domingo, 11 de octubre de 2015

Rima XLII

                                        Separación, Edvard Munch (1896)

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor.... Con pena
logré balbucear unas palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.


Gustavo Adolfo Bécquer
(Rimas, 1871)

domingo, 4 de octubre de 2015

Canción del pirata

                        Mar nocturno con tormenta, Ivan Aivazovsky (1849)

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido,
del uno al otro confín.
 

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.
 

"Navega, velero mío,
         sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

        Veinte presas
        hemos hecho
        a despecho
        del inglés,
        y han rendido
        sus pendones
        cien naciones
        a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

 

Allá muevan feroz guerra
          ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

        Y no hay playa,
        sea cualquiera,
        ni bandera
        de esplendor,
        que no sienta
        mi derecho
        y dé pecho
        a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

 

A la voz de «¡barco viene!»
         es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar.
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

        En las presas
        yo divido
        lo cogido
        por igual.
        Solo quiero
        por riqueza
        la belleza
        sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

 

¡Sentenciado estoy a muerte!
       Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.

        Y si caigo,
        ¿qué es la vida?
        Por perdida
        ya la di,
        cuando el yugo
        del esclavo,
        como un bravo,
        sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

 

Son mi música mejor
        aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

        Y del trueno
        al son violento,
        y del viento
        al rebramar,
        yo me duermo
        sosegado,
        arrullado
        por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar."


José de Espronceda
      (1808-1842)

domingo, 27 de septiembre de 2015

El tocador

                        El beso robado, Jean-Honoré Fragonard (h. 1780)

    Sentada ante el espejo
ornaba Galatea
de sus blondos cabellos
las delicadas hebras.

    Separada en dos partes,
su dorada madeja
cubre en undosos rizos
el cuello de azucena.

    Con mano artificiosa
de sus sortijas cerca
la frente, porque brille
la nieve contrapuesta.
    Sobre el ara del gusto
en agradable ofrenda
el lujo para ungirlos
le ofrece sus esencias,

    y cien vistosas flores
parece que se acercan
a sus dedos, ufanas
si adornan su cabeza.
    Ella en todas escoge
las colores más tiernas,
y entre el alto plumaje
delicada las mezcla.
    Luego al cristal se mira;
y al hallarse tan bella,
tierna suspira, y sigue
su felice tarea.
    De transparente gasa
sobre el tocado asienta
un lazo, que hasta el talle
baja y al viento ondea.
    Con otro solicita
celar a la modestia
de sus turgentes pechos
las dos nevadas pellas.
    Por ellas, al cubrirlas,
acaso, aunque ligera,
la mano pasa; y siente
que el tacto la recrea.
    Torna a correrla; y blando
circula por sus venas
de amor el dulce fuego,
que la delicia aumenta.
    Rendida hacia el espejo
se vuelve; y en su esfera
las pomas mismas halla,
que loca la enajenan.
    Y al punto más perdida
con amable licencia
para en ellas gozarse
las gasas desordena.

    Ya ardiente las agita,
ya las palpa suspensa,
ya tierna las comprime;
y en la presión violenta
    su palpitar se dobla;
desfallecida anhela;
me nombra, y del deleite
la nube la rodea.
    Yo de improviso salgo,
y con dulce sorpresa
pago en ardientes besos
su amor y su fineza.
    Turbose un tanto al verme;
mas bien presto halagüeña
me ofreció entre sus brazos
el perdón de mi ofensa.


Juan Meléndez Valdés
          (1754-1817)

martes, 22 de septiembre de 2015

El galán y la dama

 Joven pareja rococó en magníficos interiores, Federico Andreotti (1930)

Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
solo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»

Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen».


Tomás de Iriarte
      (1750-1791)

domingo, 20 de septiembre de 2015

El zagal y las ovejas

                                El mal pastor, Jan Brueghel (II) (h. 1616)

Apacentando un joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
«¡Favor!, que viene el lobo, labradores».

Estos, abandonando sus labores,
acuden prontamente,
y hallan que es una chanza solamente.
Vuelve a clamar, y temen la desgracia;
segunda vez los burla: ¡linda gracia!
Pero ¿qué sucedió la vez tercera?
Que vino en realidad la hambrienta fiera.
Entonces el zagal se desgañita,
y por más que patea, llora y grita,
no se mueve la gente escarmentada,
y el lobo le devora la manada.

¡Cuántas veces resulta de un engaño,
contra el engañador el mayor daño!


