sábado, 30 de mayo de 2015

XII

                            Efecto mariposa, Anastasiya Markovich (2008)

llegaste un mes de abril,
en plena exaltación de los diluvios,
y el mundo se tiñó de mariposas.
no he podido olvidar tus ojos grandes,
cuajados de cometas,
y tengo todavía entre mis labios tu beso más antiguo.
era el tiempo del trigo,
de los armiños muertos,
de las manos fecundas por la lluvia.
los ángeles llevaban en sus pechos doce palomas y un recién nacido
y atacaban con odio a los profetas que auguraban desiertos.
qué importaba la ausencia de los mapas,
qué si jamás habíamos viajado por montañas salvajes.
quitadme los zapatos y bailaré con ella.
quitadme los sombreros y elevaré sobre los cielos el cáliz de su vientre.
hoy quiero celebrar la aurora de la carne
y los barcos que arriban a las islas.
ya siempre el universo es transparente
y las rocas revientan de entusiasmo.

Modesto Calderón
(el bosque, 2015)

viernes, 22 de mayo de 2015

Rojo sol, que con hacha luminosa

                    Ciervos junto a un lago, Carl Frederic Aagaard (1888)

     Rojo sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo:
¿hallaste tal belleza en todo el suelo,
que iguale a mi serena Luz dichosa?
 

     Aura süave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo:
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, ¿tocaste trenza más hermosa?


     Luna, honor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fijadas:
¿consideraste tales dos estrellas?
 

     Sol puro, aura, luna, llamas de oro,
¿oísteis vos mis penas nunca usadas?,
¿visteis Luz más ingrata a mis querellas?


Fernando de Herrera
(1534-1597)

sábado, 16 de mayo de 2015

Bella es mi ninfa si los lazos de oro

          Clemence Isaure, Jules Joseph Lefebvre (1834-1912)

Bella es mi ninfa si los lazos de oro
al apacible viento desordena;
bella, si de sus ojos enajena
el altivo desdén que siempre lloro;

bella, si con la luz que sola adoro

la tempestad del viento y mar serena;
bella, si a la dureza de mi pena
vuelve las gracias del celeste coro.
 

Bella si mansa, bella si terrible,
bella si cruda, bella esquiva, y bella
si vuelve grave aquella luz del cielo;

cuya beldad humana y apacible

ni se puede saber lo que es sin vella,
ni vista entenderá lo que es el suelo. 

Francisco de la Torre
(h. 1534-h. 1594)

lunes, 11 de mayo de 2015

Canción V (Ode ad florem Gnidi)

            Calíope enseñando a Orfeo, Alexandre-Auguste Hirsch (1865)

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son, que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,

y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese,
y al son confusamente los trujiese:

no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,

ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;

mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
y alguna vez con ella
también seria notada
el aspereza de que estás armada,

y cómo por ti sola,
y por tu gran valor y hermosura,
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.

Hablo de aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
que está muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.

Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya la aflige;

por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;

por ti su blanda musa,
en lugar de la cítara sonante,
tristes querellas usa
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;

por ti el mayor amigo
le es importuno, grave y enojoso:
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,

y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida,
que ponzoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo de él, ni tan temida.

No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.

Hágate temerosa
el caso de Anaxárete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepintió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.

Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
cuando, abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,

y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.

Sintió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?

Los ojos se enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huesos se tornaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convirtieron;

las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,

hasta que, finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.

No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas

den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
de algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.


Garcilaso de la Vega
(h. 1501-1536)

sábado, 9 de mayo de 2015

Tus ojos

                       Casa en la Costa de Capri, Bernardo Hay (1864-1935)

Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas, 

pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea, 

páramo.

Octavio Paz
(Libertad bajo palabra, 1935-1957)

martes, 5 de mayo de 2015

El remordimiento

    Mar del Norte bajo la luz de la luna, Caspar David Friedrich (1823-1824)

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.


Jorge Luis Borges
(La moneda de hierro, 1976)

viernes, 1 de mayo de 2015

Libro de familia

               Hombre leyendo, John Singer Sargent (1856-1925)

Hoy que tú y yo
no somos todavía nosotros.
Hoy que aún
no está claro
qué busco
y dónde voy.
Hoy que esperas saber
lo único que importa
de alguien:
lo que nunca sería y lo que es.
Pregunta lo que quieras.
Te contaré mi historia,
día a día
y de principio a fin.

