El beso robado, Jean-Honoré Fragonard (h. 1780)
Sentada ante el espejo
ornaba Galatea
de sus blondos cabellos
las delicadas hebras.
Separada en dos partes,
su dorada madeja
cubre en undosos rizos
el cuello de azucena.
Con mano artificiosa
de sus sortijas cerca
la frente, porque brille
la nieve contrapuesta.
Sobre el ara del gusto
en agradable ofrenda
el lujo para ungirlos
le ofrece sus esencias,
y cien vistosas flores
parece que se acercan
a sus dedos, ufanas
si adornan su cabeza.
Ella en todas escoge
las colores más tiernas,
y entre el alto plumaje
delicada las mezcla.
Luego al cristal se mira;
y al hallarse tan bella,
tierna suspira, y sigue
su felice tarea.
De transparente gasa
sobre el tocado asienta
un lazo, que hasta el talle
baja y al viento ondea.
Con otro solicita
celar a la modestia
de sus turgentes pechos
las dos nevadas pellas.
Por ellas, al cubrirlas,
acaso, aunque ligera,
la mano pasa; y siente
que el tacto la recrea.
Torna a correrla; y blando
circula por sus venas
de amor el dulce fuego,
que la delicia aumenta.
Rendida hacia el espejo
se vuelve; y en su esfera
las pomas mismas halla,
que loca la enajenan.
Y al punto más perdida
con amable licencia
para en ellas gozarse
las gasas desordena.
Ya ardiente las agita,
ya las palpa suspensa,
ya tierna las comprime;
y en la presión violenta
su palpitar se dobla;
desfallecida anhela;
me nombra, y del deleite
la nube la rodea.
Yo de improviso salgo,
y con dulce sorpresa
pago en ardientes besos
su amor y su fineza.
Turbose un tanto al verme;
mas bien presto halagüeña
me ofreció entre sus brazos
el perdón de mi ofensa.
Juan Meléndez Valdés
(1754-1817)
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