Félix María de Samaniego
               (1745-1801)

domingo, 13 de septiembre de 2015

Restauración (Tientos)

                   La alberca del Alcázar de Sevilla, Joaquín Sorolla (1910)

En el pozo del recuerdo
se me cayó el alma un día.
El tiempo es el agua negra
que va bebiendo mi vida.

Pasan los recuerdos míos
como el agua de la fuente,
la de los caños partíos.

El tiempo se va pasando,
va dando vueltas la rueda
y yo esperando la vida
y recordando la espera.

Si será la libertad
la condena de la rueda
a no dejar de rodar.

Mientras la vida se pasa

pasan los recuerdos míos.
Se está mirando la nada
en el espejo vacío.

Voy partiendo los espejos.
Cada mirada más solo,
cada mirada más viejo.

Álvaro Tato
(Zarazas. Coplas flamencas reunidas, 2015)

lunes, 17 de agosto de 2015

O meu olhar é nítido como um girassol

                   Paisaje de verano, Hans Richard von Volkmann (h. 1927)

O meu olhar é nítido como um girassol.
Tenho o costume de andar pelas estradas
Olhando para a direita e para a esquerda,
E de vez em quando olhando para trás...
E o que vejo a cada momento
É aquilo que nunca antes eu tinha visto,
E eu sei dar por isso muito bem...
Sei ter o pasmo essencial
Que tem uma criança se, ao nascer,
Reparasse que nascera deveras...
Sinto-me nascido a cada momento
Para a eterna novidade do mundo...

Creio no mundo como num malmequer,
Porque o vejo. Mas não penso nele
Porque pensar é não compreender...
O mundo não se fez para pensarmos nele
(Pensar é estar doente dos olhos)
Mas para olharmos para ele e estarmos de acordo…

Eu não tenho filosofia: tenho sentidos...
Se falo na Natureza não é porque saiba o que ela é,
Mas porque a amo, e amo-a por isso,
Porque quem ama nunca sabe o que ama
Nem sabe porque ama, nem o que é amar...

Amar é a eterna inocência,
E a única inocência é não pensar...

Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando Pessoa)
(O guardador de rebanhos, 1914)


Versión al castellano de Un poema cada día

Mi mirada es nítida como un girasol.
Tengo la costumbre de andar por los caminos
Mirando para la derecha y para la izquierda,
Y de vez en cuando mirando para atrás...
Y lo que veo a cada momento
Es aquello que nunca antes había visto,
Y lo sé percibir muy bien...
Sé tener el asombro esencial
Que tiene un niño si, al nacer,
Se diese cuenta de que había nacido de verdad...
Me siento nacido a cada momento
Para la eterna novedad del mundo...

Creo en el mundo como en una margarita,
Porque lo veo. Pero no pienso en él
Porque pensar es no comprender...
El mundo no se hizo para que pensemos en él
(Pensar es estar enfermo de los ojos)
Sino para que lo miremos y estemos de acuerdo...

Y no tengo filosofía: tengo sentidos...
Si hablo a la Naturaleza no es porque sepa lo que ella es,
Sino porque la amo, y la amo por eso,
Porque quien ama nunca sabe lo que ama
Ni sabe por qué ama, ni lo que es amar...

Amar es la eterna inocencia,
Y la única inocencia es no pensar... 

(El guardador de rebaños

lunes, 29 de junio de 2015

A quién me quejaré del cruel engaño

              Ariadna abandonada por Teseo, Angelica Kauffmann (1774)

     "¿A quién me quejaré del cruel engaño,
árboles mudos, en mi triste duelo?
¡Sordo mar, tierra extraña, nuevo cielo,
fingido amor, costoso desengaño!


     Huye el pérfido autor de tanto daño
y quedo sola en peregrino suelo,
do no espero a mis lágrimas consuelo,
que no permite alivio mal tamaño.


     Dioses, si entre vosotros hizo alguno
de un desamor ingrato amarga prueba,
vengadme, os ruego, del traidor Teseo."


     Tal se quejaba Ariadna en importuno
lamento al cielo, y entretanto lleva
el mar su llanto, el viento su deseo.


Juan de Arguijo
(1567-1623)

lunes, 22 de junio de 2015

A la noche

               La Torre de Gálata a la luz de la luna, Ivan Aivazovsky (1845)

     Noche, fabricadora de embelecos,
loca, imaginativa, quimerista,
que muestras al que en ti su bien conquista
los montes llanos y los mares secos;
 

     habitadora de cerebros huecos,
mecánica, filósofa, alquimista,
encubridora vil, lince sin vista,
espantadiza de tus mismos ecos:
 

     la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,
solícita, poeta, enferma, fría,
manos del bravo y pies del fugitivo.
 