He aprendido a nadar en los libros de Conrad;
a huir en los poemas de Vallejo y Rimbaud.
Hablo cualquier idioma. Viví en todas las épocas.
Me llamaban Machado:
mi tumba está en Collioure.

Lo que sé de la muerte, me lo enseñó Quevedo.
Mi nombre es Anna Ajmátova;
mi nombre es Sylvia Plath.
He luchado con Frankenstein,
Drácula
y los franceses,
y naufragué con Gulliver y Robinson Crusoe.

Crucé a caballo América junto a Pablo Neruda.
Vine a España con Hemingway en la Guerra Civil.
He visto un hombre-lobo y una ballena blanca.
Compartí con Cervantes las mazmorras de Argel.

He jugado en la India con panteras que hablaban.
Vi en un bosque los tigres rojos de William Blake.
Dejé sobre la nieve pasos de hombre invisible.
He dormido en Comala, Oz y Nunca Jamás.

Viajé del Mississippi de Mark Twain hasta Ítaca,
la Isla del Tesoro,
la Esfinge de Gizeh...
He sido dios en Roma, héroe en Grecia y mendigo
en el Londres de Dickens y el Madrid de Galdós.

Mientras hablaba Góngora, existió Polifemo.
Borges puso en mis manos la esfera del Aleph.
He llevado en mi dedo el anillo de Tolkien.
Navegué siete mares al lado de Simbad.

Quise ser Isak Dinesen en las selvas de África;
en Moscú, Boris Pasternak y Lorca en Nueva York;
y un marinero rubio en brazos de Cernuda;
y el hombre que quisiera a Madame Bovary.

Si algo sé de la gente real, lo he aprendido
de Hamlet o Jane Eyre; Don Juan o Robin Hood;
Ligeia me dio el miedo; Ulises, la aventura;
Heathcliff me enseñó el odio; D'Artagnan, el valor.

En los versos de Alberti escuché a las sirenas.
Kafka me llevó a Praga, Victor Hugo a París.
He bajado al infierno con Dante, y con Ovidio
me he transformado en lluvia, en el eco, en laurel...

Sufro como Pavese; fumo al modo de Auden;
sonrío como Anne Sexton; bebo igual que Verlaine;
Rilke me hizo viajero y Paul Éluard de izquierdas;
Pessoa me ha enseñado a fingir que soy yo.

Ésa también ha sido mi familia,
como tú vas a serlo
de todos los que lean y no olviden
los poemas
                        que ahora
                                             escribo
                                                            para ti.

Benjamín Prado
(Ya no es tarde, 2014)

martes, 28 de abril de 2015

El juego de hacer versos

                        Charles Baudelaire, Gustave Courbet (1848-1849)

El juego de hacer versos
—que no es un juego— es algo
parecido en principio
al placer solitario.

Con la primera muda,
en los años nostálgicos
de nuestra adolescencia,
a escribir empezamos.

Y son nuestros poemas
del todo imaginarios
—demasiado inexpertos
ni siquiera plagiamos—

porque la Poesía
es un ángel abstracto
y, como todos ellos,
predispuesto a halagarnos.

El arte es otra cosa
distinta. El resultado
de mucha vocación
y un poco de trabajo.

Aprender a pensar
en renglones contados
–y no en los sentimientos
con que nos exaltábamos–,

tratar con el idioma
como si fuera mágico
es un buen ejercicio,
que llega a emborracharnos.

Luego está el instrumento
en su punto afinado:
la mejor poesía
es el Verbo hecho tango.

Y los poemas son
un modo que adoptamos
para que nos entiendan
y que nos entendamos.

Lo que importa explicar
es la vida, los rasgos
de su filantropía,
las noches de sus sábados.

La manera que tiene
sobre todo en verano
de ser un paraíso.
Aunque, de cuando en cuando,

si alguna de esas noches
que las carga el diablo
uno piensa en la historia
de estos últimos años,

si piensa en esta vida
que nos hace pedazos
de madera podrida,
perdida en un naufragio,

la conciencia le pesa
—por estar intentando
persuadirse en secreto
de que aún es honrado.

El juego de hacer versos,
que no es un juego, es algo
que acaba pareciéndose
al vicio solitario.


