En el infierno había un violoncello
entre el café y el humo de pitillosy cien aulas con libros amarillos
y nieve y sangre y barro por el suelo.
Pero tú, resguardada por el velo
de tus cristales de lucientes brillos,
pasabas, seria y pura, en los sencillos
compases de tu fe y de tu consuelo.
Algunas veces fuimos de la mano
por las venas del bosque y las cornejas
peinaron la melena a nuestras almas.
Si hoy nos separa el Ábrego inhumano,
no llores mi amistad mientras te alejas:
entrega al viento el talle de tus palmas.
Rosa Chacel
(A la orilla de un pozo, 1936)
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