viernes, 22 de julio de 2022

Cosecha eterna

                       Campo de trigo con robles,  Robert Zünd (1875)

    Y cualquier día se alzará la tierra.
Ved que siempre está a punto
y espera solo un paso bien pisado.
¡Pronto, pisadla ahora,
que sube, que se sale
la leche, la esperanza
del hombre, que ya cuece
el sobrio guiso de la vida! Pero
no, nunca así.¡Pisadla
con fe, que el pie sencillo
sea ligera arma de pureza!
Nosotros, los mandados de la empresa,
los clientes del cielo,
¿qué más vamos a hacer? Y, nada, nada
habrá bajo la tierra que no salga
a la luz, y ved bien, a pesar nuestro,
cómo llega la hora de la trilla
y se tienden las parvas,
así nos llegará el mes de agosto,
del feraz acarreo,
y romperá hacia el sol nuestro fiel grano
porque algún día se alzará la tierra.

    ¿Quién con su mano eterna
nos siembra claro y nos recoge espeso?
¿Qué otra sazón sino la suya cuaja
nuestra cosecha? ¿Qué bravío empieza
a dar sabor a nuestro fruto? ¡A ese,
parad a ese, a mí, paremos todos:
nuestra semilla al viento!
Pero qué importa. ¡Ved, ved vuestro surco
avanzar como la ola,
vedle romper contra el inmenso escollo
del tiempo! Pero qué importa ¡A la tierra,
a esta mujer mal paridera, demos
nuestra salud, el agua
de la salud del hombre! ¡Que a sus hijos
nos sienta así, nos sienta
heñirla sin dolor su vientre a salvo!
Y ahora más que nunca,
en esta hora del día en que esto canto,
el que no se dé cuenta
de que respira, no salga de casa.
¡A su puerta el aliento
de la vida, a su calle
la verbena mejor! Mucho cuidado:
quien pisa raya pisará medalla.
Sagrado es desde hoy el menor gesto.
¿No se oye como el ruido
de un inmenso redil lejano? ¡Pronto,
que va a llegar la fresca y aún estamos
a la intemperie! Oídme, yo sé un sitio…
¡Vamos, hay que ir allí, no perdáis tiempo,
no esperéis a sacar toda la ropa
que con lo puesto os basta!
¡Que se hace tarde, vámonos, que llega
la hora de la tierra y aún no cala
nuestro riego, que cumple
el gran jornal del hombre y no está el hombre!
Pero ya qué más da. La culpa es nuestra
y quién iba a decirlo, pero vedlo:
mirad a nuestros pies alta la tierra.

Claudio Rodríguez
(Conjuros, 1958)

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