Bosque de abedules, Iván Shishkin (1871)
Quita a pucha, amigo,
que xa o reiseñor
vai cantando no bosque
ferido de amor.
Vai cantando no bosque:
¿quén atal vivirá?
As bágoas que verque
mollan o seu cantar.
Quita a monteira, amigo,
que xa o reiseñor
dixo: qué cedo a lúa!,
ferido de amor.
Álvaro Cunqueiro
(Cantiga nova que se chama riveira, 1933)
Versión al castellano de Un poema cada día
Quítate el sombrero, amigo,
que ya el ruiseñor
está cantando en el bosque
herido de amor.
Está cantando en el bosque:
¿quién a tal vivirá?
Las lágrimas que vierte
mojan su cantar.
Quítate la montera, amigo,
que ya el ruiseñor
dijo: ¡qué temprano la luna!,
herido de amor.
Aquí está el poema diario que utilizamos para ir fortaleciendo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros alumnos. Si alguien encuentra un bálsamo o un revulsivo en esta diaria medicina, bienvenido sea.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
miércoles, 18 de septiembre de 2013
De vegades és necessari i forçós
El espantapájaros, Joaquim Vayreda (1843-1894)
De vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol:
recorda sempre això, Sepharad.
Fes que siguin segurs els ponts del diàleg
i mira de comprendre i estimar
les raons i les parles diverses dels teus fills.
Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats
i l'aire passi com una estesa mà
suau i molt benigna damunt els amples camps.
Que Sepharad visqui eternament
en l'ordre i en la pau, en el treball,
en la difícil i merescuda
llibertat.
Salvador Espriu
(La pell de brau, 1960)
Versión al castellano de Un poema cada día.
A veces es necesario y forzoso
que un hombre muera por un pueblo,
pero nunca ha de morir todo un pueblo
por un hombre solo:
recuerda siempre esto, Sefarad.
Haz que sean seguros los puentes del diálogo
y trata de comprender y amar
las razones y las hablas diversas de tus hijos.
Que la lluvia caiga poco a poco en los sembrados
y el aire pase como una extendida mano
suave y muy benigna sobre los amplios campos.
Que Sefarad viva eternamente
en el orden y en la paz, en el trabajo,
en la difícil y merecida
libertad.
(La piel de toro, 1960)
De vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol:
recorda sempre això, Sepharad.
Fes que siguin segurs els ponts del diàleg
i mira de comprendre i estimar
les raons i les parles diverses dels teus fills.
Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats
i l'aire passi com una estesa mà
suau i molt benigna damunt els amples camps.
Que Sepharad visqui eternament
en l'ordre i en la pau, en el treball,
en la difícil i merescuda
llibertat.
Salvador Espriu
(La pell de brau, 1960)
Versión al castellano de Un poema cada día.
A veces es necesario y forzoso
que un hombre muera por un pueblo,
pero nunca ha de morir todo un pueblo
por un hombre solo:
recuerda siempre esto, Sefarad.
Haz que sean seguros los puentes del diálogo
y trata de comprender y amar
las razones y las hablas diversas de tus hijos.
Que la lluvia caiga poco a poco en los sembrados
y el aire pase como una extendida mano
suave y muy benigna sobre los amplios campos.
Que Sefarad viva eternamente
en el orden y en la paz, en el trabajo,
en la difícil y merecida
libertad.
(La piel de toro, 1960)
sábado, 14 de septiembre de 2013
Siempre la claridad viene del cielo
Otoño dorado, Isaac Levitan (1895)
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo –esto es un don–, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
Claudio Rodríguez
(Don de la ebriedad, 1953)
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo –esto es un don–, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
Claudio Rodríguez
(Don de la ebriedad, 1953)
domingo, 25 de agosto de 2013
Sima de amor
La vigilia de la valquiria, Edward Roberts Hughes (1851-1914)
Resbalando por esta sima umbrosa,
yendo sin freno el pie tras la mirada,
la mano tanteando en piedra helada,
y presa la mirada en lumbre hermosa,
por esta sima voy. ¿Qué luz undosa
de antorchas te me muestra, mi ignorada?