     Que vele o duerma, media vida es tuya:
si velo, te lo pago con el día,
y si duermo, no siento lo que vivo.


Lope de Vega
(1562-1635)

domingo, 14 de junio de 2015

¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Direlo?

 Psyque sorprende a Cupido durmiendo, Louis Jean François Lagrenée (1769)

     ¡Ay, Floralba ! Soñé que te... ¿Direlo ?
Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto infierno a tanto cielo ?

     Mis llamas con tu nieve y con tu yelo,
cual suele opuestas flechas de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
como mi adoración en su desvelo.

     Y dije: "Quiera Amor, quiera mi suerte,
que nunca duerma yo, si estoy despierto,
y que si duermo, que jamás despierte".

     Mas desperté del dulce desconcierto;
y vi que estuve vivo con la muerte,
y vi que con la vida estaba muerto.


Francisco de Quevedo
(1580-1645)

lunes, 8 de junio de 2015

Ándeme yo caliente

                 Bodegón con fruta, nueces y queso, Floris van Dyck (1613)

Ándeme yo caliente
y ríase la gente
.
 

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.

Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.

Pase a media noche el mar,
y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.


Luis de Góngora
(1561-1627)

sábado, 6 de junio de 2015

Cuando Preciosa el panderete toca

Muchacha gitana con una pandereta, William-Adolphe Bouguereau (1825-1905)

Cuando Preciosa el panderete toca
y hiere el dulce son los aires vanos,
perlas son que derrama con las manos;
flores son que despide de la boca.

Suspensa el alma, y la cordura loca,
queda a los dulces actos sobrehumanos,
que, de limpios, de honestos y de sanos,
su fama al cielo levantado toca.

Colgadas del menor de sus cabellos
mil almas lleva, y a sus plantas tiene
amor rendidas una y otra flecha.

Ciega y alumbra con sus soles bellos,
su imperio amor por ellas le mantiene,
y aún más grandezas de su ser sospecha.


Miguel de Cervantes
(La gitanilla, 1613)

sábado, 30 de mayo de 2015

XII

                            Efecto mariposa, Anastasiya Markovich (2008)

llegaste un mes de abril,
en plena exaltación de los diluvios,
y el mundo se tiñó de mariposas.
no he podido olvidar tus ojos grandes,
cuajados de cometas,
y tengo todavía entre mis labios tu beso más antiguo.
era el tiempo del trigo,
de los armiños muertos,
de las manos fecundas por la lluvia.
los ángeles llevaban en sus pechos doce palomas y un recién nacido
y atacaban con odio a los profetas que auguraban desiertos.
qué importaba la ausencia de los mapas,
qué si jamás habíamos viajado por montañas salvajes.
quitadme los zapatos y bailaré con ella.
quitadme los sombreros y elevaré sobre los cielos el cáliz de su vientre.
hoy quiero celebrar la aurora de la carne
y los barcos que arriban a las islas.
ya siempre el universo es transparente
y las rocas revientan de entusiasmo.

Modesto Calderón
(el bosque, 2015)

viernes, 22 de mayo de 2015

Rojo sol, que con hacha luminosa

                    Ciervos junto a un lago, Carl Frederic Aagaard (1888)

     Rojo sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo:
¿hallaste tal belleza en todo el suelo,
que iguale a mi serena Luz dichosa?
 

     Aura süave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo:
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, ¿tocaste trenza más hermosa?


     Luna, honor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fijadas:
¿consideraste tales dos estrellas?
 

     Sol puro, aura, luna, llamas de oro,
¿oísteis vos mis penas nunca usadas?,
¿visteis Luz más ingrata a mis querellas?


Fernando de Herrera
(1534-1597)

sábado, 16 de mayo de 2015

Bella es mi ninfa si los lazos de oro

          Clemence Isaure, Jules Joseph Lefebvre (1834-1912)

Bella es mi ninfa si los lazos de oro
al apacible viento desordena;
bella, si de sus ojos enajena
el altivo desdén que siempre lloro;

bella, si con la luz que sola adoro

la tempestad del viento y mar serena;
bella, si a la dureza de mi pena
vuelve las gracias del celeste coro.
 

Bella si mansa, bella si terrible,
bella si cruda, bella esquiva, y bella
si vuelve grave aquella luz del cielo;

cuya beldad humana y apacible

ni se puede saber lo que es sin vella,
ni vista entenderá lo que es el suelo. 

