Ellos, siempre tres, son tus ángeles costeros.
Los tres grandes molinos que te vuelan, se arrebatan de sol, giran ebrios de azul,
salobres velas
en las manos del viento que te baña.
Molinos que en el campo son navíos
y que aquí, ya veleros anclados, te aureolan.
¡Cuánto barco en tu pueblo de oleajes,
derramándose el campo en blancos lienzos!
Agua dulce en la tierra de sembrados,
agua y sol en tus límites extremos.
Ellos giran y giran; remos, jarcias,
sin timón –que eres tú–, sobre los cielos.
Carmen Conde
(Los poemas del Mar Menor, 1962)