¡Oh inofensiva unión y peligrosa
la de la llama a la pupila atada!
Todo al revés se ve, y a la deriva,
por esta oscuridad que luz trasciende
donde el misterio del amor estriba.
Y si la muerte siento que en mí prende,
también me gozo al verla ardiendo viva
si los caminos de tu alma enciende.
Francisco Pino
(Espesa Rama, 1966)
Resbalando por esta sima umbrosa,
yendo sin freno el pie tras la mirada,
la mano tanteando en piedra helada,
y presa la mirada en lumbre hermosa,
por esta sima voy. ¿Qué luz undosa
de antorchas te me muestra, mi ignorada?
¡Oh inofensiva unión y peligrosa
la de la llama a la pupila atada!
Todo al revés se ve, y a la deriva,
por esta oscuridad que luz trasciende
donde el misterio del amor estriba.
Y si la muerte siento que en mí prende,
también me gozo al verla ardiendo viva
si los caminos de tu alma enciende.
Francisco Pino
(Espesa Rama, 1966)
martes, 30 de julio de 2013
El pino de la Corona
Dondequiera que paro, Platero, me parece que paro bajo el pino de la Corona. Adondequiera que llego —ciudad, amor, gloria— me parece que llego a su plenitud verde y derramada bajo el gran cielo azul de nubes blancas. Él es faro rotundo y claro en los mares difíciles de mi sueño, como lo es de los marineros de Moguer en las tormentas de la barra; segura cima de mis días difíciles, en lo alto de su cuesta roja y agria, que toman los mendigos, camino de Sanlúcar.
¡Qué fuerte me siento siempre que reposo bajo su recuerdo! Es lo único que no ha dejado, al crecer yo, de ser grande, lo único que ha sido mayor cada vez. Cuando le cortaron aquella rama que el huracán le tronchó, me pareció que me habían arrancado un miembro; y, a veces, cuando cualquier dolor me coge de improviso, me parece que le duele al pino de la Corona.
La palabra magno le cuadra como al mar, como al cielo y como a mi corazón. A su sombra, mirando las nubes, han descansado razas y razas por siglos, como sobre el agua, bajo el cielo y en la nostalgia de mi corazón. Cuando, en el descuido de mis pensamientos, las imágenes arbitrarias se colocan donde quieren, o en esos instantes en que hay cosas que se ven cual en una visión segunda y a un lado de lo distinto, el pino de la Corona, transfigurado en no sé qué cuadro de eternidad, se me presenta, más rumoroso y más gigante aún, en la duda, llamándome a descansar a su paz, como el término verdadero y eterno de mi viaje por la vida.
Juan Ramón Jiménez
(Platero y yo, XL, 1914, 1917)
jueves, 25 de julio de 2013
Un despertar de Moguer
Retrato de Juan Ramón Jiménez, Joaquín Sorolla (1903)
Bajo mi sol, mi mañana ¡qué alegre mi viña fresca,
con mi río amoratado entre mi marisma y Huelva!
A la sombra de mis pinos, por mi honda carretera,
mi jente se entra despacio, aquí y allá, por mis tierras.
Y en mi colina dorada de mi sol, mi primavera,
entre mi humo, Moguer, mi Moguer blanco despierta.
Pero tengo un tú sin mí, una sílaba desierta
como mis cuatro horizontes: mar, colina, pino, sierra.
Juan Ramón Jiménez
(Arias tristes, 1903)
Bajo mi sol, mi mañana ¡qué alegre mi viña fresca,
con mi río amoratado entre mi marisma y Huelva!
A la sombra de mis pinos, por mi honda carretera,
mi jente se entra despacio, aquí y allá, por mis tierras.
Y en mi colina dorada de mi sol, mi primavera,
entre mi humo, Moguer, mi Moguer blanco despierta.
