Era una noche azul; la primavera
inundaba mis sienes y mis manos,
y era el mundo, muchacha, un fruto inmenso,
cálido, abierto, mudo y entregado.
Sentí mi carne desprenderse, irse
por el paisaje misterioso y claro;
mi sangre fue con los arroyos lentos,
mi corazón perdiose en el espacio.
Era hermoso en la piel sentir el roce,
hecho leve suspiro, de los astros,
y tener en la mano, dulcemente,
un murmullo de nubes y de pájaros.
Me fundí con el aire, con las cosas,
sentí el fondo del mundo entre los labios
y palpité, en la noche inmensa, grande,
como un tremendo arcángel derramado.
Rafael Morales
(El corazón y la tierra, 1946)
No hay comentarios:
Publicar un comentario