Mujeres en la ventana, Bartolomé Esteban Murillo (1670)
Madre, la mi madre,
guardas me ponéis,
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Dicen que está escrito,
y con gran razón,
ser la privación
causa de apetito;
crece en infinito
encerrado amor;
por eso es mejor
que no me encerréis;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Si la voluntad
por sí no se guarda,
no la harán guarda
miedo o calidad;
romperá, en verdad,
por la misma muerte,
hasta hallar la suerte
que vos no entendéis;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Quien tiene costumbre
de ser amorosa,
como mariposa
se irá tras su lumbre
aunque muchedumbre
de guardas le pongan,
y aunque más propongan
de hacer lo que hacéis;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Es de tal manera
la fuerza amorosa,
que a la más hermosa
la vuelve en quimera:
el pecho de cera,
de fuego la gana,
las manos de lana,
de fieltro los pies;
que si yo no me guardo,
mal me guardaréis.
Miguel de Cervantes
(El celoso extremeño, 1613)
Leí este poema en una antología que nos compró mi padre y a mis hermanos y a mí cuando tenía 15 años
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