Pero tengo un tú sin mí, una sílaba desierta
como mis cuatro horizontes: mar, colina, pino, sierra.
Juan Ramón Jiménez
(Arias tristes, 1903)
martes, 25 de junio de 2013
Volveremos a vernos
Volveremos a vernos donde siempre es de día
y los feos son guapos y eternamente jóvenes,
donde los poderosos no abusan de los débiles
y cuelgan de los árboles juguetes y tebeos.
En ese hogar de luz que no hiere los ojos
volveremos tú y yo a decirnos bobadas
cogidos de la mano, viendo morir las olas
sin agobios ni prisas, donde el sol no se pone.
Y viviré en tus labios el amor que la Tierra
sintiera por el Cielo cuando el mundo era un niño,
y el tiempo dejará de salmodiar su lúgubre
canción de despedida mientras nos abrazamos.
Luis Alberto de Cuenca
(El hacha y la rosa, 1993)
domingo, 23 de junio de 2013
La lechera

La lechera, Jean-Baptiste Huet (1745-1811)
Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte:
¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz lechera,
y decía entre sí de esta manera:
"Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
merodeen cantando el pío, pío.
Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino;
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarelo al mercado;
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña."
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh, loca fantasía,
qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que, saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.
Félix María de Samaniego
(1745-1801)
sábado, 15 de junio de 2013
Juguemos, Nisa mía
La sorpresa, Jean-Antoine Watteau (1684-1721)
Juguemos, Nisa mía,
y cuando el sol dorado
forme el rosado día
o lo esconda inclinado
en las hesperias olas,
hállenos siempre a solas
en retozos y en juegos.
Yo, enamorado y ciego,
te diré: «¡Ay, palomita!»,
y tú con voz blandita
me dirás: «Pichón mío»;
y cuando en el exceso
de mi furor te diga:
«Dame, paloma, un beso»,
tú a mi cuello enredados
los dos brazos, amiga,
mil y mil delicados
y otros mil has de darme,
y vibrando de prisa
la lengüita al besarme,
me herirás de un muerdito,
diciéndome: «¡Ay!, ¿no es Nisa
tu palomita, hijito,
tu miel y tu dulzura?
Tuya soy, ¡qué ventura!
Más, más bésame, y mira
cuál bullen descubiertos
mis pechos tan cargados
por ti que ya retiran
la holanda en que guardados
estaban. ¡Ay!, ¿dó vas?, ¿dónde
tu dedo, ¡ay, ay!, se esconde
lascivo?, ¿qué hacemos...?»
Así, Nisa, juguemos,
así, mientras floridos
ambos gozar podemos
de Venus la dulzura.
Ni en vano huyan perdidos
nuestros tiempos mejores,
que ya con mil dolores
la vejez se apresura,
y en llegando, mi vida,
la fuerza ya perdida,
¡ay me!, la tos oscura
vendrá en desquite luego
del retozo y del juego.
Juan Meléndez Valdés
(1754-1817)
sábado, 8 de junio de 2013
Mira, Zaide, que te aviso
Una belleza oriental, Léon Comerre (1850-1916)
"Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me placen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentil hombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado por linaje,
el gallo de las bravatas,
la nata de los donaires,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte;
y por este inconveniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades
y habrá menester ponerte
quien quisiere sustentarte
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide.
Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque quieren los briosos,
que rompan y que desgarren;
mas, tras esto, Zaide, amigo,
si algún convite te hacen,
al plato de sus favores,
quieren que comas y calles.
Costoso fue el te que hice;
venturoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras
como supiste obligarme.
Apenas fuiste salido
de los jardines de Tarfe
cuando hiciste de la tuya
y de mi desdicha alarde.
A un morito mal nacido
me dicen que le enseñaste
la trenza de mis cabellos
que te puse en el turbante.
No quiero que me la vuelvas
ni quiero que me la guardes,
mas quiero que entiendas, moro,
que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo,
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río;
¡qué donoso disparate!