Jaime Gil de Biedma
(Moralidades, 1966)

domingo, 26 de abril de 2015

El cine de los sábados

        Cartel de Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder (1959)

maravillas del cine galerías
de luz parpadeante entre silbidos
niños con sus mamás que iban abajo
entre panteras un indio se esfuerza
por alcanzar los frutos más dorados
ivonne de carlo baila en scherezade
no sé si danza musulmana o tango
amor de mis quince años marilyn
ríos de la memoria tan amargos
luego la cena desabrida y fría
y los ojos ardiendo como faros.


Antonio Martínez Sarrión
(Teatro de operaciones, 1967)

jueves, 23 de abril de 2015

Mientras tú existas

                                          Primavera, Heinrich Vogeler (1913)

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz —cualquiera...
                                                Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.


Ángel González
(Áspero mundo, 1956)

martes, 21 de abril de 2015

Primavera en la tierra

                             Massa, Bahía de Nápoles, John Brett (1864)

Vosotros, fuisteis
espíritus de un alto cielo,
poderes benévolos que presidisteis mi vida,
iluminando mi frente en los feraces días de la alegría juvenil.

Amé, amé la dichosa Primavera

bajo el signo divino de vuestras alas levísimas,
oh poderosos, oh externos dueños de la tierra.
Desde un alto cielo de gloria,
espíritus celestes, vivificadores del hombre,
iluminasteis mi frente con los rayos vitales de un sol que llenaba la tierra de sus totales cánticos.

Todo el mundo creado

resonaba con la amarilla gloria
de la luz cambiante.
Pájaros de colores,
con azules y rojas y verdes y amatistas,
coloreadas alas con plumas como el beso,
saturaban la bóveda palpitante de dicha,
batiente como seno, como plumaje o seno,
como la piel turgente que los besos tiñeran.

Los árboles saturados colgaban

densamente cargados de una savia encendida.
Flores pujantes, hálito repentino de una tierra gozosa,
abrían su misterio, su boca suspirante,
labios rojos que el sol dulcemente quemaba.

Todo abría su cáliz bajo la luz caliente.

Las grandes rocas, casi de piedra o carne,
se amontonaban sobre dulces montañas,
que reposaban cálidas como cuerpos cansados
de gozar una hermosa sensualidad luciente.
Las aguas vivas, espumas del amor en los cuerpos,
huían, se atrevían, se rozaban, cantaban.
Risas frescas los bosque enviaban, ya mágicos;
atravesados solo de un atrevido viento.

Pero vosotros, dueños fáciles de la vida,
presidisteis mi juventud primera.
Un muchacho desnudo, cubierto de vegetal alegría,
huía por las arenas vívidas del amor
hacia el gran mar extenso,
hacia la vasta inmensidad derramada
que melodiosamente pide un amor consumado.

La gran playa marina,

no abanico, no rosa, no vara de nardo,
pero concha de un nácar irisado de ardores,
se extendía vibrando, resonando, cantando,
poblada de unos pájaros de virginal blancura.

Un rosa cándido por las nubes remotas

evocaba mejillas recientes donde un beso
ha teñido purezas de magnolia mojada,
ojos húmedos, frente salina y alba
y un rubio pelo que en el ocaso ondea.

Pero el mar se irisaba. Sus verdes cambiantes,

sus azules lucientes, su resonante gloria
clamaba erguidamente hasta los puros cielos,
emergiendo entre espumas su vasta voz amante.

En ese mar alzado, gemidor, que dolía

como una piedra toda de luz que a mí me amase,
mojé mis pies, herí con mi cuerpo sus ondas,
y dominé insinuando mi bulto afiladísimo,
como un delfín que goza las espumas tendidas.

Gocé, sufrí, encendí los agoniosos mares,

los abrasados mares,
y sentí la pujanza de la vida cantando,
ensalzado en el ápice del placer a los cielos.

Siempre fuisteis, oh dueños poderosos,

los dispensadores de todas las gracias,
tutelares hados eternos que presidisteis la fiesta de la vida
que yo viví como criatura entre todas.

Los árboles, las espumas, las flores, los abismos,

como las rocas y aves y las aguas fugaces,
todo supo de vuestra presencia invisible
en el mundo que yo viví en los alegres días juveniles.

