No vinimos acá, nos trajeron las ondas.
Confusa marejada, con un sentido arcano,
impuso el derrotero a nuestros pies sumisos.
Nos trajeron las ondas que viven en misterio.
Las fuerzas ondulantes que animan el destino.
Los poderes ocultos en el manto celeste.
Teníamos que hacer algo fuera de casa,
fuera del gabinete y del rincón amado,
en medio de las cumbres solas, altas y ajenas.
El corazón estaba aferrado a lo suyo,
aliméntandose de sus memorias dormidas,
emborrachándose de sus eternos latidos.
Era dulce vivir en lo amoldado y cierto,
con su vino seguro y su manjar caliente,
con su sábana fresca y su baño templado.
El libro iba saliendo, el cuadro iba pintándose,
el intercambio entre nosotros y el ambiente
verificábase como función del organismo.
Era normal la vida: el panadero, al horno,
el guardián, en su puesto; en su hato, el pastor,
en su barca el marino, y el pintor en su estudio.
¿Por qué fue roto aquello? ¿Quién hizo capitán
al mozo tabernero y juez al hortelano?
¿Quién hizo embajador al pobre analfabeto
y conductor de almas a quien no se conduce?
Fue la borrasca humana, sin duda, pero tú,
que buscas lo más hondo, sabes que por debajo
mandaban esas fuerzas, ondulantes y oscuras,
que te piden un hijo donde no lo soñabas,
que es pedirte los huesos para futuros hombres.
José Moreno Villa
(Voz en vuelo a su cuna, 1961, edición póstuma)
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