No guardas tú tu secreto
¿y quieres que otro lo guarde?
No quiero admitir disculpa;
otra vez vuelvo a avisarte
que esta será la postrera
que me hables y te hable."
Dijo la discreta Zaida
a un altivo abencerraje,
y al despedirle, repite:
"Quien tal hace, que tal pague."
Lope de Vega
(1562-1635)
"Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me placen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentil hombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado por linaje,
el gallo de las bravatas,
la nata de los donaires,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte;
y por este inconveniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades
y habrá menester ponerte
quien quisiere sustentarte
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide.
Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque quieren los briosos,
que rompan y que desgarren;
mas, tras esto, Zaide, amigo,
si algún convite te hacen,
al plato de sus favores,
quieren que comas y calles.
Costoso fue el te que hice;
venturoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras
como supiste obligarme.
Apenas fuiste salido
de los jardines de Tarfe
cuando hiciste de la tuya
y de mi desdicha alarde.
A un morito mal nacido
me dicen que le enseñaste
la trenza de mis cabellos
que te puse en el turbante.
No quiero que me la vuelvas
ni quiero que me la guardes,
mas quiero que entiendas, moro,
que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo,
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río;
¡qué donoso disparate!
No guardas tú tu secreto
¿y quieres que otro lo guarde?
No quiero admitir disculpa;
otra vez vuelvo a avisarte
que esta será la postrera
que me hables y te hable."
Dijo la discreta Zaida
a un altivo abencerraje,
y al despedirle, repite:
"Quien tal hace, que tal pague."
Lope de Vega
(1562-1635)
lunes, 3 de junio de 2013
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?

Retrato de Francisco de Quevedo, Velázquez (1599-1660)
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Francisco de Quevedo
(1580-1645)
jueves, 30 de mayo de 2013
La más bella niña
Exterior del Puerto y Bahía de Bilbao con Punta Galea, Juan Martínez Abades (1903)
La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
Dejadme llorar
orillas del mar.
Pues me diste, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivaste
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
Dejadme llorar
orillas del mar.
En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
Dejadme llorar
orillas del mar.
No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,
Dejadme llorar
orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces,
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.
Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.
Dejadme llorar
orillas del mar.
Luis de Góngora
(1561-1627)
lunes, 20 de mayo de 2013
Ausencia
Sirena, John William Waterhouse (1900)
Guardo una sirena
bajo la piel
que me envuelve
y protege.
Tumbada en el sofá
me pellizco un plieguecito
y tiro.
Uno por aquí,
otro por allá.
Ahora que tú no estás
para corregirme
el vicio
y decir que me dolerá,
que escocerá,
que me quedará marca.
Es tan hermosa que no ceso
de mirarla,
de asomarme a ella.
Sigo dejando charcos,
charquitos de agua salada
por si vuelves a buscarme
para que esta dermis
no te engañe
y este olor
no te confunda
y este llanto
no te espante.
Para que me reconozcas
sin tener que arrancarme
la piel a jirones
y desaparezca este vicio.
El dolor.
Este escozor
que solo deja marca.
Vega Cerezo
(La sirena dormida, 2010)
Guardo una sirena
bajo la piel
que me envuelve
y protege.
Tumbada en el sofá
me pellizco un plieguecito
y tiro.
Uno por aquí,
otro por allá.
Ahora que tú no estás
para corregirme
el vicio
y decir que me dolerá,
que escocerá,
que me quedará marca.
Es tan hermosa que no ceso
de mirarla,
de asomarme a ella.
Sigo dejando charcos,
charquitos de agua salada
por si vuelves a buscarme
para que esta dermis
no te engañe
y este olor
no te confunda
y este llanto
no te espante.
Para que me reconozcas
sin tener que arrancarme
la piel a jirones
y desaparezca este vicio.
El dolor.
Este escozor
que solo deja marca.