Francisco de la Torre
(h. 1534-h. 1594)

lunes, 11 de mayo de 2015

Canción V (Ode ad florem Gnidi)

            Calíope enseñando a Orfeo, Alexandre-Auguste Hirsch (1865)

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son, que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,

y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese,
y al son confusamente los trujiese:

no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,

ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;

mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
y alguna vez con ella
también seria notada
el aspereza de que estás armada,

y cómo por ti sola,
y por tu gran valor y hermosura,
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.

Hablo de aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
que está muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.

Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya la aflige;

por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;

por ti su blanda musa,
en lugar de la cítara sonante,
tristes querellas usa
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;

por ti el mayor amigo
le es importuno, grave y enojoso:
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,

y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida,
que ponzoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo de él, ni tan temida.

No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.

Hágate temerosa
el caso de Anaxárete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepintió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.

Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
cuando, abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,

y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.

Sintió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?

Los ojos se enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huesos se tornaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convirtieron;

las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,

hasta que, finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.

No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas

den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
de algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.


Garcilaso de la Vega
(h. 1501-1536)

sábado, 9 de mayo de 2015

Tus ojos

                       Casa en la Costa de Capri, Bernardo Hay (1864-1935)

Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas, 

pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea, 

páramo.

Octavio Paz
(Libertad bajo palabra, 1935-1957)

martes, 5 de mayo de 2015

El remordimiento

    Mar del Norte bajo la luz de la luna, Caspar David Friedrich (1823-1824)

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.


Jorge Luis Borges
(La moneda de hierro, 1976)

viernes, 1 de mayo de 2015

Libro de familia

               Hombre leyendo, John Singer Sargent (1856-1925)

Hoy que tú y yo
no somos todavía nosotros.
Hoy que aún
no está claro
qué busco
y dónde voy.
Hoy que esperas saber
lo único que importa
de alguien:
lo que nunca sería y lo que es.
Pregunta lo que quieras.
Te contaré mi historia,
día a día
y de principio a fin.

He aprendido a nadar en los libros de Conrad;
a huir en los poemas de Vallejo y Rimbaud.
Hablo cualquier idioma. Viví en todas las épocas.
Me llamaban Machado:
mi tumba está en Collioure.

Lo que sé de la muerte, me lo enseñó Quevedo.
Mi nombre es Anna Ajmátova;
mi nombre es Sylvia Plath.
He luchado con Frankenstein,
Drácula
y los franceses,
y naufragué con Gulliver y Robinson Crusoe.

Crucé a caballo América junto a Pablo Neruda.
Vine a España con Hemingway en la Guerra Civil.
He visto un hombre-lobo y una ballena blanca.
Compartí con Cervantes las mazmorras de Argel.

He jugado en la India con panteras que hablaban.
Vi en un bosque los tigres rojos de William Blake.
Dejé sobre la nieve pasos de hombre invisible.
He dormido en Comala, Oz y Nunca Jamás.

Viajé del Mississippi de Mark Twain hasta Ítaca,
la Isla del Tesoro,
la Esfinge de Gizeh...
He sido dios en Roma, héroe en Grecia y mendigo
en el Londres de Dickens y el Madrid de Galdós.

Mientras hablaba Góngora, existió Polifemo.
Borges puso en mis manos la esfera del Aleph.
He llevado en mi dedo el anillo de Tolkien.
Navegué siete mares al lado de Simbad.

Quise ser Isak Dinesen en las selvas de África;
en Moscú, Boris Pasternak y Lorca en Nueva York;
y un marinero rubio en brazos de Cernuda;
y el hombre que quisiera a Madame Bovary.

Si algo sé de la gente real, lo he aprendido
de Hamlet o Jane Eyre; Don Juan o Robin Hood;
Ligeia me dio el miedo; Ulises, la aventura;
Heathcliff me enseñó el odio; D'Artagnan, el valor.

En los versos de Alberti escuché a las sirenas.
Kafka me llevó a Praga, Victor Hugo a París.
He bajado al infierno con Dante, y con Ovidio
me he transformado en lluvia, en el eco, en laurel...

Sufro como Pavese; fumo al modo de Auden;
sonrío como Anne Sexton; bebo igual que Verlaine;
Rilke me hizo viajero y Paul Éluard de izquierdas;
Pessoa me ha enseñado a fingir que soy yo.