Hoy que la nieve también existe bajo vuestra presencia,

miro los cielos de plomo pesaroso
y diviso los hierros de las torres que elevaron los hombres
como espectros de todos los deseos efímeros.

Y miro las vagas telas que los hombres ofrecen,

máscaras que no lloran sobre las ciudades cansadas,
mientras siento lejana la música de los sueños
en que escapan las flautas de la Primavera apagándose.

Vicente Aleixandre
(Sombra del paraíso, 1944)

lunes, 20 de abril de 2015

Como el toro he nacido para el luto

                                  Hombre con toro,  Axel Törneman (1909)

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

Miguel Hernández
(El rayo que no cesa, 1936)

sábado, 18 de abril de 2015

Romance de una gentil dama y un rústico pastor

                 Vista de la Bahía de Pozzuoli, Jakob Philipp Hackert (1798)

Estase la gentil dama
paseando en su vergel,
los pies tenía descalzos

que era maravilla ver.
Hablábame desde lejos,
no le quise responder;

respondile con gran saña:
–¿Qué mandáis, gentil mujer?
Con una voz amorosa
comenzó de responder:
–Ven acá tú, el pastorcico,
si quieres tomar placer;
siesta es de mediodía
y ya es hora de comer;
si quieres tomar posada
todo es a tu placer.
– No era tiempo, señora,
que me haya de detener,
que tengo mujer e hijos
y casa de mantener,
y mi ganado en la sierra
que se me iba a perder,
y aquellos que me lo guardan
no tenían qué comer.
–Vete con Dios, pastorcillo,
no te sabes entender.
Hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadita en la cintura,
blanca soy como el papel,
la color tengo mezclada,
como rosa en el rosel;
las teticas agudicas,
que el brial quieren hender;

el cuello tengo de garza,
los ojos de un esparver; 

pues lo que tengo encubierto
maravilla es de lo ver.
–Ni aunque más tengáis, señora,
no me puedo detener.


Anónimo
(Siglo XV)

lunes, 6 de abril de 2015

Esta que veis de rostro amondongado

               Dulcinea del Toboso, Charles Robert Leslie (1839)

     Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.
 

     Pisó por ella el uno y otro lado
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montïel, hasta el herboso
llano de Aranjüez, a pie y cansado


     (culpa de Rocinante). ¡Oh dura estrella!,
que esta manchega dama y este invito
andante caballero, en tiernos años,


     ella dejó, muriendo, de ser bella,
y él, aunque queda en mármores escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.


Miguel de Cervantes
(El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605)

Este soneto (a modo de epitafio) pertenece a un grupo atribuido por Cervantes a los poetas de una Academia literaria de Argamasilla, meramente burlesca. Aparecen en el capítulo LII de la primera parte del Quijote y este, en concreto, va precedido de la siguiente leyenda: "Del Paniaguado, académico de la Argamasilla, "in laudem Dulcineae del Toboso"".

miércoles, 25 de marzo de 2015

Strangers in the night

                 Interior, Vilhelm Hammershøi (1890)

Cuando en la noche surge tu ventana,
el oro, taladrando los visillos,
introduce en mi alcoba tu presencia.
Me levanto e intento sorprenderte,
asistir al momento en que tu torso cruce
los cristales y la tibia camisa
sea a la silla lanzada.
Mi pupila se engarza en el encaje

y mis pies ya no atienden, de las losas, el frío.

Ana Rossetti
(Yesterday, 1988)

sábado, 21 de marzo de 2015

No te lo creas tanto

                  Calle de Madrid, Jósef Pankiewicz (1916-1918)

Y a ver si te crees
que ya no cojo el metro,
ni como lentejas
ni recorto noticias.
Amarte no es pararme
como el mármol.
Y a ver si te crees
que ya no hay vida.
(Debería estar prohibido
querer solo).
Soy feliz con las cosas
más sencillas.
Ducharme cantando,
ir al mercado,
pasear por tu calle,
darme crema en la tripa.
Y a ver si te crees
todos los negros.
Y a ver si te crees
esas cosillas...
Que dicen los libros
los poemas,
el cine, la noche,
y los vaivenes
donde se mece tu psicología.
No tires la toalla
que ni siquiera te has mojado.
No te lo creas tanto
que es mentira.
Mentira es una amiga de hace años,
que me enseñó a cruzar
los lagos de la vida.
Es una especialista del buceo,
cuando casi me ahogo
va, y lo evita.
Y a ver si te crees
que esto es amarte.
A mí lo que me parece
ahora que emerjo...
Me parece mentira.

