jueves, 12 de diciembre de 2024

Romance de doña Alda

           Miniatura del Ms. Arundel, Maître du Hiéron (siglo XV)

En París está doña Alda,
la esposa de don Roldán, 
trescientas damas con ella
para bien la acompañar:
todas visten un vestido,
todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,
todas comían de un pan. 
Las ciento hilaban el oro,
las ciento tejen cendal,
ciento 
tañen instrumentos 
para a doña Alda alegrar.
Al son de los instrumentos 
doña Alda adormido se ha;
ensoñado había un sueño,
un sueño de gran pesar.
Despertó despavorida
con un dolor sin igual,
los gritos daba tan grandes
se oían en la ciudad.
–¿Qué es aquesto, mi señora, 
qué es lo que os hizo mal?
-Un sueño soñé, doncellas,
que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte, 
en un desierto lugar, 
y de so los montes altos
un azor vide volar;
tras dél viene una aguililla
que lo ahincaba muy mal.
El azor con grande cuita 
metióse so mi brial;
el águila con gran ira,
de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,
con el pico lo deshace. 
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:
-Aquese sueño, señora,
bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo,
que de España viene ya; 
el águila sodes vos,
con la cual ha de casar,
y aquel monte era la iglesia
donde os han de velar. 
–Si así es, mi camarera,
bien te lo entiendo pagar.
Otro día de mañana
cartas de lejos le traen;
tintas venían de fuera, 
de dentro escritas con sangre,
que su Roldán era muerto
en la caza de Roncesvalles.
Cuando tal oyó doña Alda
muerta en el suelo se cae.

Anónimo
(Siglo XV)

domingo, 8 de diciembre de 2024

Romance de doña Urraca

Grabado del Romancero selecto del Cid, recopilado por Manuel Milá i Fontanals (1884)

–Morir vos queredes, padre,
¡San Miguel vos haya el alma!
Mandastes las vuestras tierras
a quien se vos antojara:
diste a don Sancho a Castilla,
Castilla la bien nombrada;
a don Alfonso a León,
con Asturias y Sanabria,
a don García a Galicia
con Portugal la preciada, 
¡y a mí, porque soy mujer,
dejáisme desheredada!
Irme he yo de tierra en tierra
como una mujer errada;
mi lindo cuerpo daría
a quien bien se me antojara, 
a los moros por dinero
y a los cristianos de gracia;
de lo que ganar pudiere,  
haré bien por vuestra alma.
Allí preguntara el rey:
–¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo:
–Vuestra hija doña Urraca.
–Calledes, hija, calledes,
no digades tal palabra,
que mujer que tal decía
merecía ser quemada.
Allá en tierra leonesa  
un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre,
Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero,
del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija,
la mi maldición le caiga! 
Todos dicen: "Amén, amén",
sino don Sancho que calla.

Anónimo
(Siglo XV)
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