lunes, 4 de agosto de 2025

El otro dolor

                                     Otoño, Miguel Rius (tomado de https://miguelrius.es).

A veces, sentado, después de la larguísima jornada, en el largo camino, 
     me tiento y casi te reconozco.
Dentro estás, dormida allí, madre mía, desde hace tantos años,
tendida, amorosamente sepultada, intacta en tus bordes.
Y ando, y no se me nota. Y digo, y tampoco.
Como el casco de una metralla que incrustado en el ser allí vive y, 
     quedado, no se conoce,
así a veces tú, queda en mí, dentro de mi vivir me acompañas.
Pero muevo esta mano, y no te recuerdo.
Y pronuncio unas palabras de amor para alguien, y parece que lo que 
     allí dentro está no las roza cuando las exhalo.
Y sigo y camino, y padezco y me afano,
siempre yo estuche vivo, caja viva de tu dormir, que mudo en mí llevo.

Pero a veces he sufrido y camino de prisa, y he tropezado y rodado, 
      y algo me duele.
Algo que llevo dentro, aquí, ¿dónde?, en tu sereno vivir en mi alma, 
     que blando se queja.
Oh, sí, cómo te reconozco. Aquí estás. ¿Te he dolido?
Hemos caído, hemos rodado juntos, madre mía serena, y solo te siento 
     porque me dueles.
Me dueles tú como una pena que mitigase otra pena,
como una pena que al aflorar anegase.
Y tu blando dolor, como una existencia que me hiciese bajar la cabeza 
     hacia tu sentimiento,
se reparte por todo yo y me consuela, oh madre mía, oh mi antigua y mi 
     permanente, oh tú que me alcanzas.
Y el otro dolor agudo, el del camino, el lacerante que me aturdía,
blandamente se suaviza como si una mano lo apaciguase,
mientras todo el ser anegado de tu blanda caricia de pena
es conciencia de ti, caja suave de ti, que me habitas.

Vicente Aleixandre
(Historia del corazón, 1954)

El artista Miguel Rius Gese (fotógrafo, pintor, escultor, viajero incansable) rescató la casa de Miraflores de la Sierra en la que Vicente Aleixandre escribió muchos de sus versos. Los creadores de este blog hemos tenido el privilegio de habitar esa casa durante unas horas y recordar al poeta con Miguel y su encantadora familia.

viernes, 1 de agosto de 2025

Tiempo de amor

                         Amalfi, Rudolf André (h. 1920)

Este tiempo de amor nunca termine.
No lo empañe el olvido con su óxido;
debe quedar intacto hasta la muerte
lo que nació inmortal como el sonido.

Este tiempo de luz alguien lo salve;
lo arranque alguien de este precipicio
al que se aboca ya desde que alienta.
Que alguien corte la amarra y vaya suelto
del tiempo, a la deriva, hasta la playa donde
no lo fulmine el rayo a pesar suyo,
no lo desgaste el tiempo como a un día.

Luis Feria
(Conciencia, 1962)

sábado, 5 de julio de 2025

Siempre será mi amigo

             Camino en una mañana de invierno, George Clausen (h. 1923)

Siempre será mi amigo no aquel que en primavera
sale al campo y se olvida entre el azul festejo
de los hombres que ama, y no ve el cuero viejo
tras el nuevo pelaje, sino tú, verdadera

amistad, peatón celeste, tú, que en el invierno
a las claras del alba dejas tu casa y te echas
a andar, y en nuestro frío hallas abrigo eterno
y en nuestra honda sequía la voz de las cosechas.

Claudio Rodríguez
(Conjuros, 1958)

sábado, 28 de junio de 2025

En un principio

            Patio andaluz con niños, Manuel García y Rodríguez (1906)

    En un principio era mi madre,
caverna tibia y redondeada,
cuna de carne florecida,
rincón bañado de pulsaciones,
cascada de sábanas almidonadas.
    Y en un principio era mi padre,
huerto de helechos bajo la luna,
sangre clara de amor en las ventanas
contra su cuello de lumbre.
Entonces le crecí, ramazón suave,
como un vientre intenso
sobre su vientre.
    Y la vida me despertó
en el país lejano del suelo
con el olor que brota de los troncos
y las manos que descuelgan ropa en los patios,
cuando la lluvia revienta
sobre octubre,
caballo inmenso y desbocado.

Ana Istarú
(Poemas para un día cualquiera, 1977)

martes, 24 de junio de 2025

Dafne

     Apolo y Dafne, Armand Point (1919)

Que tu luz no me busque, Apolo, porque soy una hoja
que vive con el viento.
Toda la savia es
una caricia blanda,
tengo verdes los brazos de besarme en las ramas,
de mirar en las sombras el cristal desvaído de mi cuerpo.
Los helechos me abren su corazón de agua,
poseo dos mil lunas ganadas al ocaso,
los tilos, el espliego, la frescura
de todos los diamantes que se mueren de frío,
las lianas que adornan
la libertad, el talle, las avenas,
mis pestañas, las rosas, los pedernales tiernos de los frutos,
las blancas mariposas donde beben su plata las raíces,
donde el bosque se espesa de semillas y muerte.
No deseo tu fuego, adoro la ceniza que es espora del trigo
y no quiero otro rayo que el resplandor redondo en las 
         naranjas,
el cenit que atomiza la techumbre calada de los árboles,
los troncos como dioses,
las auroras cebadas en su vientre de polen solitario.
Es inútil que corras, porque este paraíso que fecundan tus ojos
me pertenece ya, es la textura
del fondo de mi carne
                                         y crezco vegetal
desde la dermis al vello más oscuro donde duermen los 
          mundos,
es inútil que corras, inútil que me alcances,
porque tengo las plantas
vaciadas en la tierra
                                     y el laurel
es ya un triunfo de oro en mi cabeza.

Juana Castro
(Paranoia en otoño, 1985)
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