Belén Reyes
(Atrévete a olvidarme, 2007)

martes, 17 de marzo de 2015

No lectura

                    Homenaje a Blériot, Robert Delaunay (1914)

A las obras de Proust
no les añaden en la librería un mando a distancia,
no podemos cambiar
a un partido de fútbol
o a un concurso donde ganar un volvo.
 

Vivimos más,
pero menos precisos
y con frases cortas.
 

Viajamos más rápido, más a menudo, más lejos,
aunque en lugar de recuerdos volvemos con fotos.
Aquí yo con un tío.
Aquel creo que es mi ex.
Aquí todos en pelotas,
así que seguramente es un playa.
 

Siete tomos: piedad.
¿No se podría resumir, abreviar,
o mejor mostrar en imágenes todo eso?
Una vez pasaron una serie que se titulaba La muñeca
pero mi cuñada dice que era de otro que también empezaba por P.
 

Además, seamos sinceros, quién es ese.
Al parecer escribió en la cama un montón de años.
Página tras página,
a una velocidad limitada.
Y nosotros con la quinta puesta
y —toquemos madera— saludables.


Wislawa Szymborska
(Aquí, 2009)

[Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano]

miércoles, 11 de marzo de 2015

La carencia

                       Vista del Lago Winnipiseogee, Thomas Cole (1828)

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.

Alejandra Pizarnik
(Las aventuras perdidas, 1958)

domingo, 8 de marzo de 2015

Si te sientes como una bayeta

                     La travesía, Kay Sage (1956)

Si te sientes como una bayeta
como una colilla
como una cáscara,
no riegues tu tristeza,
no existe tu fracaso
        (¡El fracaso es el suyo!)
el del que te usó para limpiarse
y te tiró como bayeta vieja,
el que aspiró tu energía,
te disfrutó y pisó, como a colilla usada;
el que mordió tu fruto
y tiró lo que quedó de ti
la monda y lironda cáscara de terciopelo.

Si eres bayeta,
                   colilla
                           o cáscara
¡siémbrate en ti!
Y vuelve a florecer en un cuadro,
en un poema,
o si cáscara,
en el manjar de un niño hambriento.
     (Así hice yo)


Gloria Fuertes
(Historia de Gloria, 1980)

jueves, 5 de marzo de 2015

Al oído...

       Costa de Crimea a la luz de la luna, Ivan Aivazovsky (1853)

Si quieres besarme... besa,
–yo comparto tus antojos–
mas no hagas mi boca presa,
¡bésame quedo en los ojos!

No me hables de los hechizos
de tus besos en el cuello...
Están celosos mis rizos,
¡Acaríciame el cabello!

Para tu mimo oportuno,
si tus ojos son palabras,
me darán, uno por uno,
los pensamientos que labras.

Pon tu mano entre las mías,
temblarán como un canario
y oiremos las sinfonías
de algún amor milenario.

Esta es una noche muerta
bajo la techumbre astral.
Está callada la huerta
como en un sueño letal.

Tiene un matiz de alabastro
y un misterio de pagoda.
¡Mira la luz de aquel astro!
¡La tengo en el alma toda!

Silencio...silencio...¡Calla!
Hasta el agua corre apena,
bajo su verde pantalla
se aquieta cabe la arena.

¡Oh! ¡Qué perfume tan fino!
¡No beses mis labios rojos!
En la noche de platino
bésame quedo en los ojos...

Alfonsina Storni
(La inquietud del rosal, 1916)

martes, 3 de marzo de 2015

¿Sueño?

                           El beso, Vsevolod Maximovich (1913)

     ¡Beso que ha mordido mi carne y mi boca
Con su mordedura que hasta el alma toca!
¡Beso que me sorbe lentamente vida
Como una incurable y ardorosa herida!
 

     ¡Fuego que me quema sin mostrar la llama
Y que a todas horas por más fuego clama!
¿Fue una boca bruja o un labio hechizado
El que con su beso mi alma ha llagado?
 

