viernes, 17 de enero de 2025

Dichoso desear, dichosa pena

         Retrato de Juana de Aragón, Rafael Sanzio (h. 1518)

¡Dichoso desear, dichosa pena,
dichosa fe, dichoso pensamiento,
dichosa tal pasión y tal tormento,
dichosa sujeción de tal cadena;

dichosa fantasía, en gloria llena,
dichoso aquel que siente lo que siento,
dichoso el obstinado sufrimiento,
dichoso mal que tanto bien ordena;

dichoso el tiempo que de vos escribo,
dichoso aquel dolor que de vos viene,
dichosa aquella fe que a vos me tira;

dichoso quien por vos vive cual vivo,
dichoso quien por vos tal ansia tiene,
felice el alma quien por vos suspira!

Gutierre de Cetina
        (1520-1557)

domingo, 12 de enero de 2025

Mañana de primavera

                                          Primavera, Claude Monet (1886)

¡Mañana de primavera!
Vino ella a besarme, cuando
una alondra mañanera
subió del surco, cantando:
«¡Mañana de primavera!»

Le hablé de una mariposa
blanca que vi en el sendero;
y ella, dándome una rosa,
me dijo: «¡Cuánto te quiero!
¡No sabes lo que te quiero!»

¡Guardaba en sus labios rojos
tantos besos para mí!
Yo le besaba los ojos...
"¡Mis ojos son para ti;
tú, para mis labios rojos!"

El cielo de primavera
era azul de paz y olvido...
Una alondra mañanera
cantó en el huerto aún dormido.
Luz y cristal su voz era
en el surco removido...
¡Mañana de primavera!

Juan Ramón Jiménez
(Jardines lejanos, 1904)

martes, 7 de enero de 2025

Égloga I (fragmento)



   Verano en el bosque,  Peder Mørk Mønsted (1898)

                                 SALICIO


Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
          ¡Ay, cuánto me engañaba!
          ¡Ay, cuán diferente era
          y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo
          la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por desvarío,
vi mi mal entre sueños, desdichado!
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la siesta,
a abrevar en el Tajo mi ganado;
           y después de llegado,
           sin saber de cuál arte,
           por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso, enajenado, iba siguiendo
          del agua fugitiva.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que como en cadena
de tus hermosos brazos añudaste?
          No hay corazón que baste,
          aunque fuese de piedra,
          viendo mi amada hiedra
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
          hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Garcilaso De la Vega
(h.1501-1536)


sábado, 28 de diciembre de 2024

Otoño

                        Cortejo, Géza Udvary (1872-1932)

¡Qué dulces las uvas dulces!…
¡Qué verdes tus ojos claros!…

Tú me mirabas, mirabas;
yo comía, grano a grano…

Y, de pronto, te inclinaste,
y me tomaste en los labios,
húmedos de zumo y risas,
un beso goloso y largo.

Ángela Figuera Aymerich
(Otoño, 1983)

martes, 24 de diciembre de 2024

A Margarita Debayle

                    Gulab Singh montado en elefante, Kapur Singh (h. 1874)

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.
                
                    *   *   *

Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes.

Un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti.
Cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: “¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?”

La princesa no mentía,
y así, dijo la verdad:
“Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad.”

Y el rey clama: “¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura! ¡Qué capricho!
El Señor se va a enojar.”

Y dice ella: “No hubo intento:
yo me fui no sé por qué;
por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté.”

Y el papá dice enojado:
“Un castigo has de tener:
vuelve al cielo, y lo robado
vas ahora a devolver.”

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: “En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en Mí.”

Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor,
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

                     *   *   *

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

Rubén Darío
(Poema del otoño y otros poemas, 1910)
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