Al lado de las aguas está, como leyenda,
En su jardín murado y silencioso,
El árbol bello dos veces centenario,
Las poderosas ramas extendidas,
Cerco de tanta hierba, entrelazando hojas,
Dosel donde una sombra edénica subsiste.
Bajo este cielo nórdico nacido,
Cuya luz es tan breve, e incierta aun siendo breve,
Apenas embeleso estival lo traspasa y exalta
Como a su hermano el plátano del mediodía,
Sonoro de cigarras, junto del cual es grato
Dejar morir el tiempo divinamente inútil.
Tras el invierno horrible, cuando solo la llama
Conforta aquella espera del revivir futuro,
Al pie del árbol brotan lágrimas de la nieve,
Corolas de azafrán, jacintos, asfodelos,
Con pujanza vernal de la tierra, y fielmente
De nueva juventud el árbol se corona.
Son entonces los días, algunos despejados,
Algunos nebulosos, más tibios de este clima,
Sueño septentrional que el sol casi no rompe,
Y hacia el estanque vienen rondas de mozos rubios:
Temblando, tantos cuerpos ligeros, queda el agua;
Vibrando, tantas voces timbradas, queda el aire.
Entre sus mocedades, vida prometedora,
Aunque pronto marchita en usos tristes,
Raro es aquel que siente, a solas algún día
En hora apasionada, la mano sobre el tronco,
La secreta premura de la savia, ascendiendo
Tal si fuera el latido de su propio destino.
Cuando la juventud el mundo es ancho,
Su medida tan vasta como vasto el deseo,
La soledad ligera, placentero ese irse,
Mirando sin nostalgia cosas y criaturas
Amigas un momento, en blanco la memoria
De recuerdos, que un día serán fardo cansado.
Atrás quedan los otros, repitiendo
Sin urgencia interior los gestos aprendidos,
Legitimados siempre por un provecho estéril;
Ya grey apareada, de hijos productora,
Pasiva ante el dolor como bestia asombrada,
Viva en un limbo idéntico al que en la muerte encuentra.
Pero ocurre una pausa en medio del camino;
La mirada que anhela, vuelta hacia lo futuro,
Es nostálgica ahora, vuelta hacia lo pasado;
Una fatiga nueva, alerta ya a esos ecos
De voces que se fueron, suspensas en el aire
Las preguntas de siempre, por nadie respondidas.
Y el mozo iluso es viejo, él mismo ignora cómo
Entre sueños fue el tiempo malgastado;
Ya su faz reflejada extraña le aparece,
Más que su faz extraña su conciencia,
De donde huyó el fervor trocado por disgusto,
Tal pájaro extranjero en nido que otro hizo.
Mientras, en su jardín, el árbol bello existe
Libre del engaño mortal que al tiempo engendra,
Y si la luz escapa de su cima a la tarde,
Cuando aquel aire ganan lentamente las sombras,
Solo aparece triste a quien triste le mira:
Ser de un mundo perfecto donde el hombre es extraño.
Luis Cernuda
(Vivir sin estar viviendo, 1944-1949)
Lo encontré genial
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