     ¿Fue en sueño o vigilia que hasta mí llegó
El que entre sus labios mi alma estrujó?
Calzaré sandalias de bronce e iré
 

     A donde esté el mago que cura me dé.
¡Secadme esta llaga, vendadme esta herida
Que por ella en fuga se me va la vida!


Juana de Ibarbourou
(Las lenguas de diamante, 1919)

viernes, 27 de febrero de 2015

Cerré mi puerta al mundo

             Cascada de La Hiruela, Enrique Simonet (1866-1927)

Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño...
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.

Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.

Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo. 


Emilio Prados
(Cuerpo perseguido, 1927-28, publicado en 1946)

viernes, 20 de febrero de 2015

Unos cuerpos son como flores

                   Cuando viene el otoño, Robert Le Madec (1899)

Unos cuerpos son como flores,
Otros como puñales,
Otros como cintas de agua;
Pero todos, temprano o tarde,
Serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
Convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones,
Sueña con libertades, compite con el viento,
Hasta que un día la quemadura se borra,
Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino
Que cruzan al pasar los pies desnudos,
Muero de amor por todos ellos;
Les doy mi cuerpo para que lo pisen,
Aunque les lleve a una ambición o a una nube,
Sin que ninguno comprenda
Que ambiciones o nubes
No valen un amor que se entrega.


Luis Cernuda
(Los placeres prohibidos, 1931)

miércoles, 18 de febrero de 2015

La aurora

                   Puente de Brooklyn, Joseph Stella (1919-1920)

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.


Federico García Lorca
(Poeta en Nueva York, 1929-1930)

lunes, 16 de febrero de 2015

Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca


          Fragmento de Go West, película interpretada y dirigida por Buster Keaton (1925)

1, 2, 3 y 4.
En estas cuatro huellas no caben mis zapatos.
Si en estas cuatro huellas no caben mis zapatos,
¿de quién son estas cuatro huellas?
¿De un tiburón,
de un elefante recién nacido o de un pato?
¿De una pulga o de una codorniz?

(Pi, pi, pi.)

¡Georginaaaaaaaaaaaaa!
¿Dónde estás?
¡Que no te oigo, Georgina!
¿Qué pensarán de mí los bigotes de tu papá?
 

(Paapááááááá.)
¡Georginaaaaaaaaaa!
¿Estás o no estás?
Abeto, ¿dónde está?
Aliso, ¿dónde está?
Pinsapo, ¿dónde está?
¿Georgina pasó por aquí?

(Pi, pi, pi, pi.)

Ha pasado a la una comiendo yerbas.
Cucú,
el cuervo la iba engañando con una flor de reseda.
Cuacuá,
la lechuza, con una rata muerta.

¡Señores, perdonadme, pero me urge llorar!
(Guá, guá, guá)

¡Georgina!
Ahora que te faltaba un solo cuerno
para doctorarte en la verdaderamente útil carrera de ciclista

y adquirir una gorra de cartero.

(Cri, cri, cri, cri.)

Hasta los grillos se apiadan de mí
y me acompaña en mi dolor la garrapata.
Compadécete del smoking que te busca y te llora entre aguaceros

y del sombrero hongo que tiernamente
te presiente de mata en mata.

¡Georginaaaaaaaaaaaaaaa!
 

(Maaaaaaa).

¿Eres una dulce niña o eres una verdadera vaca?
 

Mi corazón siempre me dijo que eras una verdadera vaca.
Tu papá, que eras una dulce niña.
Mi corazón, que eras una verdadera vaca.
Una dulce niña.
Una verdadera vaca.
Una niña.
Una vaca.
¿Una niña o una vaca?
O ¿una niña y una vaca?
Yo nunca supe nada.

                                      Adiós, Georgina.
                                                                     (¡Pum!)


Rafael Alberti
(Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, 1929)

sábado, 14 de febrero de 2015

Far West

 Imagen de Águila Blanca, película del oeste dirigida por Fred Jackman y W. S. Van Dyke en 1922

¡Qué viento a ocho mil kilómetros!
¿No ves cómo vuela todo?
¿No ves los cabellos sueltos
de Mabel, la caballista
que entorna los ojos limpios
ella, viento, contra viento?
¿No ves
la cortina estremecida,
ese papel revolado
y la soledad frustrada
entre ella y tú por el viento?