Vega Cerezo
(La sirena dormida, 2010)
miércoles, 15 de mayo de 2013
El viaje del sonámbulo
Dentro del viaje del sonámbulo
miles de universos cruzan por mi habitación.
Las calles rozan las estrellas,
brilla con ellas mi imaginación.
Dentro del bosque laberíntico
ecos de tu voz me desorientan por dentro.
Busco la forma de acercarme a ti,
cuanto más lo intento más me alejo.
Quedan tantos viajes,
tanto por recorrer soñando.
Quedan tantas noches,
tanto por resolver esperando.
Dentro del viaje del sonámbulo
freno con mi escudo los relámpagos.
Intento con mis pies de plomo
dar el paso a mi salvación.
Dentro del fondo del océano
busco una compuerta hacia mi habitación.
Si no consigo estar de vuelta
cuando amanezca
no sabré quién soy.
Quedan tantos viajes,
tanto por recorrer soñando.
Quedan tantas noches,
tanto por resolver esperando.
Marcos Casal Cao, La sonrisa de Julia
(El viaje del sonámbulo, 2013)
Nuestros amigos de La sonrisa de Julia han publicado El viaje del sonámbulo, del que extraemos esta canción: disfrutadla.
jueves, 9 de mayo de 2013
Te quiero
Interior con pareja y biombo, Félix Vallotton (1865-1925)
Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo.
Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
Jaime Sabines
(Diario semanario y poemas en prosa, 1961)
Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo.
Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
Jaime Sabines
(Diario semanario y poemas en prosa, 1961)
lunes, 29 de abril de 2013
Si nosotros viviéramos
El alma de la rosa, John William Waterhouse (1908)
Si nosotros viviéramos
lo que la rosa, con su intensidad,
el profundo perfume de los cuerpos
sería mucho más.
¡Ay, breve vida intensa
de un día de rosales secular,
pasaste por la casa
igual, igual, igual
que un meteoro herido, perfumado
de hermosura y verdad!
La huella que has dejado es un abismo
con ruinas de rosal
donde un perfume que no cesa hace
que vayan nuestros cuerpos más allá.
Miguel Hernández
(Cancionero y romancero de ausencias, 1938-1941)
Si nosotros viviéramos
lo que la rosa, con su intensidad,
el profundo perfume de los cuerpos
sería mucho más.
¡Ay, breve vida intensa
de un día de rosales secular,
pasaste por la casa
igual, igual, igual
que un meteoro herido, perfumado
de hermosura y verdad!
La huella que has dejado es un abismo
con ruinas de rosal
donde un perfume que no cesa hace
que vayan nuestros cuerpos más allá.
Miguel Hernández
(Cancionero y romancero de ausencias, 1938-1941)
jueves, 25 de abril de 2013
Amaranta
Lamia, John William Waterhouse (19o9)
... calzó de viento...
GÓNGORA
Rubios, pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados.
Pórticos de limones desviados
por el canal que asciende a tu garganta.
Rojo, un puente de rizos se adelanta
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento te levanta.
La soledad, dormida en la espesura,
calza su pie de céfiro y desciende
del olmo alto al mar de la llanura.
Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura,
entre Amaranta y su amador se tiende.
Rafael Alberti
(Cal y canto, 1929)
... calzó de viento...
GÓNGORA
Rubios, pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados.
Pórticos de limones desviados
por el canal que asciende a tu garganta.
Rojo, un puente de rizos se adelanta
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento te levanta.
La soledad, dormida en la espesura,
calza su pie de céfiro y desciende
del olmo alto al mar de la llanura.
Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura,
entre Amaranta y su amador se tiende.
Rafael Alberti
(Cal y canto, 1929)
lunes, 22 de abril de 2013
Sou um guardador de rebanhos
Paisaje con árboles, Théodore Rousseau (c. 1844)
Sou um guardador de rebanhos.
O rebanho é os meus pensamentos
E os meus pensamentos são todos sensações.
Penso com os olhos e com os ouvidos
E com as mãos e os pés
E com o nariz e a boca.
