Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco
de la tristeza.
Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.
Si tú acercas tu boca inagotable
hasta la mía bebo
sin cesar la raíz de mi propia existencia.
Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir o cuánto
su distancia me aleja de mí mismo,
me reduce a la sombra.
Tú estás, ligera y encendida,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.
No te alejes jamás.
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Reténme.
Sé tú mi límite.
Y yo la imagen
de mí, feliz, que tú me has dado.
José Ángel Valente
(La memoria y los signos, 1966)
No hay comentarios:
Publicar un comentario