Sí, lo veo.
Y nada más que lo veo.
Ese viento
está al otro lado, está
en una tarde distante
de tierras que no pisé.
Agitando está unos ramos
sin dónde,
está besando unos labios
sin quién.
No es ya viento, es el retrato
de un viento que se murió
sin que yo le conociera,
y está enterrado en el ancho
cementerio de los aires
viejos, de los aires muertos.

Sí le veo, sin sentirle.
Está allí, en el mundo suyo,
viento de cine, ese viento.


Pedro Salinas
(Seguro azar, 1929)

miércoles, 11 de febrero de 2015

Evasión

                            El arcoíris, Robert Delaunay (1913)

Acabo de desorbitar
al cíclope solar

Filo en el vellón

de una nube de algodón
a lo rebelde a lo rumoroso
a lo luminoso y ultratenebroso

Los vientos contrarios sacuden las velas
de mis carabelas

¿Te quedas atrás Peer Gynt?


Las cuerdas de mi violín
se entrelazan como una cabellera
entre los dedos del viento norte

Se ha ahogado la primavera

mi belleza consorte

Finis terre la

soledad del abismo

Aún más allá

Aún tengo que huir de mí mismo


Juan Larrea
(Versión celeste, 1919-1931)

domingo, 8 de febrero de 2015

El Chato de las Vistillas

 La Plaza Mayor de Madrid en Pascua de Navidad, Francisco Ortego Vereda (1860)

El Chato de las Vistillas
le decía al de Pozuelo:
–No hay quien conozca cual yo
el gran mundo madrileño.
Tengo buenas relaciones
y buenos conocimientos
desde la Bombi hasta el Rastro
y desde el Rastro al Estrecho.
Conozco a los maleantes
que van al Pardo al ojeo
y a los que cazan con liga
en el Cerro del Pimiento.
Tengo amigos en las tascas,
tabernas y merenderos
que se extienden desde el Puente
hasta el Pico del Pañuelo.
Soy parroquiano efectivo
del bodegón del Infierno,
de la tasca de la Blasa
y el café de Naranjeros.
Ni la Ronda de Segovia,
ni la Ronda de Toledo
tienen para mí tapujos
que no conozca de lleno.
El juego de las tres cartas
y otros juegos de embeleco
son para mí el abecé
del arte de los enredos.
El centro de los Madriles
ese también es mi centro;
y la calle de la Aduana
y la calle de Tudescos
las conozco palmo a palmo
y las tengo así en los dedos.
Supongo que alguna vez
habrá que ir a la Modelo;
pero allí tengo también
amigos de pelo en pecho
y personas muy decentes,
que son unos caballeros.

Pío Baroja
(Canciones del suburbio, 1944)

jueves, 5 de febrero de 2015

Castilla

                   Ávila, Aureliano de Beruete y Moret (1909)

     Tú me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
                 al cielo, tu amo.
     Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
                  del noble antaño. 

     Con la pradera cóncava del cielo
lindan en torno tus desnudos campos,
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
                 y en ti santuario.

     Es todo cima tu extensión redonda
y en ti me siento al cielo levantado,
aire de cumbre es el que se respira
                aquí, en tus páramos.

     ¡Ara gigante, tierra castellana,
a ese tu aire soltaré mis cantos,
si te son dignos bajarán al mundo
                desde lo alto!


Miguel de Unamuno
(Poesías, 1907)

lunes, 2 de febrero de 2015

A lo lejos

                         La sonata, Childe Hassam (1911)

A lo lejos resonaban las cadencias de un piano
que jemía las nostalgias de una májica canción,
y extasiado en la amargura de aquel éxtasis lejano,
derramaba triste llanto mi doliente corazón.

Yo soñaba en la ternura suave y lenta de la mano
que arrancaba del piano tan amarga vibración,
y mis besos se perdían en la bruma del arcano
que absorbía con su sombra la dulcísima aflicción.

¡Ay, quién sabe si aquel alma era hermana de la mía
y soñando con mi alma mitigaba su pesar!
La agonía de sus quejas era igual a mi agonía,

su sollozo melancólico me obligaba a sollozar...
¡Oh, las almas que se adoran de una tarde en la harmonía
y consuelan sus martirios sin poderse nunca amar!


Juan Ramón Jiménez
(Rimas, 1902)
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