Ésa también ha sido mi familia,
como tú vas a serlo
de todos los que lean y no olviden
los poemas
                        que ahora
                                             escribo
                                                            para ti.

Benjamín Prado
(Ya no es tarde, 2014)

martes, 28 de abril de 2015

El juego de hacer versos

                        Charles Baudelaire, Gustave Courbet (1848-1849)

El juego de hacer versos
—que no es un juego— es algo
parecido en principio
al placer solitario.

Con la primera muda,
en los años nostálgicos
de nuestra adolescencia,
a escribir empezamos.

Y son nuestros poemas
del todo imaginarios
—demasiado inexpertos
ni siquiera plagiamos—

porque la Poesía
es un ángel abstracto
y, como todos ellos,
predispuesto a halagarnos.

El arte es otra cosa
distinta. El resultado
de mucha vocación
y un poco de trabajo.

Aprender a pensar
en renglones contados
–y no en los sentimientos
con que nos exaltábamos–,

tratar con el idioma
como si fuera mágico
es un buen ejercicio,
que llega a emborracharnos.

Luego está el instrumento
en su punto afinado:
la mejor poesía
es el Verbo hecho tango.

Y los poemas son
un modo que adoptamos
para que nos entiendan
y que nos entendamos.

Lo que importa explicar
es la vida, los rasgos
de su filantropía,
las noches de sus sábados.

La manera que tiene
sobre todo en verano
de ser un paraíso.
Aunque, de cuando en cuando,

si alguna de esas noches
que las carga el diablo
uno piensa en la historia
de estos últimos años,

si piensa en esta vida
que nos hace pedazos
de madera podrida,
perdida en un naufragio,

la conciencia le pesa
—por estar intentando
persuadirse en secreto
de que aún es honrado.

El juego de hacer versos,
que no es un juego, es algo
que acaba pareciéndose
al vicio solitario.


Jaime Gil de Biedma
(Moralidades, 1966)

domingo, 26 de abril de 2015

El cine de los sábados

        Cartel de Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder (1959)

maravillas del cine galerías
de luz parpadeante entre silbidos
niños con sus mamás que iban abajo
entre panteras un indio se esfuerza
por alcanzar los frutos más dorados
ivonne de carlo baila en scherezade
no sé si danza musulmana o tango
amor de mis quince años marilyn
ríos de la memoria tan amargos
luego la cena desabrida y fría
y los ojos ardiendo como faros.


Antonio Martínez Sarrión
(Teatro de operaciones, 1967)

jueves, 23 de abril de 2015

Mientras tú existas

                                          Primavera, Heinrich Vogeler (1913)

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz —cualquiera...
                                                Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.


Ángel González
(Áspero mundo, 1956)

martes, 21 de abril de 2015

Primavera en la tierra

                             Massa, Bahía de Nápoles, John Brett (1864)

Vosotros, fuisteis
espíritus de un alto cielo,
poderes benévolos que presidisteis mi vida,
iluminando mi frente en los feraces días de la alegría juvenil.

Amé, amé la dichosa Primavera

bajo el signo divino de vuestras alas levísimas,
oh poderosos, oh externos dueños de la tierra.
Desde un alto cielo de gloria,
espíritus celestes, vivificadores del hombre,
iluminasteis mi frente con los rayos vitales de un sol que llenaba la tierra de sus totales cánticos.

Todo el mundo creado

resonaba con la amarilla gloria
de la luz cambiante.
Pájaros de colores,
con azules y rojas y verdes y amatistas,
coloreadas alas con plumas como el beso,
saturaban la bóveda palpitante de dicha,
batiente como seno, como plumaje o seno,
como la piel turgente que los besos tiñeran.

Los árboles saturados colgaban

densamente cargados de una savia encendida.
Flores pujantes, hálito repentino de una tierra gozosa,
abrían su misterio, su boca suspirante,
labios rojos que el sol dulcemente quemaba.

Todo abría su cáliz bajo la luz caliente.

Las grandes rocas, casi de piedra o carne,
se amontonaban sobre dulces montañas,
que reposaban cálidas como cuerpos cansados
de gozar una hermosa sensualidad luciente.
Las aguas vivas, espumas del amor en los cuerpos,
huían, se atrevían, se rozaban, cantaban.
Risas frescas los bosque enviaban, ya mágicos;
atravesados solo de un atrevido viento.

Pero vosotros, dueños fáciles de la vida,
presidisteis mi juventud primera.
Un muchacho desnudo, cubierto de vegetal alegría,
huía por las arenas vívidas del amor
hacia el gran mar extenso,
hacia la vasta inmensidad derramada
que melodiosamente pide un amor consumado.

