria.

Rosa Chacel
(A la orilla de un pozo, 1936)

martes, 21 de mayo de 2024

Paisaje

         Orillas del Epte en Êragny al atardecer, Camille Pissarro (1897)

Desde lejos escucho tu voz que resuena en este campo,
confundida con el sonido de este agua clarísima que desde aquí contemplo;
tu voz o juventud, signo que siempre oigo
cuando piso este verde jugoso siempre húmedo.

No calidad de cristal,
no calidad de carne, pero ternura humana,
espuma fugitiva, voz o enseña o unos montes,
ese azul que a lo lejos es siempre prometido.

No, no existes y existes.
Te llamas vivo ser,
te llamas corazón que me entiende sin que yo lo sospeche,
te llamas quien escribe en el agua un anhelo, una vida,
te llamas quien suspira mirando el azul de los cielos.

Tu nombre no es el trueno rumoroso que rueda
como solo una cabeza separada del tronco.
No eres tampoco el rayo o súbito pensamiento
que ascendiendo del pecho se escapa por los ojos.

No miras, no, iluminando ese campo,
ese secreto campo en el que a veces te tiendes,
río sonoro o monte que consigue sus límites,
frente a la raya azul donde unas manos se estrechan.

Tu corazón tomando la forma de una nube ligera
pasa sobre unos ojos azules,
sobre una limpidez en que el sol se refleja;
pasa, y esa mirada se hace gris sin saberlo,
lago en que tú, oh pájaro, no desciendes al paso.

Pájaro, nube o dedo que escribe sin memoria;
luna de noche que pisan unos desnudos pies;
carne o fruta, mirada que en tierra finge un río;
corazón que en la boca bate como las alas.

Vicente Aleixandre
(La destrucción o el amor, 1935)

jueves, 16 de mayo de 2024

Cines

                              Vestíbulo de cine, Andrew Stevovich (2008)

La ventana pantalla cinemática
reproduce su película inmortal
en los espejos.

           La cinta se fragmenta a cada paso
y se barajan los episodios
Los actores son siempre distintos.

           Tú y yo actores anónimos
un día pasaremos ante el objetivo

                        La calle llena el cuarto
                        Los espejos acuarios
                        fluyen sus aguas turbias.

                        Encendemos las baterías.
                        El cuarto se va por los espejos

A toda luz mis palabras-reflectores
proyectan en tus ojos
un film sentimental.

Lucía Sánchez Saornil
(Poema publicado en la revista Ultra, n. 3, Febrero 1921)
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