En breve cárcel traigo aprisionado,
con toda su familia de oro ardiente, el cerco de la luz resplandeciente,
y grande imperio del Amor cerrado.
Traigo el campo que pacen estrellado
las fieras altas de la piel luciente;
y a escondidas del cielo y del Oriente,
día de luz y parto mejorado.
Traigo todas las Indias en mi mano:
perlas que, en un diamante, por rubíes,
pronuncian con desdén sonoro yelo;
y razonan tal vez fuego tirano
relámpagos de risa carmesíes,
auroras, gala y presunción del cielo.
Francisco de Quevedo
(1580-1645)
Este autor tiene talento para versificar
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