Terraza del Hotel Samarkanda, Colin Campbell Cooper (h. 1923)
Recuerdo
con especial nostalgia
los veraneos junto al mar en mi niñez.
En aquel tiempo
venían a visitarme mis papás
casi todas las tardes,
y mamá
–ella prefería al rubio; yo al moreno–
los recibía en la sala si llovía,
o en el jardín cuando hacía sol
–muy pocas veces.
Allí se demoraban dulcemente
mirándose a los ojos, conversando
de sucesos banales,
como si no quisiesen
profanar con palabras
lo que en sus corazones existía.
Después se retiraban a la alcoba,
y me dejaban solo,
entre las rosas,
o en el diván granate del vestíbulo,
con un nuevo juguete que pronto me aburría.
¡Qué momentos tan tristes y tan largos
fuera de su ternura y sus desvelos!
Han pasado los años
y, aunque sé que es locura,
aún espero que salgan, sonrientes,
y compartan conmigo, igual que entonces,
la alegría final
de los últimos brindis y los últimos besos,
que ponía en el aire sombrío de la casa
un irreal resplandor,
alto e intenso
como la luz efímera que dora los crepúsculos.
No es complejo de Edipo lo que tengo
–dice el doctor–, sino de Cleopatra.
Ángel González
( Muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y
de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan, 1977)
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