La gran playa marina,

no abanico, no rosa, no vara de nardo,
pero concha de un nácar irisado de ardores,
se extendía vibrando, resonando, cantando,
poblada de unos pájaros de virginal blancura.

Un rosa cándido por las nubes remotas

evocaba mejillas recientes donde un beso
ha teñido purezas de magnolia mojada,
ojos húmedos, frente salina y alba
y un rubio pelo que en el ocaso ondea.

Pero el mar se irisaba. Sus verdes cambiantes,

sus azules lucientes, su resonante gloria
clamaba erguidamente hasta los puros cielos,
emergiendo entre espumas su vasta voz amante.

En ese mar alzado, gemidor, que dolía

como una piedra toda de luz que a mí me amase,
mojé mis pies, herí con mi cuerpo sus ondas,
y dominé insinuando mi bulto afiladísimo,
como un delfín que goza las espumas tendidas.

Gocé, sufrí, encendí los agoniosos mares,

los abrasados mares,
y sentí la pujanza de la vida cantando,
ensalzado en el ápice del placer a los cielos.

Siempre fuisteis, oh dueños poderosos,

los dispensadores de todas las gracias,
tutelares hados eternos que presidisteis la fiesta de la vida
que yo viví como criatura entre todas.

Los árboles, las espumas, las flores, los abismos,

como las rocas y aves y las aguas fugaces,
todo supo de vuestra presencia invisible
en el mundo que yo viví en los alegres días juveniles.

Hoy que la nieve también existe bajo vuestra presencia,

miro los cielos de plomo pesaroso
y diviso los hierros de las torres que elevaron los hombres
como espectros de todos los deseos efímeros.

Y miro las vagas telas que los hombres ofrecen,

máscaras que no lloran sobre las ciudades cansadas,
mientras siento lejana la música de los sueños
en que escapan las flautas de la Primavera apagándose.

Vicente Aleixandre
(Sombra del paraíso, 1944)

lunes, 20 de abril de 2015

Como el toro he nacido para el luto

                                  Hombre con toro,  Axel Törneman (1909)

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

Miguel Hernández
(El rayo que no cesa, 1936)

sábado, 18 de abril de 2015

Romance de una gentil dama y un rústico pastor

                 Vista de la Bahía de Pozzuoli, Jakob Philipp Hackert (1798)

Estase la gentil dama
paseando en su vergel,
los pies tenía descalzos

que era maravilla ver.
Hablábame desde lejos,
no le quise responder;

respondile con gran saña:
–¿Qué mandáis, gentil mujer?
Con una voz amorosa
comenzó de responder:
–Ven acá tú, el pastorcico,
si quieres tomar placer;
siesta es de mediodía
y ya es hora de comer;
si quieres tomar posada
todo es a tu placer.
– No era tiempo, señora,
que me haya de detener,
que tengo mujer e hijos
y casa de mantener,
y mi ganado en la sierra
que se me iba a perder,
y aquellos que me lo guardan
no tenían qué comer.
–Vete con Dios, pastorcillo,
no te sabes entender.
Hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadita en la cintura,
blanca soy como el papel,
la color tengo mezclada,
como rosa en el rosel;
las teticas agudicas,
que el brial quieren hender;

el cuello tengo de garza,
los ojos de un esparver; 

pues lo que tengo encubierto
maravilla es de lo ver.
–Ni aunque más tengáis, señora,
no me puedo detener.


Anónimo
(Siglo XV)

lunes, 6 de abril de 2015

Esta que veis de rostro amondongado

               Dulcinea del Toboso, Charles Robert Leslie (1839)

     Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.
 

     Pisó por ella el uno y otro lado
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montïel, hasta el herboso
llano de Aranjüez, a pie y cansado


     (culpa de Rocinante). ¡Oh dura estrella!,
que esta manchega dama y este invito
andante caballero, en tiernos años,


     ella dejó, muriendo, de ser bella,
y él, aunque queda en mármores escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.


Miguel de Cervantes
(El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605)

Este soneto (a modo de epitafio) pertenece a un grupo atribuido por Cervantes a los poetas de una Academia literaria de Argamasilla, meramente burlesca. Aparecen en el capítulo LII de la primera parte del Quijote y este, en concreto, va precedido de la siguiente leyenda: "Del Paniaguado, académico de la Argamasilla, "in laudem Dulcineae del Toboso"".
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