Pensar uma flor é vê-la e cheirá-la
E comer um fruto é saber-lhe o sentido.
Por isso quando num dia de calor
Me sinto triste de gozá-lo tanto,
E me deito ao comprido na erva,
E fecho os olhos quentes,
Sinto todo o meu corpo deitado na realidade,
Sei a verdade e sou feliz.
Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando Pessoa)
(O guardador de rebanhos, 1914)
Versión al castellano de Un poema cada día
Soy un cuidador de rebaños.
El rebaño es mis pensamientos
Y mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los ojos y con los oídos
Y con las manos y los pies.
Y con la nariz y la boca.
Pensar una flor es verla y olerla
Y comer un fruto es comprenderle el sentido.
Por eso cuando en un día de calor
Me siento triste de gozarlo tanto,
Y me tiendo a lo largo en la hierba,
Y cierro los ojos calientes,
Siento todo mi cuerpo tendido en la realidad,
Sé la verdad y soy feliz.
(El cuidador de rebaños)
Sou um guardador de rebanhos.
O rebanho é os meus pensamentos
E os meus pensamentos são todos sensações.
Penso com os olhos e com os ouvidos
E com as mãos e os pés
E com o nariz e a boca.
Pensar uma flor é vê-la e cheirá-la
E comer um fruto é saber-lhe o sentido.
Por isso quando num dia de calor
Me sinto triste de gozá-lo tanto,
E me deito ao comprido na erva,
E fecho os olhos quentes,
Sinto todo o meu corpo deitado na realidade,
Sei a verdade e sou feliz.
Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando Pessoa)
(O guardador de rebanhos, 1914)
Versión al castellano de Un poema cada día
Soy un cuidador de rebaños.
El rebaño es mis pensamientos
Y mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los ojos y con los oídos
Y con las manos y los pies.
Y con la nariz y la boca.
Pensar una flor es verla y olerla
Y comer un fruto es comprenderle el sentido.
Por eso cuando en un día de calor
Me siento triste de gozarlo tanto,
Y me tiendo a lo largo en la hierba,
Y cierro los ojos calientes,
Siento todo mi cuerpo tendido en la realidad,
Sé la verdad y soy feliz.
(El cuidador de rebaños)
lunes, 15 de abril de 2013
O sal da língua
Eugénio de Andrade, por Carlos Bottelho (2010)
Escuta, escuta: tenho ainda
uma coisa a dizer.
Não é importante, eu sei, não vai
salvar o mundo, não mudará
a vida de ninguém - mas quem
é hoje capaz de salvar o mundo
ou apenas mudar o sentido
da vida de alguém?
Escuta-me, não te demoro.
É coisa pouca, como a chuvinha
que vem vindo devagar.
São três, quatro palavras, pouco
mais. Palavras que te quero confiar,
para que não se extinga o seu lume,
o seu lume breve.
Palavras que muito amei,
que talvez ame ainda.
Elas são a casa, o sal da língua.
Eugénio de Andrade
(O sal da língua, 1999)
Versión al castellano de Un poema cada día
Escucha, escucha: tengo todavía
una cosa que decirte.
No es importante, lo sé, no va
a salvar el mundo, no cambiará
la vida de nadie -¿mas quién
es hoy capaz de salvar el mundo
o de cambiar apenas el sentido
de la vida de alguien?
Escúchame, no te entretengo.
Es poca cosa, como la llovizna
que lentamente está llegando.
Son tres, cuatro palabras, poco
más. Palabras que te quiero confiar,
para que no se extinga su luz,
su luz breve.
Palabras que mucho amé,
que tal vez ame todavía.
Ellas son la casa, la sal de la lengua.
(La sal de la lengua, 1999)
lunes, 8 de abril de 2013
Romance sonámbulo
Encina en el lago Albano, John F. Kensett (1846)
y a Fernando de los Ríos
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
*
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
*
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No veis la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
*
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.
*
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
*
Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Federico García Lorca
(Romancero gitano, 1928)
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