Los amantes, Henri-Jean Guillaume Martin (1860-1943) 
Te me mueres de casta y de sencilla: 
estoy convicto, amor, estoy confeso 
de que, raptor intrépido de un beso, 
yo te libé la flor de la mejilla. 
Yo te libé la flor de la mejilla, 
y desde aquella gloria, aquel suceso, 
tu mejilla, de escrúpulo y de peso, 
se te cae deshojada y amarilla. 
El fantasma del beso delincuente 
el pómulo te tiene perseguido, 
cada vez más patente, negro y grande. 
Y sin dormir estás, celosamente, 
vigilando mi boca ¡con qué cuido! 
para que no se vicie y se desmande.
Miguel Hernández
(El rayo que no cesa, 1936) 

 
 
Que bueno es amar, amar de verdad
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